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Mundial Fútbol femenino
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La final de Australia, la final de todas

Hoy vamos detrás de la selección femenina todas las mujeres que sentimos cada día que molestamos, que incomodamos, que gritamos y luchamos demasiado por nuestros sueños. De todas las mujeres que no nos conformamos, que queremos romper barreras y obstáculos

Teresa Abelleira, durante el partido de cuartos de final del Mundial ante Países Bajos. Foto: Maja Hitij - FIFA/FIFA / Getty Images

Recuerdo perfectamente aquel día. Tenía nueve años. Era la primavera de 1991. Migue era repetidor, el más alto de la clase y el capitán en el patio del colegio. Después de comernos el bocadillo, como cada mañana en la hora del recreo, él organizaba los equipos para jugar al fútbol y allí estaba yo, la última en ser elegida, como siempre, con mis gafas de Snoopy y mi pelo despeinado.

“Venga, anda, conmigo”, dijo Migue. Y empezamos a jugar. Corría como la que más, pero nadie me pasaba el balón. A punto estuve de salirme aquel día del partido, avergonzada y cabreada, hasta que algún despistado perdió el balón y chuté a puerta. La emoción de aquel gol aún me dura hoy. Migue corrió hacia mí y me abrazó. “Eres buena”, me decía. Fue mi primer gol. Cuando me di la vuelta, el resto de niños se empezaron a reír de “mis maneras” de futbolista.

Aquel día algo cambió, si no tocaba el balón no molestaba, pero si marcaba un gol, sobraba de allí. “Fuera, fuera”, decían los chicos que miraban el partido.

Aquel día, pese al gol, fue el último que jugué en el patio del colegio. Mi lugar no era ese. Nadie me pidió jugar más y yo no fui lo suficientemente valiente para enfrentarme a más risas e insultos. No querían que me tacharan más de marimacho. Así que comencé a vivir el fútbol como tantas niñas, animando a los chicos y aplaudiendo sus goles desde la grada, haciéndome socia del Málaga con mi padre y mi hermana y viviendo cada partido desde la afición, ese lugar que sí estaba permitido para nosotras.

Aquel día, pese al gol, me dijeron que el fútbol no era de niñas y lo asumí, sin rechistar. Acepté las reglas de una sociedad que nos daba la espalda a las niñas que soñábamos en silencio con jugar al fútbol, a las niñas que queríamos ocupar espacios en el patio del colegio, ser también protagonistas y no conformarnos con jugar al guiso o a la comba en una esquina. Por eso, lo que se juega hoy no es solo el sueño de 23 niñas que lucharon por ser campeonas, sino de muchas más.

Hoy vamos detrás de la selección femenina todas las mujeres que sentimos cada día que molestamos, que incomodamos, que gritamos y luchamos demasiado por nuestros sueños. De todas las mujeres que no nos conformamos, que queremos romper barreras y obstáculos. De todas las mujeres que desde nuestro lugar, desde nuestro día a día, desde nuestro mundo, queremos cambiar la historia del fútbol, del deporte y de la igualdad en España. De todas las madres que intentamos educar en el cambio a nuestras niñas para que se empoderen, para que no se avergüencen y para que conquisten lugares que no nos han sido permitidos. De todas las madres que intentan educar a sus niños para que admiren y respeten a las mujeres en el deporte y en todos los ámbitos de la vida.

Porque lo que hoy representan estas 23 niñas, que ahora son mujeres referentes, es mucho más que un equipo, es mucho más que un país, es la necesidad de tener espejos para nuestras niñas.

Yo hoy sentiré la emoción de aquel gol como si aquellas risas e insultos hubieran merecido la pena. Yo hoy sentiré la emoción de mi hija Carla, que ella sí puede jugar al fútbol y disfrutarlo sin miedo. Yo hoy, como tantas, sueño con que esas 23 niñas levanten la copa que nos dice a todas las niñas de ayer, de hoy y de mañana que “es posible” y que no nos vamos a detener.

La final es de todas. Y ya hemos ganado con ellas todas las niñas de este país a las que un día nos dijeron que no era nuestro lugar.

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