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El feminismo, un movimiento contracultural

El ser humano es, fundamentalmente, un producto de la cultura en que se desenvuelve. Actividades que nos parecen tan naturales como el hablar o el andar erguidos son culturales y no biológicas (recuérdese el hallazgo de niños-lobo que corrían a cuatro patas, al no haber conocido modelos que anduviesen erguidos a los que imitar).En lo que sigue continuaré usando la palabra cultura en esta misma acepción amplia es decir, no en el sentido pequeño-burgués de erudición más o menos elitista, sino abarcando todo el repertorio de ideas, creencias, costumbres. instituciones y formas de vida en los que está inmersa y sobre las que reposa la sociedad.

La cultura en que hasta hoy nos hemos movido es un producto masculino, y patriarcal, resultado último de la división de papeles en función del sexo. Según creencia admitida casi hasta hoy, el origen de esta división radicaba en la propia biología.

Aunque los intentos de romper con este esquema datan de, hace más de doscientos años, ha sido a mediados de este siglo cuando, como consecuencia de la cada vez más clara distinción entre placer sexual y procreación, la mujer ha tomado conciencia colectiva del carácter meramente cultural de las formas de vida al uso.

Si bien las doctrinas políticas más progresistas han desarrollado y puesto en práctica ideas y programas en torno a la liberación de la persona, (y en consecuencia, también de la mujer) ello se ha realizado hasta ahora sin cuestionar el marco patriarcal y masculino en el que la sociedad se mueve, la opresión por clase social, ha dado origen a doctrinas políticas, pero la opresión por sexo aúnno ha generado una doctrina autónoma.

No puede negarse que las doctrinas progresistas han sensibilizado al mundo acerca de otras opresiones diferentes a aquélla por la cual nacieron, tales como la de sexo y la de raza, y de hecho, han intentado resolverlas aplicándoles su dialéctica de origen. Pero con ello, aunque han aminorado los problemas, no los han resuelto.

La opresión por sexo no puede identificarse con la opresión por clase. Esta encuentra su origen y desarrollo en unas determinadas relaciones económicas, lo que conduce con toda lógica, al planteamiento de una lucha en el terreno político socioeconómico. Aquélla, en cambio, tiene su origen desarrollo en unas determinadas relaciones culturales y, por ello, su lucha debe plantearse en el terreno político sociocultural. Lucha difícil, dado el profundo arraigo que en las mentalidades tienen las formas culturales existentes.

Minimiza el problema, se estanca en la contemplación del presente y no tiene imaginación hacia el futuro, quien piense que lo que viene llamándose liberación de la mujer es un proceso de evolución y no una verdadera revolución. Una revolución que todavía no tiene doctrina.

En este momento, el feminismo es sólo una pre-doctrina, en la forma de un gran no de un movimiento contracultural que denuncia cualquier asimetría en la organización de la sociedad, lo que se rechaza es toda una cultura en cuya elaboración no tomó parte activa la mujer, pero de la cual, paradójicamente, era ella la principal transmisora.

Se ha colocado así a la mujer, históricamente, ante esta alternativa: o ser la gran protegida y ensalzada si se adaptaba al molde establecido, o ser la gran ultrajada si intentaba salirse de él.

Para poder construir una doctrina que apunte al establecimiento de una cultura feminista, la mujer no tiene más alternativa que introcirse y actuar de forma patente en la cultura machista en que vive. Su lucha tiene tres vertientes: reflexionar, concienciar y actuar. Un paso importante es tomar parte activa en los partidos políticos que aspiran al poder -aún a sabiendas de que ellos no arreglarán completamente el problema- para de este modo conocer y agotar las posibilidades que ofrece la cultura masculina, al paso que demuestra su capacidad para las funciones desarrolladas hasta ahora por los varones exclusivamente. En definitiva la estrategia feminista actual puede resumirse en dos palabras, participar denunciando.

Pero que nadie se engañe, la consecución de la igualdad en los aspectos legales, laborales, políticos, etcétera, no es una meta para el feminismo, sino tan solo un primer escalón en su proceso.

La doctrina feminista no surgirá hasta el día en que pueda responderse a la pregunta que Nora, la heroína de Casa de Muñecas se, formuló por primera vez hace ya cien años: ¿Quién soy yo? Las respuestas ensayadas hasta ahora («eres el producto de una alienación». «eres la sublimación de un instinto sexual reprimido»: «eres la consecuencia de una falta de acceso al conocimiento», «eres una clase oprimida») no satisfacen por completo. Son tangentes a la verdad, pero no son la verdad.

Sospecho que cuando la mujer se sacuda el hábil proteccionismo de que es objeto, experimentará la gran crisis de contradición de la que habrá de surgir la realidad mujer, sustentada en una doctrina feminista con rigor científico. Desaparecerá entonces la división sexista del trabajo, con ella, las figuras del ama de casa y del cabeza de familia. La sociedad estará entonces compuesta por personas, ante que por mujeres y varones. Y podrá entonces alcanzar nuestra cultura ese equilibrio entre valores masculinos y valores femeninos que dará una nueva concepción del mundo.

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