Depor, una lección sentimental
Un club sufridor por excelencia retorna al fútbol profesional con una afición que le ha arropado en la derrota tanto como en la gloria
Un año y una semana después del ascenso a la eternidad de Arsenio Iglesias, su Deportivo ha ascendido de nuevo a Segunda. La muchedumbre que el 5 de mayo de 2023 lloraba con pesadumbre en A Coruña la pérdida de su hombre leyenda volvió a llorar este 12 de mayo de 2024 su incontenible alegría por haber puesto fin a un calvario de cuatro temporadas fuera del fútbol profesional. Riazor fue otra vez un hervidero de sentimientos, plasmado en el autor del gol decisivo. Como si todos los símbolos se hubiesen alineado para la celebración, el honor correspondió a Lucas Pérez, ese chaval de barrio que ha mostrado que aún se puede ser futbolista sin necesidad de ser un mercenario: pagó de su bolsillo medio millón de euros para dejar la Primera División e irse dos categorías más abajo a socorrer al club de su vida.
En el Depor casi todo sucede en mayo. Fue un 14 de ese mes de 1994 —este martes se cumplen 30 años— cuando la Liga vivió en Riazor el desenlace más cruel nunca visto: un equipo humilde, sin ningún título en su trayectoria, perdía el campeonato que tenía a su alcance al fallar un penalti en el último minuto. La mitología del fútbol adjudica a ciertos clubes la etiqueta de sufridores y en eso pocos pueden igualar al Depor. Entre los setenta y los ochenta penó casi dos décadas sin jugar en Primera. En 2011 perdió la máxima categoría tras haber logrado un número de puntos con el que nadie ha descendido jamás. Unos años después se le escurrió el retorno a Primera en el último partido. Luego cayó al pozo de la tercera categoría sin poder disputar el duelo decisivo por causa de la pandemia. Las dos temporadas anteriores perdió otra vez el ascenso en los momentos finales, en una ocasión en el último choque, en su propio estadio y cuando el empate le bastaba.
Y a pesar de todo, el deportivismo no ha desfallecido. El propósito del fútbol —resulta banal decirlo— es ganar, y en la memoria de los clubes están inscritas en primer lugar sus gestas, en el caso del Depor, su Liga, sus dos Copas y sus fabulosas campañas en Europa. Las victorias engrandecen por sí mismas. El verdadero desafío reside en transformar las derrotas en un acto de grandeza. Sobre eso el deportivismo lleva años prodigando lecciones. Lo hizo tres décadas atrás, cuando convirtió en un héroe a Djukic, el malogrado ejecutor del malhadado penalti. Y lo ha vuelto a hacer ahora, cuando el club ha rondado el abismo.
Durante cuatro campañas, domingo tras domingo, decenas de miles de deportivistas han estado al lado de su equipo arrostrando tropiezos y fallos inconcebibles en los momentos cruciales. Riazor ha arropado a los suyos frente al Tarazona o el Arenteiro con el mismo sentimiento y la misma dedicación que lo hizo cuando estuvieron enfrente el Madrid, el Bayern o la Juventus. Las sobrecogedoras imágenes del domingo, con más de 33.000 espectadores en el estadio —récord en la categoría— y otros miles más en la calle son ya parte de la historia del club, tanto como las mayores hazañas en los tiempos de la elite. Porque nadie paladea mejor el sabor de la victoria que quien antes ha conocido el del sufrimiento. Ya lo dijo el sabio Arsenio: “El mundo no se gobierna únicamente por los sentimientos de los ganadores natos”.
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