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RELATOS DE UN AMATEUR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fermín y los truenos de agosto

El octavo mes del año, cuando se vacía la ciudad y nadie va a juzgarte por quién eres, es el mejor momento de demostrar lo que vales. Aunque no vaya a verlo nadie

Fermín López Martín durante el Clásico de pretemporada disputado en Texas, el 29 de julio.
Fermín López Martín durante el Clásico de pretemporada disputado en Texas, el 29 de julio.Kevin Jairaj (USA TODAY Sports via Reuters Con)
Daniel Verdú

Barcelona se vaciaba, pero unos cuantos, sin planes de playa ni ganas de tenerlos, permanecía sobre el asfalto y se adueñaba de lo poco que seguía abierto en un lugar de aires protestantes en el que las vacaciones son tan sagradas como el trabajo. Algunos no teníamos nada mejor que hacer. Y, simplemente, esperábamos al mes de agosto para demostrar aquello de lo que éramos capaces. No nos quedábamos porque tuviésemos que trabajar, ni tampoco porque nos retuviese algún encargo especial. Era nuestra pretemporada, un tiempo en el que nadie te juzgaría por tu número en el dorsal. Si salías a darlo todo, cerrabas los bares y lograbas disfrutar la ciudad de la mano de alguien de quien te pudieses llegar a enamorar, quizá podrías redimirte el resto del año.

Fermín López Martín pertenece a ese tipo de truenos de la tormenta de agosto. 20 años, criado en la cantera del Campillo, gol por la escuadra al Real Madrid de Bellingham en Texas, andando a entrenar a la ciudad deportiva del Barça en pleno verano. Como lo fue Pedrito. O lo fueron tantos otros. Tipos sencillos, sin remilgos por ganarse la vida como jornaleros del regate en campos de tierra. En Linares, o en la cancha del Premià el 2 de septiembre de 2007, cuando debutaba y un puñado de periodistas con olfato y buen gusto fue a ver nacer un equipo que haría historia, pero que entonces jugaba todavía en Tercera. Lo contaba Ramon Besa en aquel artículo que tituló Komando Pedrito. Desde Abades (Tenerife) a Huelva. Bajitos, enclenques. También, a menudo, poco agraciados y tan preocupados por driblar o filtrar un pase, como por sonreír sin mostrar el piño roto o torcido. Eso es lo que somos la mayoría. La epifanía estival confiere a estos personajes una luz especial que resplandece de forma distinta cuando no hay nadie en la calle.

Agosto solía ser un tercer tiempo. Y ocurría en todas las ciudades antes de que la sesión continua del trabajo lo colonizase todo. En Barcelona nuestros días transcurrían entre los parques, las piscinas municipales, los bares del barrio y las horchatas en la travesía de Parlament, esa encrucijada cultural entre el carrer de la Cera y Sant Antoni, donde vivían gitanos como Peret y se buscaban la vida marroquíes como Hassan, portador de todo lo necesario para pasar la tarde en un banco con un Aquarius y un librito de papel de fumar OCB. El scooter y las chanclas. Varios años así. Sin marcar con ningún color especial los días que se evaporaban del calendario. Víctor, Nacho, María y Laurita, en esos meses octavos en los que solo temíamos que regresara septiembre para convertirnos otra vez en monstruos.

Luego, cuando apareció algo en lo que mantenerse ocupado durante el año, vi pasar otros tantos agostos por la ventanilla de la línea 5 de Madrid: 14 paradas, casi siempre sin aire acondicionado. La Latina-Suances, y un polígono industrial capaz de poner en duda casi todas las ilusiones de un periodista joven que imaginaba -como corresponde a un joven- que el periodismo sucedía en otros lugares, digamos, menos periféricos. Pero al final, quién lo iba a decir, esos serán los mejores recuerdos.

El problema del fútbol, de Fermín y muchos de los suyos, es que algunos les hicieron creer que su vida quedaría a medias si no llegaban a un gran estadio. El maldito cuento del triunfo de pocos y el fracaso masivo. Quizá por eso los padres pierden los nervios en la banda y a veces el partido acaba como acaba. Ojalá no sea así. Lo nuestro, en todo caso, es distinto, como contaba Ramón Lobo en una charla en la universidad. Está en crisis, mal pagado, nos van a despedir en menos de lo que canta un gallo. Porque ya no somos lo que valemos, sino lo que costamos. Claro que sí. Pero, ¿y lo que nos hemos divertido en nuestros campos de tierra en agosto?

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos del 'calcio'.

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