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El rugby amateur se suma a las denuncias por lesiones neurológicas: se sintieron desprotegidos durante años

Un grupo de 55 jugadores inicia acciones legales contra las federaciones inglesa y galesa y secunda el proceso iniciado por 225 profesionales en noviembre. Los deportistas alegan síntomas prematuros de demencia, epilepsia o Parkinson

Steve Thompson en una jugada durante la semifinal del Mundial de Rugby de 2003, entre Inglaterra y Francia, en Australia.
Steve Thompson en una jugada durante la semifinal del Mundial de Rugby de 2003, entre Inglaterra y Francia, en Australia.DAVE HUNT (EFE)

El rugby ha modificado sus reglas en la última década para reducir los golpes en la cabeza y evitar las secuelas tras años de impactos, pero el cambio de paradigma llega tarde para muchos. A finales de los noventa y principios de siglo, este deporte tenía jugadores cada vez más rápidos y de mayor envergadura sin la protección del reglamento. Una vez retirada, esta generación ha pagado unas secuelas que no solo afectan a la élite. Tras la denuncia en noviembre de 225 jugadores profesionales a las federaciones inglesa y galesa, además de World Rugby –el órgano internacional de este deporte– en noviembre, un grupo de 55 amateurs han iniciado otro proceso paralelo con la misma argumentación: la gobernanza del rugby fue negligente a la hora de protegerles de lesiones neurológicas durante sus carreras.

La denuncia amateur extiende la gravedad de un problema que ya no afecta solamente a la élite, sino a la base de un deporte que solamente en Inglaterra cuenta con más de 150.000 licencias. La conclusión de sus informes médicos es que las secuelas son las mismas entre hombres y mujeres, entre profesionales y amateurs. Mientras el proceso de los 225 profesionales solo incluía a jugadores masculinos, el nuevo procedimiento incluye a mujeres que fueron internacionales, jóvenes de alto nivel y a la familia de un jugador que fue diagnosticado con CTE tras su muerte. Son las siglas en inglés de Encefalopatía Traumática Crónica, una degeneración cerebral provocada por la reiteración de traumatismos craneales. El fútbol americano fue pionero en esta enfermedad, con cientos de casos en jugadores retirados y una demanda millonaria contra la NFL.

Los jugadores de ambos procedimientos alegan síntomas prematuros de demencia, epilepsia o Parkinson, algo que atribuyen a la reiteración de impactos durante su etapa como jugadores. El riesgo de conmoción cerebral es habitual en el rugby, con protocolos que actualmente obligan al jugador a ser evaluado por personal médico tras un golpe en la cabeza. El gran problema es que el jugador no sea apartado del partido. Cuando no existían estos protocolos, esto era la habitual: ningún jugador quería dejar el partido. El caso que activó las alarmas fue Steve Thompson, que en 2020 no se acordaba de que había ganado el Mundial con Inglaterra en 2003. Si ya ocurría en la élite, con luz y taquígrafos, el riesgo a esas pérdidas de memoria se multiplicaba en el sinfín de campos sin televisión.

Los síntomas neurológicos también acarrean depresión crónica, agresiones, brotes de violencia, incontinencia, adicción al alcohol o las drogas y, en algunos casos, intentos fallidos de suicidio. El argumento de los jugadores es que el reglamento no les dio el descanso necesario entre conmociones ni aseguró que eran debidamente evaluados antes de regresar al terreno de juego. La acusación también responsabiliza a la gobernanza del rugby de ignorar las recomendaciones médicas que en su momento ya alertaban de los riesgos neurológicos.

El rugby ha cambiado sobremanera en los últimos años su normativa para afrontar el problema. Los placajes altos son duramente sancionados, así como cualquier golpe en la cabeza. El objetivo es proteger a jugadores en situaciones vulnerables como cuando saltan a atrapar un balón o yacen en el césped mientras los compañeros ponen el oval en juego. El número de tarjetas rojas se ha multiplicado, incluso en partido del máximo nivel. Y los colegiados revisan por vídeo cualquier acción fronteriza. El problema de las generaciones anteriores es que no contaban con este escudo.

El periódico británico The Guardian relata el caso de Alex Abbey, un jugador de 48 años que tuvo que dejar su empleo como profesor a los 31 porque sufría pérdidas de memoria repentinas. Este inglés de gran proyección, jugó unos 80 partidos por temporada entre los 13 y los 18 años, muchos de ellos ante adultos, y asegura que sufrió 18 conmociones cerebrales: siguió jugando tras cada una de ellas.

La demanda pide cambios para proteger la salud de los jugadores. Habla de limitar obligatoriamente el contacto durante los entrenamientos, reflejar las conmociones en una suerte de pasaporte neurológico y establecer un periodo mínimo de 28 días sin jugar cuando un jugador es diagnosticado con una de ellas.

En un comunicado conjunto, las tres partes denunciadas defendieron el rugby como “un deporte que aporta muchos beneficios para la salud y el bienestar en el largo plazo” y subrayó su “tristeza” ante los problemas de salud reflejados. Basándose en “la más reciente evidencia científica disponible y la guía de expertos independientes”, aseguran que su deporte es “líder” en la prevención, gestión e identificación de golpes en la cabeza en pos de hacer el juego “lo más accesible, inclusivo y seguro”.

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