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Tribuna
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Watergate y una nueva ciencia: la psicohistoria

Mientras en el verano de 1973 proseguían en Watergate los interrogatorios sobre las actividades ilegales de Plichard M. Nixon, un grupo de psicoterapeutas consagrados al estudio de una nueva ciencia, la «psicohistoria», seguían los acontecimientos con ansiedad. Habían llegado en los debates de su seminario a clasificar las anomalías psicológicas del presidente de los Estados Unidos dentro de ese vago grupo que se denomina «personalidades psicopáticas». Las listas de enemigos que confeccionaba, su preocupación persecutoria, su moral oportunista, su,«Super-yo» de manga ancha, su confusión constante entre su narcisismo y las necesidades políticas, su superficialidad en las relaciones humanas, un cierto delirio de grandeza... Trataban también de buscar, con arreglo a una fórmula hoy muy en boga, la base de todos estos trastornos en dificultades infantiles, en discordancias de la vida familiar en los primeros tiempos de la vida. Al terminar sus debates, unos a otros se gastaban la broma de que todas aquellas discusiones carecerían de sentido si la personalidad que estudiaban, un día, el menos pensado, apretase el botón que desencadena, inexorablemente, la respuesta atómica.

Historia de la infancia

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El director del grupo, Lloyd de Mause, acababa de fundar una nueva revista, de aparición trimestral, el Journal of Psychohistory, que lleva como título adicional: «Historia de la infancia». ¿Por qué no publicar en ella estas observaciones? Sus colaboradores se negaron. «Somos expertos en nuestras cosas. ¡Dejemos el posible peligro que esta personalidad patológica supone para la historia a los sociólogos y a los especialistas en ciencias políticas!»

Ahora sabemos, sin embargo, que el día 23 de octubre de 1973, lo que en broma se comentaba, la catástrofe atómica, estuvo a punto de producirse. Nixon «casi» apretó el botón. Con un pretexto nimio, se puso en estado de alarma a dos mi

llones de soldados norteamericanos y 15.000 cabezas nucleares fueron dispuestas para partir inmediatamente a cumplir su misión devastadora y horrible. Por fortuna -comenta ahora Lloyd de Mausel el cual, no obstante, ese día preparó su automóvil y a su familia para un fulminante viaje a Canadá- los rusos vieron en el gesto de Nixon un simple acto de machismo (en español en el texto de Lloyd), como en la crisis de Cuba, y dieron marcha atrás.

El seminario delos psicohistoriadores discurrió en los días siguientes en medio de un sobrecogido silencio. No sé si llegaron a pensar que era ya el tercer presidente de la gran nación americana con graves anomalías psicológicas en su personalidad. Con su silencio, ¿había procedido bien? ¿O habían obedecido sin darse cuenta a lo que ellos mismos denominaban «fantasia de grupo». Que en este caso se podía expresar por la idea, compartida por todos ellos, de que existen, en alguna parte, «científicos de la sociedad» o «expertos de la política», que «saben más que nosotros». Por consiguiente, de lo que vaya a ocurrir, aunque sea catastrófico, el fin del mundo, ¡no tenemos responsabilidad!

Las fantasías de grupo

Estas «fantasías de grupo», al igual que otras fantasías inconscientes, algún día serán desmontadas, como todas las fantasías infantiles. No sólo aplicando el análisis psicológico, sino también la consideración histórico-cultural. La resistencia de la Universidad actual a la «psicología dinámica» responde a profundos movimientos de defensa, inconscientes, de sus protagonistas. Pero también a la miseria espiritual de nuestra época que trata de «reducir» a mecanismos elementales todo lo luminoso y trascendente.

La psicohistoria abarca una amplia gama, desde la psicología política a la psicohistoria de los grupos humanos. Pero su núcleo central es la «historia de la infancia». Yo preferiría emplear aquí un lenguaje muy personal y decir la

«historia de la urdimbre». La violencia migratoria, de la Edad Media, la docilidad del siervo del señor feudal, la ambivalencia hacia el niño del Renacimiento, quedan explicadas en su más profunda raíz por esta ciencia nueva. ¿Por qué va a importar más, en una propaganda electoral para la Presidencia del más poderoso Estado de la tierra, la «sonrisa social», el encanto de su mujer, las aptitudes televisivas del candidato, etc., que su historia personal, aquella de la que pueden surgir, inesperadamente, conductas anormales, psicopáticas, que pongan a su país y a la Humanidad en peligro?

La familia

La «historia dinámica de la familia», emprendida ahora por los investigadores norteamericanos -e iniciada no ha mucho por estudiosos franceses- descubre con estupgr que la relación madre-niño sólo desde hace muy pocos años, en la historia del hombre, ha dejado de presentar matices casi monstruosos. Impunemente el niño ha podido en otras épocas sufrir la muerte, la penuria emocional, castigos despiadados, abandonos sin la menor conciencia de culpa por parte de la sociedad. Llegará el día en que nos parecerá increíble que los historiadores hayan pretendido escribir la historia de la especie humana olvidando la pieza clave de esta historia: la «historia de la urdimbre», del tejido inicial dentro del que el hombre se forja. ¿Qué fuerzas han determinado esta curiosísima ocultación? ¿Qué motivaciones subterráneas han guiado la evolución singularísima de esta relación primigenia?

Un político español, Fraga Ir¡barne, siempre interesado por los problemas de la familia, no ha vacilado en hacer la presentación de un libro que reúne los trabajos de un reciente Simposio sobre La familia, diálogo recuperable. Si alguien ha dicho que la guerra es cosa demasiado seria para dejárselo sólo a los militares, ¿no sucederá también que la política es asunto demasiado grave para abandonarla exclusivamente a los políticos?

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