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Blogs / Deportes
El Montañista
Coordinado por Óscar Gogorza
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‘Rust’, el border collie que rescató a una senderista perdida en la Patagonia

Un perro adiestrado por una doctora de la zona encuentra a una mujer que se había caído tres días antes en un paraje salvaje a los pies del Cerro Torre, uno de los epicentros del alpinismo

Romina Zarate Patagonia
Romina Zárate, en una autofoto poco antes de perderse.

Fueron dos ladridos que sonaron como dos disparos. Romina Zárate se despertó creyendo que lo había soñado, que su cabeza aturdida por el estrés y un cansancio insondable empezaba a jugarle malas pasadas. Volvió a cerrar los ojos y entonces escuchó nuevos ladridos de perro. Si había un perro podría haber un grupo de rescate. Solo que no tenía fuerzas para ponerse en pie, para gritar, para salvarse. Entonces, el miedo a morir le concedió fuerzas: de mala manera se irguió sobre sus pies descalzos, sangrantes, semi helados y empezó a gritar, recordó que iba vestida de negro y que nadie la vería de esa guisa, así que agarró su mochila gris y roja y la levantó por encima de su cabeza, agitándola como poseída. Entonces, alguien gritó a su espalda: “La veo”. Pocos minutos después, se abrazaba a un rescatador.

50 voluntarios, habitantes y escaladores de visita en El Chaltén, un diminuto enclave perdido en la Patagonia argentina, llevaban tres días buscando una aguja en el inmenso pajar de terreno que rodea a las icónicas montañas de la zona: el Cerro Torre y el Fitz Roy. Se trata de uno de los lugares de la Tierra más salvajes y aislados, una tierra sometida, además, a una meteorología enloquecedora. También es uno de los epicentros del alpinismo y el senderismo, un lugar que recibe enormes masas de turistas de montaña que van y vienen, arriba y abajo, pese a que no existe un servicio de rescate profesional ni hay helicópteros. La Comisión de Auxilio de El Chaltén está compuesta por voluntarios, y ahora mismo el héroe de este grupo heterogéneo se llama Rust y es un perro de raza border collie de ocho años entrenado para dar con personas perdidas. El de Romina es su primer rescate.

La dueña del perro es Carolina Codó, también la doctora del lugar y la creadora del servicio de rescate. Con la ayuda de adiestradores profesionales, Carolina formó a su perro y no ha dejado de entrenarlo metódicamente desde hace años. Por si acaso, porque en este lugar todas las ayudas son pocas. Pero el día que más se necesitaba la labor de Rust, la doctora estaba lejos, de vacaciones, y el perro, al cuidado de una de sus mejores amigas, Angie Felgueras, cuya casa dista apenas unos metros. “La he visto a Caro tantas veces entrenar a Rust que me sabía las órdenes que tenía que darle para que empezase a buscar, así que junto a un amigo escogimos una zona y nos pusimos a caminar. De normal, el perro siempre trata de jugar, nos trae palos, se los tiramos, pero al darle la orden dejó los juegos y se puso a buscar sin descanso”, explica Angie.

Romina, de 36 años, se extravió el viernes 21 de abril. Dejó su hospedaje en el Chaltén a las nueve de la mañana y no dejó dicho adónde se dirigía, una de las recomendaciones más repetidas por las instancias que rigen el mundo del montañismo: “Es un error que asumo”, dice. A media tarde, tras pasar por la cima de la Loma del Pliegue, la senderista se dio cuenta de que no estaba regresando por el mismo camino que había empleado para ascender. Consideró dar media vuelta, pero convino que le sería muy complicado encontrar la senda por la que llevaba ya un rato progresando. Poco después, supo que se había perdido, pero se consoló a sabiendas de que el pueblo no quedaba lejos y que sería capaz de dar con una forma de regresar… antes del anochecer. Además, si lograba dar con el río Fitz Roy, que es un afluente del río de las Vueltas, que pasa por El Chaltén, seguirlo le bastaría para regresar a la civilización. Poco después, vio un torrente y lo siguió, convencida de que la llevaría hasta el curso de agua. Pero el terreno cada vez más vertical y resbaladizo, unido a las crecientes prisas por evitar que cayera la noche, le jugó una mala pasada: cayó unos ocho metros, rebotando entre rocas musgosas y golpeándose con violencia todo el costado izquierdo.

Cuando se puso en pie, su muñeca izquierda estaba quebrada. Pero el río quedaba a la vista. Cruzarlo casi acaba con ella. Segundos después de empezar a chapotear, la corriente, de aspecto benigno, la arrastraba sin remedio, así que tras perder pie, se dejó llevar bocarriba. El agua estaba congelada. “Empezaba a no sentir los pies, puesto que la fuerza del agua se había llevado mis botas. Me dije que si no llegaba a la orilla rápido, nunca lo conseguiría. No sé cómo, pero acerté a ponerme de pie y salvar los seis metros finales”, recuerda en conversación telefónica. Estaba al otro lado, pero en un terreno espantoso de matojos, rocas, vegetación tupida y con un pequeño cerro o montaña frente a ella. Decidió subir, pero descalza, sus pies enseguida eran un cuadro de calcetines destrozados y dedos ensangrentados.

El border collie 'Rust', de regreso a casa tras dar con la senderista desaparecida.
El border collie 'Rust', de regreso a casa tras dar con la senderista desaparecida.

Sin saberlo, estaba en la cima del Cerro de los Cóndores, desde donde vio algo que la llenó de esperanza: la luz roja de la torre de telefonía de El Chaltén. Milagrosamente, pese al baño, su teléfono aún funcionaba y tenía cobertura. Pudo hablar con su hermano, en Buenos Aires, y con toda la calma que pudo reunir le pidió que alertase a la Comisión de Auxilio. “Y volví a cometer un error de bulto, porque olvidé decirle dónde estaba, qué excursión había emprendido, lo que hubiera acelerado mi rescate”. Ya no lo pudo remediar, porque su teléfono dejó de funcionar poco después de efectuar la llamada. Desde esa cima también advirtió un sendero (el que lleva al Cerro Torre), pero cuando trató de buscar la manera de alcanzarlo, comprobó que un cortado le borraba las esperanzas. Además, anochecía ya, y decidió esperar ahí mismo el amanecer.

Mientras, Angie y Rust regresaron a casa sin haber encontrado rastro de la desaparecida y ahuyentados por un viento que apenas permitía a los rescatadores mantenerse en pie. Romina encontró un lugar entre unas rocas y se tumbó, barrida también por un viento feroz que, al menos, la secó por completo. Se había vendado los pies con las perneras de sus pantalones, pero estos eran ya jirones lastimosos. Se puso también los guantes en los dedos de los pies. Todo para no congelarse. “La noche fue horrible, angustiosa. No podía creer lo que me estaba pasando”, explica. A la mañana siguiente, la sed la hizo desandar el camino y descender hasta el río, donde quizá la viesen más fácilmente. Esperó en vano casi todo el día y decidió regresar al atardecer a su vivac. No llegó. Los pies destrozados, el terreno abrupto, los arañazos y golpes para no perder pie acabaron pronto con sus fuerzas, así que se tiró en el lugar menos incómodo que encontró. Empezó a llover, sacó su chubasquero-capa, pero este no lograba taparla del todo: los pies quedaban al aire si se cubría la cabeza, y a la inversa. La noche volvió a ser de pesadilla.

Angie, su amigo y Rust salieron antes del amanecer, escogiendo esta vez la Loma del Pliegue. El perro parecía haber encontrado un rastro y cuando alcanzó el río empezó a ladrar, mirando a la ribera y a Angie de forma alternativa hasta que empezó a jugar: su labor había terminado. “Es alucinante: dio con el sitio exacto por donde Romina cruzó el río”, se felicita Angie. “Dejé varios rastros de orina. Quizás eso ayudó a Rust”, apunta Romina.

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