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Una montaña rusa, con perdón

El escritor argentino Martín Caparrós y el mexicano Juan Villoro mantienen una correspondencia durante todo el torneo y constatan que el balón sabe también mucho de amistad

Martín Caparrós
Jugadores de la selección japonesa aplauden tras el partido contra España.
Jugadores de la selección japonesa aplauden tras el partido contra España.Neil Hall (EFE)

Firulete para Villoro:

se te va uno por día, Granjuán: ayer tus raíces mexicanas, hoy tus profesores alemanes. Y si lo de ayer tuvo suspenso, lo de hoy fue una montaña rusa, con perdón. Los terceros partidos aceptan dos formas contrapuestas: o son un trámite que no le importa a nadie o son duelos al borde del abismo donde bailan futuritos futboleros. Ya por la tarde Bélgica se pasó media hora a medio dedo de meter el gol que lo habría clasificado pero no llegó, en un 0 a 0 que negó la esencia de los 0 a 0: fue vibrante.

Pero lo delirante estaba por venir. España había empezado tan chachi, tan canchero: un gol en diez minutos y a tocar. España es, probablemente, el equipo que mejor hace circular la pelota por la cancha: va, viene, va, viene, va, etcétera y etcétera y etcétera. Quizá no sea preciso llevar esta destreza hasta la intimidad: varias veces los pases al arquero/portero terminaron en sustos. Hay quienes dicen que los principios no se negocian; otros lo llaman fundamentalismo. En eso estaban los de rojo cuando un susto se les volvió desastre y los nipones se la mandaron a guardar. Y en eso seguían cuando les metieron el segundo, el gol que perfora las redes de todos los VAR de este planeta: en las repeticiones, todos vimos la pelota salir de la cancha menos los que debían decidirlo, y decidieron que no había sucedido.

A partir de ese momento empezó el festival: en la media hora que siguió cada uno de los cuatro estuvo clasificado en algún momento, cada uno de los cuatro estuvo afuera. Todos dependían de todos, era imposible no mirar los dos al mismo tiempo. Fue un espectáculo curioso: uno que casi justifica la multiplicación de las pantallas. Al final, Alemania hizo por España lo que España no hizo por Alemania: ganar y permitirle entrar.

O sea que por segunda vez consecutiva Alemania, la gran potencia, la campeona perpetua, la que nos robó las dos últimas finales, se queda afuera de un mundial en la fase de grupos. En Rusia se podía comprender: lo que no entendió Hitler no podía entenderlo Beckenbauer. En Qatar es más raro: tocará buscarle su sentido. Sea lo que sea, dos mundiales seguidos sin Alemania en los partidos serios son un placer difícil de igualar. Schadenfreude, mein freund, pura Schadenfreude.

(Y la hipótesis de que un campeonato con un dominador tan absoluto no es la mejor manera de construir tu selección. Hipótesis que puede derrumbarse si la República Francesa…)

Mientras, a España le cayó Marruecos. La caída de España es trepitosa: empezó como el gran goleador y ya no sabe cómo acercarse al arco. Toca, toca, toca, no encuentra la manera de romper. Yo creo que, como solía pasar en tantos campos, a España le falta lo que Francia le sobra: talento para la agresión. No va a ser fácil –y Marruecos ahora se ha vuelto la última y unánime esperanza arábiga, los estadios rugen en su aliento.

La pena es lo de ayer: México afuera, prematuro. Alguien propuso que el mejor remedio para el “mal del quinto partido” –que ustedes perdieran siempre en esa instancia– fue no llegar ni al cuarto. Y tú, Granjuán, te dueles de no haber conseguido “el milagro de ser distintos”. Es un milagro raro: en general se espera el de seguir siendo los mismos: seguir sanos, seguir vivos, seguir siendo el Rey. Los hombres somos tan modestos que nos contentamos con seguir. Pero tú, en cambio, pides el milagro opuesto: detener, cambiar. Quizá la solución consista en aprovechar de otra manera lo que somos. Mira sin ir más lejos a los polacos, su milagro propio: perdieron pero ganaron, aprendieron a encontrar victoria en la derrota. Si estás tan convencido, como veo, de que la derrota forma parte de la esencia mexicana, quizá la salida sea, polacamente, descubrir la manera de ganar con ella.

(La cercanía entre mexicanos, polacos y milagros no es siquiera caprichosa. Si no recuerdo mal, tanto unos como otros se los piden a una virgen oscura: la de Guadalupe los tuyos, la de Częstochowa los que hace tanto fueron míos. Pero la suerte de Polonia –la desgracia mexica– no solo la concibieron vírgenes. Ustedes fueron, en esto, otras víctimas de la invasión a Ucrania: por ella, en represalia, a Polonia le dieron por ganado sin jugarlo su partido de clasificación con Rusia.)

En cualquier caso, por ahora están afuera. Ya golpearán de nuevo las puertas de este infierno. Yo, mientras tanto, quería pedirte, en nombre de los míos, una disculpa farisea. Farisea porque los míos no son míos y, sobre todo, porque no estoy seguro de que tenga sentido. Pero es cierto que éramos muchos los argentinos que ayer, en la agonía de los partidos, queríamos que la Argentina metiera otro golcito para salvar a México. Era un papel nuevo: después de condenarlo tantas veces, redimirlo habría sido, por fin, ser diferentes. Habría sido un milagro, y no lo fuimos. Lo malo es que ni siquiera lo intentamos. Nos guardamos la bola, dejamos pasar el tiempo, los dejamos perderse. Es casi lógico: ningún país juega para que otro medre. Y es triste, también, al mismo tiempo. Mis disculpas, entonces, fariseas.

Agua bajo los puentes, dicen los de tu Norte. Mientras tanto, la Argentina se encontró con una vía regia hacia el gran sueño: todos los equipos son difíciles, dicen todos los comentaristas –que suelen ser más fáciles–, pero Australia lo es tanto menos que casi todo el resto y los Países Naranjas, bajos como están, también. Esos serían los rivales de mi patria afortunada para plantarse en las semifinales. Dicen que la fortuna ayuda a los valientes. Debe ser cierto, pero no solo a ellos, por lo visto.

La Argentina, ayer, no jugó mal frente a un equipo que no jugó ni bien ni mal: esperó que no le hicieran muchos goles. Y hay un dato que sí me esperanza: que Messi no tuvo parte en los que les hicimos. Esa es, si la hay, la clave del éxito posible: que Messi no sea el bizcochuelo, la crema y el cacao sino la guinda de la torta. Si la Argentina lo consigue tiene incluso sus posibilidades. Donde vive la magia, todo vive.

Te dejo, entonces, con tu tequila o con tu schnapps. Habrás notado que tuve que cambiarte el tratamiento. Me disculpo, pero las reglas son las reglas. Tu Excelencia era lo apropiado mientras fueses de algún país que juega. Ahora, que ya no, vuelves a ser Granjuán, mi amigo derrotado, tan victorioso siempre, tan querido.

Abrazos.

caparros villoro

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