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PAISAJES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una segunda oportunidad

La Copa se convierte cada año en la tabla de salvación de aquellos equipos metidos en aguas turbulentas de la semanal Liga y permite convertir temporadas grises en inolvidables faros de luz que brillen para siempre

El entrenador del Celta, Rafa Benítez, durante los octavos de final de la Copa del Rey frente al Valencia.
El entrenador del Celta, Rafa Benítez, durante los octavos de final de la Copa del Rey frente al Valencia.AFP7 vía Europa Press (AFP7 vía Europa Press)
Andoni Zubizarreta

Se diría que allá por el mes de julio, cuando conocemos el calendario de la temporada que está llegando, la competición de la Copa del Rey es ni tan siquiera secundaria sino terciaria. Vale, exceptuemos tal vez Bilbao donde la Copa es un rito, una leyenda, puede que un dolor pero siempre una fuente de ilusiones. En el resto hay veces que se diría que resulta hasta un tanto molesta, incómoda y poco rentable para todos aquellos que transitan por las competiciones europeas y tienen grandes sueños en Liga. Ya saben, son las semanas veraniegas en las que las Ligas están ganadas, las competiciones europeas y sus dineros son objetivos preferenciales y nadie se atreve a insinuar que las cosas pueden ir mal.

Bueno, rectifico y pido disculpas por la mirada distorsionada que solo observa, y escucha, la Champions y solo mira las cuatro primeras plazas de la Liga de Primera División olvidando el fútbol, todo el fútbol, que está englobado en eso que parece solo necesario para que se puedan celebrar partidos cada fin de semana o puede que cada martes y miércoles para que todo eso se pueda incluir en el paquete televisado. Para que se monetice y genere una parte decisiva de los derechos económicos que permiten a los equipos grandes ser tan grandes.

Se diría que la Copa del Rey es esa competición que se constituye en salvavidas financiero de los clubes de Primera o Segunda Federación, hasta Segunda División, porque la presencia de uno de esos equipos llamados grandes puede generar una taquilla, otra vez los recursos económicos, que equilibre el presupuesto, garantice los contratos firmados en junio e incluso pueda permitir alguna aventura en forma de fichaje en el mercado de invierno.

Se diría que esa hipotética inyección financiera nos ha privado de un sorteo puro desde el inicio de la competición que pueda dar, por ejemplo, con dos equipos de Primera Federación jugando la semifinal copera y garantizando la presencia del fútbol que hace equilibrios para encontrar el mejor horario para sus partidos entre la avalancha de partidazos europeos de cada fin de semana. Pero hemos decidido, tal vez con gran acierto, tal vez con una fuga de sueños, que cambiamos esta opción por la lotería del enfrentamiento contra uno de esos llamados grandes que permitan tener a los ídolos de la tele en el estadio de todos los fines de semana y, por qué no, soñar con la machada y con derrotar a cualquier Goliat futbolero.

Se diría que esa competición incómoda de julio se convierte cada año en la tabla de salvación de aquellos equipos metidos en aguas turbulentas de la semanal Liga y que encuentran en el fútbol local de entre semana un espacio donde olvidar las penas ligueras, europeas, y la opción de poder soñar con llegar lejos, por qué no hasta la final, para convertir temporadas grises en inolvidables faros de luz que brillen para siempre.

Se diría que la Copa del Rey es el premio, puede que de consolación pero premio al fin y al cabo, con el que los llamados equipos grandes puedan concluir que la temporada no ha sido tan mala y que sus repletos museos alberguen un nuevo trofeo, un nuevo argumento para un sufriente y desgastado relato.

Se diría que la Copa del Rey es ese examen de recuperación que una vez superado, se convierte en el mayor y mejor logro de todo el curso y el que justifique unas vacaciones tranquilas después de una rúa de celebración que el mes de enero se antojaba imposible e inalcanzable.

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