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El Madrid juega con el Valencia y vuelve a la final de la Copa del Rey

El equipo blanco, guiado por Campazzo y catapultado por Musa (95-76), alcanza su décima final del torneo en los últimos 11 años

Gabriel Deck (c) disputa un balón con Stefan Jovic (i) y Víctor Claver (d), durante el encuentro de este sábado.
Gabriel Deck (c) disputa un balón con Stefan Jovic (i) y Víctor Claver (d), durante el encuentro de este sábado.Daniel Pérez (EFE)
Jordi Quixano

Hace tiempo que este Madrid ha hecho de la victoria una rutina, equipo que juega al baloncesto y de paso con el rival, que deshoja ya impaciente la margarita para saber cuántos títulos conseguirá al final del curso, incontestable en la Liga y en la Euroliga, también ahora en la Copa del Rey. Eso explicó en la semifinal ante un Valencia que apenas le duró dos actos, contrincante que nunca se lo acabó de creer y que a la que perdió el paso –y se enredó de forma asombrosa con un mate fallido de López-Arostegui que le hubiese servido para ponerse por delante en el ecuador del duelo– se dio por vencido. Un envite (o más bien una pachanga) que, en cualquier caso, no erosiona ni desgasta al Madrid para el partido definitivo, ese que debe confirmar lo que su juego y números vocifera: que no hay nadie mejor.

Un fuerte olor a pólvora daba la bienvenida al Martín Carpena dos horas antes de que comenzara la semifinal, petardos de júbilo y ánimos de la afición del Valencia, que ya se desgañitaba al ritmo que ponían las baquetas en los tambores. Una señal más de que la Copa es una fiesta, donde las hinchadas confraternizan y comparten mantel y noches en la ciudad de turno, un tercer tiempo de rugby en toda regla. Pero lo que se festeja en la grada se compite en el parquet. Y ahí el Madrid no tiene eco ni sombra. Entre otras cosas porque ataca por tierra, mar y aire, porque así no hay quien le tosa.

REAL MADRID, 97 – VALENCIA, 76

Real Madrid: Campazzo (10), Musa (18), Deck (9), Yabusele (14) y Tavares (7) –quinteto inicial–; Rudy (5), Hezonja (3), Llull (11), S. Rodríguez (8) y Poirier (10).

Valencia: Jones (9), Jovic (2), Puerto (0), Inglis (5) y Davies (18) –quinteto inicial–; Harper (7), Claver (0), Anderson (12), Pradilla (2), López-Arostegui (12), Ojeleye (9) y Pangos (0).

Parciales: 23-17; 25-22; 32-16; y 15-21.

Árbitros: Carlos Peruga, Carlos Cortés y Luis Miguel Castillo. Eliminado por faltas, Davies.

El equipo blanco comenzó el duelo con la idea de utilizar a Tavares como la palanca que mueve al mundo, bolas a la pintura para que se batiera el cobre con un Davies que a las primeras de cambio se cargó con dos personales. Tremenda losa para el Valencia porque en siete minutos solo contó con la muñeca del pívot, dos triples y nada más. Lo demás, agua. Más que nada porque tenía prisa por tirar, casi siempre malas elecciones, lanzamientos que no tocaban el aro, tapones por doquier y finalmente una cara de circunstancias porque el baloncesto era unidireccional. Edén para el Madrid, que firmó un parcial de 16-0, garrotazo de aperitivo. Porque Deck siempre se las ingenia para ver la canasta; porque no hay rendijas que se le resistan a Musa; porque Campazzo suma o multiplica; porque el Madrid es mucho Madrid. Aunque Chris Jones, ratonil él, trató de meter a los suyos en el encuentro, al menos para cerrar el cuarto con esperanza (23-17). La bofetada llegaría después y lo haría de la forma más inverosímil...

Resulta que en el segundo acto ocurrió más de lo mismo, toda vez que el Madrid apretaba el acelerador y se marchaba, el juego de la comba. Aunque ahora lo hacía con el fondo de armario, con dos viejos rockeros de oro como lo son Sergio Rodríguez y Sergi Llull, que metían triples y bandejas como churros. Tralla que volvió a poner los dos dígitos de diferencia y que parecía dejar grogui al Valencia, de nuevo sobreexcitado y fallón, sobre todo en la elección de tiro. Pero Davies volvía a sacar a Tavares de su zona de influencia y, como en los orígenes, se definía con triples que eran pura gasolina para los suyos. Y así, desde la periferia, el Valencia ponía al fin en apuros al equipo blanco, francotiradores Harper, Ojeleye y López-Arostegui. Un golpe de efecto porque lograron ponerse 42-41; un golpe con rebote y moratón porque ahí fue cuando López-Arostegui encaró el aro en solitario para poner por delante al Valencia. Era un mate para la galería, para disfrutar... Y sucedió la tragedia porque sufrió un gatillazo y se le encasquilló el brazo, error incomprensible y nuevo sprint del Madrid para llegar al entreacto con nueve de ventaja. Lo peleado y ganado, perdido en un soplido.

De nada le sirvió al Valencia el reposo, el tomarse un respiro para atemperarse. Desquicio que evidenció Davies al cometer la cuarta personal nada más comenzar la tercera parte. El mejor taronja con la pelota entre las manos escogía de la peor de las maneras y dejaba al equipo manco. Y darle una pequeña ventaja al Madrid es darle demasiado. Así, a la velocidad de las piernas y cabeza de Campazzo, el equipo de Chus Mateo apretó el botón del hiperespacio y reventó el duelo (66-44).

Tiempo de gozo para los jugadores del Madrid, que a la vez que su rival bajaba la cabeza, ellos la alzaban gallardos con miradas retadoras al público [al vacío, en verdad] que no son para provocar sino para alimentar el ego, para aclarar lo buenos que son. Y bien que lo son los Campazzo, Musa, Yabusele y compañía. Tanto, que en la semifinal de la Copa hicieron lo que quisieron y cuando quisieron. Un baloncesto de tropecientos quilates y muy por encima del resto que les vuelve a poner en su sitio porque han alcanzado 10 finales de las 11 últimas disputadas. Es la ley blanca; el rey de Copas.

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