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Los peligros de la Conferencia de Vancouver

En este rabo del siglo XX que ahora estamos desollando, todo está en crisis. Crisis religiosa. Crisis política. Crisis social. Crisis económica. Y, naturalmente, también crisis urbanística.Todas esas crisis que a muchas gentes les parecen malas, a mí personalmente me parecen buenas, porque creo que son la consecuencia afortunada de un cambio de óptica.

Supongamos que en un amanecer, miramos unas gotas de rocío, como aquellas que Bécquer veía caer como lágrimas del día. Es evidente que nos parecerán transparentes, limpísimas y de una belleza insuperable.

Si alguien comete la prosaica acción de coger una lupa y aplicarla a la gota de rocío, verá sus contornos más borrosos y menos limpidez en su interior.

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Si un espíritu científico aplica ala gota de rocío un microscopio, verá una gota que ni será transparente, ni limpia, ni bella.

Nuestra cultura está siendo sometida, en nuestros días, a la visión que se contempla de ella en el campo del microscopio electrónico. Es la contribución que hemos de pagar a la era científica y tecnológica que nos ha tocado en suerte vivir. Y es natural que todo lo que antes nos parecía correcto, o al menos pasable, hoy nos parezca inadmisible al analizarlo con agudo espíritu crítico.

Pero, dejando aparte las diferencias de aspecto que hechos conocidos puedan presentar con una nueva óptica, existen fenómenos que hoy nos parecen peores y distintos, porque objetivamente lo son. Y uno de ellos en el cual todos estamos de acuerdo es en las ciudades.

Las nuevas ciudades y las ciudades antiguas remodeladas y adaptadas a las necesidades actuales no nos gustan a nadie. Huimos de ellas porque son inhabitables, y no aparecen en el horizonte teórico ni práctico del urbanismo signos claros de esperanza.

Del 31 de mayo al 11 de junio se ha celebrado en Vancouver (Canadá) la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Asentamientos Humanos.

Esta conferencia sobre el hábitat, continuación de la de Estocolmo de 1972, ha pretendido conseguir un programa mínimo de recomendaciones para cimentar, con bases más humanas, tanto la construcción de las viviendas del futuro, como los conjuntos que, con otros servicios y equipamientos generales, las agrupan en ciudades.

Aun cuando existan muchos interrogantes sobre el posible éxito real de esta conferencia, por los muchos peligros que le acechan, es evidente que es un esfuerzo digno de elogio, y que si ahora no logra conseguir unos resultados positivos a nivel práctico, sin duda prepara el camino para poderlos alcanzar en el futuro.

¿Con qué peligros de esterilidad ha de enfrentarse esta conferencia?

El primero y más grave peligro es el que casi esterilizó a su predecesora de Estocolmo, que fue su politización y aprovechamiento por los países del Tercer Mundo para cargar -justamente- todas las culpas del deterioro ambiental a las naciones ricas.

Con esta ocasión de discutir sobre el hábitat, esta dicotomía de países pobres y ricos, y con puntos de vista irreconciliables, es casi seguro que surgirá con uno u otro achaque.

Otro de los peligros es el de la posible falta de proposiciones nuevas e interesantes, por la calidad real de los expertos.

A la Conferencia han asistido nada menos que 1.500 expertos de cerca de 120 países que, excepto raras y honrosas excepciones, son ministros y otro! altos cargos de sus respectivos Estados miembros de la ONU, que, con unos cuantos amiguetes, aprovechan esta ocasión para ver mundo, haciendo turismo, a cargo de los sufridos contribuyentes de sus respectivos países, y al pasar por Nueva York, compran el consabido abrigo de visón a su esposa.

Naturalmente estos expertos ni dirán nada: porque nada tienen que decir, ni les importa un rábano el problema. Y la mesa presidencial, a nivel de expertos oficiales de la ONU y de sus organismos especializados, se verá en la necesidad de suministrar un borrador de acuerdos muy generales, sensatos, y hasta puede que buenos a nivel teórico, pero con poca novedad y muy poca o ninguna operatividad.

Por las referencias de prensa que nos han llegado hasta hoy del Congreso, parece que la intervención de la representación oficial española se ha limitado a salir del paso contando algo, que ni es propiamente del tema que se investiga, ni tiene interés actual ni futuro.

Pero habrá que esperar hasta el final, con la esperanza de que se presenten -por nuestros representantes o por los de otros países- proposiciones de auténtico interés creativo de lo que el mundo entero vehementemente desea: el de tener ciudades en las que los hombres puedan vivir y convivir con alegría.

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