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Blogs / Deportes
El Montañista
Coordinado por Óscar Gogorza
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Marc Toralles y Bru Busom, los alpinistas que no saben venderse

Los escaladores catalanes, con posibilidades de ser los primeros españoles en ganar un Piolet de Oro, firman otra gran ascensión en el Hindu Kush mientras esperan una ayuda económica que no llega

Alpinistas Catalanes
De izquierda a derecha, Bru Busom, Oriol Baró, Marc Toralles y Guillem Sancho. Imagen cedida por Bru Busom.

Marc Toralles y Bru Busom nunca fallan, ni siquiera cuando fallan. De hecho, no se permiten perder la ocasión de asumir enormes retos alpinísticos, ascensiones que dejan boquiabierta a la comunidad de especialistas. Lo suyo es un asunto de estricta necesidad: vital y económica. La pareja catalana constituye la vanguardia del alpinismo español, sencillamente porque nadie apuesta tanto ni tan fuerte como ellos. Para ser un alpinista de referencia hace falta una cualidad que no se entrena. Hace falta tener hambre, una necesidad que sale de las tripas y que la cabeza apenas puede controlar. Recién llegados de un periplo de 45 días en las montañas del Hindu Kush (macizo ubicado entre el norte de Pakistán y Afganistán), ambos extraen conclusiones y se declaran satisfechos de haber sido capaces de exprimir al máximo una aventura que tenía muchas posibilidades de torcerse y acabar de forma amarga. Toralles y Busom, acompañados por los también catalanes Oriol Baró y Guillem Sancho, viajaron este verano a una de las áreas más salvajes y remotas del planeta, un lugar que ni siquiera los alpinistas visitan. Tan solo unos pocos. Su cita con el Saraghrar, montaña que ofrece varias cimas secundarias y una principal que culmina a 7.349 metros, constituía en sí misma un homenaje a la historia del alpinismo catalán y la oportunidad de ir más allá mejorando lo presente.

Para ello, el cuarteto se había fijado en la posibilidad de abrir una nueva ruta, en un exigente terreno de roca. Progresaron en la vertical cerca de 500 metros hasta que dos días de nevadas intensas les obligaron a abandonar su idea en la vertiente noroeste de la montaña. Sin tiempo para acabar la faena, cambiaron de vertiente y decidieron repetir una ruta estrenada en 1982 por un poderoso equipo en el que figuraban, entre otros, Enric Lucas y Nil Bohigas. Estos dos últimos firmarían dos años después una de las grandes hazañas de la historia del alpinismo, adelantándose décadas a su época y escalando en estilo alpino la cara sur del Annapurna, donde alcanzaron su cima central de 8.061 metros. Tenían 23 y 26 años respectivamente y aterrizaron en el campo base con sus novias, como si se hubiesen marchado de vacaciones a Sitges. Así que la apertura de la vía de los catalanes al Saraghrar vino a ser algo parecido a un ensayo general para Lucas y Bohigas: entonces, fijaron cuerda hasta los 6.000 metros para aclimatar y desde ese punto escalaron hasta la cima del Saraghrar Noroeste II (7.200 m) en estilo alpino, invirtiendo en ésta última parte del trazado seis días. A su vez, estos dos eran deudores de un par de intentos firmados a mediados de los años 70 por apellidos tan rutilantes como Pons, Anglada o Cerdá. Como si buena parte de la historia del alpinismo catalán se citase por fases en una misma, complicada y fascinante montaña.

Ahora, Toralles y Busom han repetido itinerario escalando la totalidad de la ruta en estilo alpino: cuatro días para subir y dos para bajar. Toralles y Busom apenas han pasado un par de días en su casa antes de salir disparados hacia Chamonix, donde les espera su trabajo como guías de montaña. “Lo más comprometido resultó el descenso en rápel. Pasamos casi dos días colgados de los arneses, abandonando cuidadosamente material para no quedarnos sin opciones de descender”, explica Toralles. Muy alto en la pared, un parte meteorológico desfavorable disuadió a Baró y Sancho de perseverar, pero Busom y Toralles escogieron seguir.

En diciembre de 2022, estos dos últimos fueron declarados deportistas de alto nivel por el Consejo Superior de Deportes, hecho que no ha tenido reflejo alguno en sus apoyos económicos. Su forma de relacionarse con el alpinismo de élite tiene muchas más similitudes con la historia de precariedad de Federico Martín Bahamontes que con el futuro brillante que se le augura a Juan Ayuso, por citar un deporte como el ciclismo al que Marc Toralles se ha enganchado con verdadera pasión. Resulta que la élite del alpinismo español se paga sus expediciones (4.000 euros por cabeza para viajar al Saraghrar), trabaja a destajo, ahorra y vuelve a gastarse lo ahorrado en un nuevo proyecto. Si bien Toralles y Busom tienen el apoyo de sendos fabricantes de material de montaña, ninguno cobra, a diferencia de otros alpinistas que sí lo hacen y no exhiben ni de lejos un currículo más brillante. En la era de las redes sociales, el alpinista no debe ser brillante: solo ha de parecerlo. Busom y Toralles tienen muchas posibilidades de optar al Piolet de Oro, el máximo galardón que otorga cada mes de noviembre el mundillo del alpinismo y que ningún español ha obtenido jamás. Su impresionante ascensión en la cara este del Siula Grande (Perú) en el verano de 2022 bien lo merece. “Todavía puedo recordar el miedo intenso que pasamos ante los peligros objetivos y la severidad de la ruta”, se estremece Toralles.

Marc Toralles, con la mochila de 20 kilos que portaba durante su expedición al Saraghrar. Imagen cedida por Bru Busom.
Marc Toralles, con la mochila de 20 kilos que portaba durante su expedición al Saraghrar. Imagen cedida por Bru Busom.

Mientras esperan su nominación, ambos recorren con sus clientes el Cervino, el Mont Blanc, el Eiger y asumen cualquier trabajo antes de que finalice el estío. Duermen en los parkings de Chamonix, a veces dentro del coche, a veces sobre colchonetas tendidas sobre el piso. Saben que no ganarán en invierno lo que no ganen ahora. “Bru es el alpinista más excepcional del país. Puede que no sea el escalador más fuerte, pero si el más comprometido y el que más fuerza mental presenta. Empuja siempre fuerte hacia arriba”, alaba Toralles, quien con enorme humildad se reconoce un peldaño por debajo en cuanto a motivación. Su cordada parece indestructible. “Es tan fácil escalar con él, entenderse, que hasta cuando disentimos logramos dar con un punto medio que resulta la decisión correcta”, relata Toralles, quien a sus 40 años es el equilibrio perfecto para el empuje de los 31 años de Busom, un tipo extremadamente modesto y risueño. Ambos desearían poder planificar con esmero sus expediciones, viajar al menos dos o tres veces al año, alcanzar un nivel de profesionalismo que les resulta esquivo, por falta de apoyos. “Es cierto que tenemos un problema: no sabemos vendernos, no nos gusta vender humo. Y cuando logramos algo importante nos cuesta un mundo sacarle partido. En los tiempos de la comunicación que vivimos, es un gran hándicap”, reconoce Toralles.

“En el Himalaya y en el resto de grandes montañas, todo está siempre en contra: el mal tiempo, las dimensiones exageradas de las paredes, el miedo a lo desconocido, los peligros objetivos… todo hace que uno pueda excusarse y renunciar. Pero a nosotros nos cuesta tanto ahorrar y viajar que una vez in situ, lo damos todo. No podemos permitirnos el lujo de flaquear. He visto a expedicionarios a sueldo y con muchos medios renunciar por nimiedades: es un lujo con el que no contamos”, reconoce Toralles. Como Bahamontes, su fuerza puede que resida en su urgencia, en la imposibilidad de apoltronarse, en la voracidad de los sueños que persiguen. Una fuerza que en apenas un lustro los ha colocado en la élite del alpinismo mundial, donde no caben las excusas.

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