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Alberto Ginés, el oro en escalada nacido de un punto débil

El cacereño de 18 años, que decidió centrarse en mejorar la velocidad, se impone en el estreno olímpico de la disciplina al estadounidense Coleman y al austriaco Schubert

Alberto Ginés, con el oro de escalada deportiva en el podio de Tokio. En vídeo, primeras declaraciones tras su victoria.Vídeo: MAXIM SHEMETOV / REUTERS

El día de la primera final olímpica de escalada, soñar parecía legítimo en el caso de Alberto Ginés, un chico cacereño de 18 años de ideas claras y nervios de acero. Pero el oro que ahora cuelga de su cuello sirve para reventar las cábalas más optimistas: resulta tan sencillo fallar escalando, resbalar, perder un pie, que en el infierno japónes de calor y humedad los pronósticos acabaron por estrellarse. Todos salvo el que concedía a Alberto Ginés una opción de medalla. Llegó la final y la pelea por los metales resultó terrible y, seguramente, alimentará una nueva legión de adeptos, sorprendidos por la emoción del certamen, la incertidumbre, la estética de los movimientos creados por los escaladores y el atractivo de un deporte que vive una explosión descontrolada.

“Todavía estoy intentando asimilarlo, porque lo he visto en la pantalla y me he dicho: ‘Ahora tiene que cambiar algo’. Estoy en una nube, muy contento”, dijo poco después. Y explicó cómo había vivido los tensos minutos de espera hasta confirmar su éxito: “He terminado la cuerda, he bajado y me he sentado. Estaba primero, y me estaba comiendo la cabeza haciendo números. Al final se ha quedado como estaba, yo primero”.

El joven medallista Alberto Ginés, durante la final de escalada en Tokio. En vídeo, reportaje de EL PAÍS SEMANAL al primer campeón olímpico en escalada deportiva.Vídeo: DIMITRI TOSIDIS/ EPS

El oro de Ginés se cimentó en la prueba de velocidad (los puestos vienen dados por la combinación de los resultados de velocidad, bloque y dificultad), el patito feo, la cita que menos inspira a los escaladores de toda la vida, a los más fuertes. Ni el checo Adam Ondra ni el austriaco Jakob Schubert, los dos máximos favoritos, habían trabajado la velocidad, tan seguros estaban de sus opciones en las dos pruebas restantes. Fue su tumba. Consciente de su fragilidad en el bloque, seguro de su talento en dificultad, Ginés decidió apostar por mejorar su faceta de velocista: más sencillo a corto plazo que mejorar en bloque. Su órdago explica el oro. O casi.

No hay campeón sin suerte, y en este sentido la jornada no pudo empezar de mejor manera para el extremeño. En la primera eliminatoria de velocidad, el participante más joven, Colin Duffy (17 años, EEUU), regaló a Ginés la clasificación al realizar una salida nula. La circunstancia le permitió barrer en segunda ronda a Ondra y citarse en la final con el japonés Narasaki, más rápido que el español. Pero en un desenlace dramático, el nipón resbaló, y entregó el primer puesto. Sin hacer esfuerzos, Ginés lideraba la final, pasando a ser un rival a batir.

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El turno del bloque enfrió las expectativas del equipo español, que asistió con gesto torcido al séptimo puesto de Ginés, es decir, el último de los finalistas. Faltaba la disputa de la prueba de dificultad, la cuerda, la escalada de toda la vida, la que adora Ginés. Necesitaría una enorme actuación para llevarse la medalla. “Tan feliz estaba Alberto de entrar en la final que toda la presión se había desvanecido, y sin presión se escala mucho mejor”, explica David Macía, seleccionador nacional y entrenador personal del extremeño. Ya encordado, Ginés no resopló: miró el muro, repasó los movimientos y se puso a escalar con una naturalidad desconcertante. Campeón del mundo júnior, segundo del mundo en el ránking absoluto de dificultad en 2019, cuarto en 2020, el español no ha ganado ninguna prueba absoluta de la Copa del Mundo, pero sí se había colgado una plata europea. Le faltaba explotar. Que lo hiciera en los primeros Juegos para su deporte revela su tremenda fortaleza mental.

El viento soplaba a favor para Ginés, incrédulo ante la mala actuación en bloque de Ondra y Schubert. De pronto, sus rivales eran norteamericanos, Coleman y Duffy, pero el primero pena con la cuerda y el segundo, nervioso, no acertó a superar al español con claridad, quien dibujaba ya una sonrisa de oro.

Alberto Ginés es fruto de un esquema tópico en nuestro país: el del padre escalador que inicia a su hijo en el mundo vertical, que recorre millas los fines de semana buscando escuelas donde descubrir escenarios de roca.

Parte de ese relato lo hizo este jueves su madre María Victoria López, que siguió la prueba con otros miembros de la familia desde la sede del Comité Olímpico Español en Madrid: “En Cáceres hay muchas encinas pero pocas paredes, con lo cual Alberto escalaba en un rocódromo del año de la pera. Tenía que hacer muchos kilómetros con su padre, se iban el viernes por la tarde a 800 km, a Francia para entrenar el sábado por la tarde y el domingo por la mañana. Así muchos fines de semana. Nuestras vacaciones eran irnos a los mejores rocódromos del mundo con su entrenador en Austria, Alemania… todos juntos un mes en una furgoneta”, contó. “Sabe más que a un oro, sabe a gloria bendita”.

Ginés casi era un niño cuando se clasificó de forma impensada para los Juegos, tanto que el comentarista del certamen de Toulouse no sabía ni su nombre, pero tuvo la elegancia de preguntar y pedir al cacereño que regresase al escenario para presentarlo ante el público. Pero el éxito de Alberto se explica también desde el trabajo de su entrenador, David Macía. Este último es el verdadero pionero mundial de las teorías de entrenamiento científico, y su método, publicado, ha sido empleado por todos los entrenadores del globo. Ginés reside en el CAR de Sant Cugat y allí, a las órdenes de Macía, ha cocinado un oro increíble basado en la mejora de un punto débil: la velocidad.

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