Estudiantes, 75 años de un club de patio de colegio
El equipo de baloncesto celebra su aniversario entre malabarismos para sobrevivir en la Liga LEB con una deuda de 7 millones, pero con el apoyo incondicional de la afición y de los patrocinadores
Dice Pepu Hernández que él “fue educado en latín, griego, filosofía y baloncesto, todo al mismo tiempo”. Pepu fue alumno del Ramiro de Maetzu, jugador y entrenador de Estudiantes. El vínculo entre las dos instituciones es tan estricto que cuando cruzas la valla para entrar al colegio, pasas por delante de las puertas del pabellón Antonio Magariños y te encuentras con el fisio del primer equipo o el entrenador del femenino. Lo habitual es ver a los empleados del club charlar con Mus [Mustafá], el guardián de la entrada del Ramiro. Es un viernes soleado de enero y hace un frío que pela, pero las canchas de baloncesto del instituto están repletas de alumnos y alumnas durante el recreo. Se agolpan para tirar a canasta. El sonido de la pelota contra el suelo es lo que más se escucha, una y otra vez, una cancha detrás de otra. Aquí no hay porterías, ni campos de fútbol; solo de baloncesto. Al único campo de fútbol que había, hace más de 70 años, el utillero Manolo Cabido llevaba las canastas, porque ahí cabía más gente. También las pusieron en el frontón del colegio: cualquier lugar era bueno para jugar al baloncesto.
En esa época, cuenta Juan Manuel Díaz Reyna, antiguo alumno del Ramiro (promoción del 59), socio del club y abuelo de Héctor y Diego Alderete -jugador del primer equipo el primero, canterano que juega en Menorca el segundo- que había paneles al lado de las canastas en los que se anunciaba la fecha y la hora del siguiente partido del Estu. Y una radio escolar que informaba sobre ello. Cuando te matriculabas en el colegio, por 25 pesetas más te podías sacar el carné de socio del club. “Las clases eran abiertas, se hablaba de todo, hasta de la cosecha, en aquella España rural. Y don Antonio [Magariños, jefe de estudios del Ramiro y primer presidente del club] siempre nos preguntaba: ¿Qué ha hecho el Estu? ¿Y las personales, las han metido?”.
Reyna dice que ser del Estu era como tener un título honorífico. “Porque tenías sentados como compañeros de pupitre a gente como Abreu [José María, falleció en 2018] que jugaba en el primer equipo y al que podías sacar a hombros. Te hacían sentir orgulloso”. Todos los miércoles sigue quedando con el grupo de amigos y compañeros históricos del Ramiro, para hablar de cine, libros y baloncesto. Nacho Azofra, que hoy tiene 53 años y es un histórico del club, dice que en su época estaba “permitido” hacer pellas. “Con los profesores que sabías que no te lo tenían en cuenta. Con el de mates yo llegaba, dejaba la carpeta y bajaba al patio a jugar. ‘Azofra, sube’, me gritaba desde la ventana. ¿Qué vas a explicar? ¡Si eso me lo sé de memoria!”, rememora. “Yo me tiraba cinco horas jugando, con los mismos grupos de las pellas, y luego me iba a entrenar con el primer equipo. A mí lo que más me gustaba del mundo era jugar al baloncesto, pero no en profesionales; en el patio”.
Por eso dicen todos que el mejor socio del Estu es -o quizás fue, porque los tiempos cambian- el Ramiro. Por eso dicen todos que el Estu es el equipo del patio del colegio, que presume, además, de una de las mejores canteras de Europa. En sus aulas, en el curso 1947-48, un grupo de alumnos inscribió en la Federación Castellana de baloncesto un equipo con el nombre “Ramiro de Maeztu” en Tercera División de Castilla. Un año más tarde, en el curso 1948-49, se constituyó formalmente el Estudiantes, que este domingo a las 12:30 contra el Lleida celebra el partido de su 75 aniversario. Lo hará en la LEB oro (la segunda división a la que descendió por primera vez en 2021 tras salvarse en los despachos en 2012 y 2016) y con unas limitaciones económicas (la deuda de 14 millones con Hacienda ha pasado a 7 a razón de un millón y medio anual de presupuesto) que hacen que su existencia sea tildada por algunos de “milagro”. Lo hará, pese a todo esto, ante unos 10.000 espectadores -apenas quedan entradas- y conservando su esencia y sus valores. Los que hacen que haya patrocinadores tan potentes como Movistar, por ejemplo, que sigan apostando por ellos y por su marca, aunque estén en Segunda. Y que, pudiendo hacerlo, no han renegociado los contratos a la baja con la pérdida de categoría.
El apoyo de la afición es incondicional, pese a que el último triunfo es del año 2000 (la última de las tres Copas del Rey que tiene en sus vitrinas). El club tiene unos 8.000 socios, 10.000 accionistas y una media de 6.500 asistentes a los partidos. Y ahí siguen luchando para defender los colores, las ideas, los principios y el trabajo. Porque, como recuerda Díaz Reyna “el Estu es como una bandera, de una manera de ser, de sobreponerse y superar obstáculos”. El Estu es una forma de vida, dicen los que pertenecen a él y lo han mamado desde pequeños; una forma también de lucha, de resistencia, de sentir unos valores, de educarte. Es pasión y amor, es solidaridad e inclusividad. Es cantera (unos 2.300 chavales) y cantera inclusiva. Es un equipo femenino en la máxima categoría (se fundó en 1992) y quinto en Europa la campaña pasada; y es otros tantos con niños con discapacidades físicas e intelectuales.
Lo resume así Nacho Azofra, histórico base del equipo que ganó dos Copas del Rey y vivió la hazaña de disputar una Final Four de la Euroliga (Estambul 1992). “El valor fundamental de este equipo es que te enseña a perder y a sacarle un sentido a la derrota, porque eso es básicamente la vida. Ganar está bien, pero ese no puede ser el único objetivo. Hay que aprender a manejar no solo la frustración, sino que vas a perder, porque se pierde y aunque te hayan metido una paliza el domingo, el lunes tienes que estar en la cancha y mejorar para el siguiente partido”.
Y lo resume así María Luisa González-Bueno, sentada al lado de Azofra en un restaurante de Madrid. Ella fue la primera entrenadora mujer del club, perteneció a la primera promoción femenina del Ramiro, fue directora de la Fundación (actualmente es patrona) y creó la cantera inclusiva. El club ha asimilado de forma natural el lema “Todos somos titulares” que ella ideó y de lo que más se siente orgullosa. “La idea es que todo el mundo puede ser titular y todo el mundo es importante en un equipo. Incluir es ser un equipo abierto y que incluya a todo el que quiera jugar al baloncesto, tenga una discapacidad, haya tenido infracciones legales, sea un menor tutelado. Y que ya no solo sea aceptar al otro, sino que el otro sea formación también para el resto de los equipos. Es una formación de ida y vuelta”. El Estu es el primer equipo que en la Liga ACB impulsó que en los descansos jugaran niños con discapacidad.
Ignacio Triana, el presidente del club, explica así lo que es Estudiantes, consciente de los malabarismos que hace para mantenerlo con vida pese a la deuda. Y más en una época en la que el deporte se ha convertido en un negocio. Dice que el club (tercero ahora mismo en la LEB) ha pagado la tentación de “vivir por encima de sus posibilidades” y que ahora “toca purgar los excesos”. Hacer un equipo competitivo con los escasos recursos es su reto. “Lo que queremos ser y lo que somos es un medio para formar personas en la idea de lucha contra el status quo y lo establecido; de no conformarse, un medio donde se utiliza el baloncesto como una herramienta para tratar de influir en la sociedad en algo que creemos que merece la pena: valores y respeto. Aquí formamos personas a través del baloncesto. Si nos cronificamos en la LEB, vamos a perder relevancia social y eso sería el principio del fin”.
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