La exposición de Rodrygo
El brasileño es un delantero con impacto ruidoso en el juego y un silenciador en las botas de tal manera que hasta las jugadas más explosivas parece hacerlas en medio de silencios
No diré su nombre para no exponerlo”, decía el entrenador del Santos para referirse al menino que arrasaba en categorías inferiores.
En mayo de 2016 hubo noticias frescas en la prensa brasileña, que giró el cuello a un equipo, el Santos sub-15, porque había colocado siete jugadores para entrenar con la selección de esa categoría. Sobresalía un nombre: Rodrygo. El entrenador del primer equipo del Santos, Dorívar Junior, no se aguantó y se puso a hablar de él en una radio, pero sin nombrarlo para “no exponerlo”: “Hay un chico en la base que lo hace muy bien. Es un chico prometedor. No quiero decir el nombre, tiene que completar su formación. Pero ya verás: tiene una hermosa carrera por delante. Es delantero, también juega de centrocampista. Tiene habilidad, sube, define. Es un chico interesante. Creo que tiene entre 15 y 16 años. Un niño para 2018″. Un menino para 2018, el año en que debutó en el primer equipo del Santos (ya no estaba Dorívar, lo subió Elano), y el año en que lo fichó el Madrid con el escándalo habitual: 45 millones por un crío de 18 años que hoy, con 22, vale el doble.
Una nota breve, 10 o 12 líneas, había puesto sobre aviso al Madrid. Era una nota contundente, mucho más que el juego de Rodrygo; la dificultad de explicar el juego de Rodrygo sigue siendo su grandeza. Ni siquiera se le puede adscribir a un puesto. Ya en la prensa brasileña se hablaba de él como futuro crack con palabras muy manoseadas: habilidad, buen regate, gol. Quizá del Madrid salió la primera gran definición del brasileño: agilidad mental, procesamiento rapidísimo del juego, habilidad para pensar distinto, talento para conectar de forma inverosímil con sus compañeros. A la exuberancia en el juego de Vinicius, el caudal salvaje de la exestrella del Flamengo, la continua amenaza que supone con el balón (regate, asistencia, gol) se le suma hoy un jugador desconcertante y magnético, Benzema, cuyo relevo natural, en otros parámetros, procedente de otro mundo, el que va de Francia a Brasil, puede ser Rodrygo. Un delantero con impacto ruidoso en el juego y un silenciador en las botas de tal manera que hasta las jugadas más explosivas parece hacerlas en medio de silencios, como esos pinchazos de los que te advertía la enfermera de niño cuando ya se habían producido.
En Marruecos, donde Vinicius fue la estrella desequilibrante, Rodrygo dejó la estela de una jugada monumental con Ceballos deshaciendo la defensa contraria de espaldas uno del otro. Los dos tienen una virtud futbolísticamente impresionante y poco comercial: imantan de tal manera su zona de juego que, si están en plenitud, los compañeros empiezan a jugar mejor. Los encuentran más fácil, se liberan de otra manera, el balón les llega cuando quieren y como quieren, no un segundo más ni menos. Como Modric o Benzema o Kroos, si Rodrygo o Ceballos están bien, es muy difícil que los que jueguen cerca de ellos no lo estén: son una especie de virus bueno que se extiende tan rápido como rápido va el balón. El único termómetro válido para Champions, Liga y Copa del Mundial de Clubes es el que atañe al propio Madrid, a su capacidad de consumir minutos con la pelota cercando el área y su flexibilidad en el banquillo. Eso y diagnosticar la incapacidad de concentración de su defensa, desmontada a partir de las bajas de Courtois y Militão.
Arriba mucho dependerá de Rodrygo y su cambio de ritmo, tanto físico como mental. Capaz de activarse como una estrella en los momentos más sensibles y de prender fuego en las cercanías del área rival para empezar las maldiciones, el periodista Fernando S. Tavero avisaba estos días en el As ahora que llegan los días festivos de la primavera: “Los goles de Rodrygo no aparecen, normalmente, por casualidad, sino por necesidad”.
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