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DIARIO DE UN EXOLÍMPICO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un medallero sobrevalorado y el machote de El Fary

¿Es tan difícil ponderar las especialidades teniendo en cuenta factores como las modalidades que tiene cada una o la dificultad que supone el alcanzar el éxito?

Yulimar Rojas (izquierda), oro olímpico en triple salto, se abraza con la española Ana Peleteiro (derecha), medalla de bronce, tras romper el récord del mundo (15.67).
Yulimar Rojas (izquierda), oro olímpico en triple salto, se abraza con la española Ana Peleteiro (derecha), medalla de bronce, tras romper el récord del mundo (15.67).DYLAN MARTINEZ (Reuters)

Me rindo. Mis intentos por relativizar el valor del medallero chocan cada cuatro años con una costumbre que no hay forma de erradicar. Ya sé que da mucho juego mediático y que una clasificación, sea cual sea, siempre pica la curiosidad y permite jueguecitos como ver quién tenemos delante o detrás. Vale, pero de ahí a considerarlo un método con fundamento para comprobar la salud del deporte de un determinado país va un largo trecho.

De entrada yo desconfiaría de una clasificación que si nos la creemos, nos dice que Qatar o Kosovo están mejor que España o Suecia. También conviene recordar cómo se reparten cuantitativamente las medallas. En boxeo, por ejemplo, hay 39 medallas en juego, 42 en remo, tiro otorga 45, halterofilia reparte 52, lucha da 54, ciclismo, 66, y natación, 111. Mis respetos a todos estos deportes y a todos los medallistas, sabedor de que cada metal cuesta un mundo conseguirlo. Pero parece algo desequilibrada la balanza con respecto a deportes colectivos como el fútbol, baloncesto, balonmano, waterpolo, voleibol o hockey, que solo tienen seis cada uno que dar. Sin desmerecer a nadie, no cuadra que, a efectos del dichoso medallero, puntúe igual los 100 metros espalda que la competición de balonmano.

¿Es tan difícil ponderar las especialidades teniendo en cuenta factores como las modalidades que tiene cada una o la dificultad que supone el alcanzar el éxito? El gimnasta Ray Zapata se quedó sin el oro porque su ejercicio, puntuado igual que el del israelí Dolgopiat, fue considerado por los jueces de menor dificultad que el de su rival. O sea, que el grado de dificultad se puede cifrar y en muchos sitios cuenta. En el medallero, no.

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Por no valer, el medallero no vale ni como elemento comparativo individual de cada nación. Cómo va a valer si metemos todo en el mismo saco y solo nos preocupa el número final. La ecuación menos medallas peor, más medallas mejor, es tan simple como inexacta. Y otra cosa más. La clasificación se hace a partir del número de oros. Llevándolo al extremo, un país con un único oro como bagaje quedaría por delante de otro con 73 platas y 150 bronces pero ningún primer puesto. Vamos, que se le ve demasiado el plumero al medallero.

No estoy abogando por señalar deportes de primera o segunda categoría. Pero se supone que si le damos tanta bola a este sistema y hasta lo utilizamos para medir nuestro rendimiento como país, qué menos que lo que nos cuente se ajuste un poco más a la realidad que lo que hace actualmente. Gloria eterna a cada campeona o campeón, pero si queremos una clasificación de referencia, igual ha llegado el momento de cambiar la actual por injusta y obsoleta.

Postdata. Ahora que están anunciando un programa sobre El Fary, me viene al pelo su legendaria y troglodítica frase “Detesto al hombre blandengue”. Lo digo porque creo que igual hay más Farys por ahí de los que pensaba. Son en general hombres muy machotes que, entre otras cosas, no soportan cualquier signo de vulnerabilidad, de compañerismo entre rivales o de humanidad. No, el deporte es una pelea donde no se hacen prisioneros ni amigos, donde la victoria, sea como sea, es el único objetivo, donde la debilidad y la derrota hasta debería ser castigadas. Y así, ante uno de los momentos más bonitos de los últimos días, cuando Ana Peleteiro se vuelve loca de alegría ante el récord mundial de su rival, solo ven a una blandengue. De verdad, qué tristeza ser así.

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