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CRUCE DE CAMINOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Dominarse a sí mismo

Aspirar a un Grand Slam es mucho más que resolver partidos de tenis, es arreglar tus pensamientos en una vorágine de atención que puede terminar con tu cabeza

Rafa Nadal mira la pelota concentrado antes de un servicio ante Jack Draper, esta semana en el Open de Australia.
Rafa Nadal mira la pelota concentrado antes de un servicio ante Jack Draper, esta semana en el Open de Australia.WILLIAM WEST (AFP)

¿Tengo lo necesario para conseguirlo? ¿Estaré a la altura de un torneo así? ¿No será un reto demasiado ambicioso? Las preguntas retumban tu cabeza al llegar a un Grand Slam, los torneos más prestigiosos del tenis profesional. Son citas que hemos soñado desde pequeños, eventos que marcan la historia del deporte y formar parte de ellos desordena el interior de cualquier atleta. Solamente los mejores consiguen disputarlos y, de esos, apenas los más fuertes tienen el privilegio de levantarlos.

A lo largo de mi carrera pude vivir emociones inmensas en los grandes, en ocasiones rompiendo el guion más probable en mi camino. En mi primer Roland Garros, procedente de una fase previa repleta de sueños, logré meterme entre las ocho más fuertes del torneo. Siendo una niña, apenas llegada al circuito, estaba jugando los cuartos de final. La misma ronda que disputé en mi primera visita a Australia, el torneo que se celebra estos días en Melbourne Park.

A pesar de lo inmediato del premio, aunque conseguí dejar huella en el primer intento, esas voces nunca desaparecen del todo.

Los grandes ponen a prueba la fe personal de cualquiera. La historia es demasiado grande para ignorarla, sus siete capítulos son una vuelta de tuerca en tu confianza y la atención que se centra sobre tus pasos no es comparable al de ningún otro momento del calendario. Aspirar a un Grand Slam es mucho más que resolver partidos de tenis, es arreglar tus pensamientos en una vorágine de atención que puede terminar con tu cabeza.

Cuando miro a jugadores como Rafael Nadal o Novak Djokovic, comprendo lo excepcional de sus figuras. En el circuito, llegados a ciertos niveles, todos juegan un tenis primoroso. Miren a dos tenistas unos minutos y no sabrán distinguir al número 1 del número 150. Obsérvenlos una hora y lo tendrán algo más claro. Si no apartan la mirada durante 15 años, encontrarán a muy pocos con la capacidad de los mencionados.

El triunfo es el gran enemigo de la ambición, pero hay jugadores que parecen ajenos a esa realidad. Lidiar con la presión semana tras semana, cumplir con las expectativas de manera constante y querer seguir como el primer día es un sello que diferencia a los buenos de los grandes jugadores. En ningún lugar como un Grand Slam se marca esta división en el vestuario. Son eventos donde el miedo escénico es real, donde pones a prueba qué posición ocupa realmente tu carrera.

Abstraerse de los pensamientos es una de las cosas más complicadas del deporte. En estos eventos nunca olvidas que atraviesas tu punto más vulnerable, con millones de personas pendientes de tus pasos. Con el viento a favor, es sencillo que la mente fluya de un modo positivo. El gran reto es contener el rumbo ante una situación de dificultad, algo propio de una competición donde solo se enfrentan los mejores.

Levantar un trofeo de Grand Slam es mucho más que jugar bien, es no perder tu esencia bajo la presión más salvaje que vivirás en tu carrera. Los puntos que hay en juego y el premio económico retumban en tu cabeza, recordándote que la recompensa es inmensa, pero también el precio que deberás pagar por optar a conseguirlo.

Las emociones recorren tu interior con una intensidad que puede abrumar. De la ilusión a la angustia hay un paso bien pequeño, muy delgada es la línea que separan los nervios de la frustración. Dominarlos, dominarte, puede ser la llave para escribir la historia que siempre soñaste desde que emprendiste el camino.

El Abierto de Australia arroja estos días a muchos candidatos a completar ese desafío. Solamente unos pocos tendrán la capacidad de conseguirlo. Más allá de los golpes, por encima de cualquier tiro, cuando vean un tenista en pie observarán a alguien intentando dominarse a sí mismo.

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