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ALINEACIÓN INDEBIDA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

“Nada de peleas, nada de pinchos”

Lo ocurrido el pasado fin de semana en el Benito Villamarín no fue un hecho aislado, tan solo una cuestión de puntería

Un grupo de ultras durante el entrenamiento del Betis previo al derbi.
Un grupo de ultras durante el entrenamiento del Betis previo al derbi.Raúl Caro (EFE)
Rafa Cabeleira

El fútbol lo amargan los ultras desde que ya ni se sabe, siempre con la complicidad de algunos actores importantes que se empeñan en reírles las gracias y hasta pagarles excesos. Desde la prensa, por ejemplo, acostumbramos a ensalzar los ambientes cargados y el humo de colores, los cánticos y las banderas, el calor que rezuma desde los fondos de algunos estadios secuestrando la verdadera naturaleza del hincha: ese señor que va al partido con su nieta, dos bocadillos y la esperanza de que la tarde se les quede grabada a ambos en la memoria. La gente normal, el aficionado tranquilo que sí merecería ser tratado como el andamiaje que sostiene el futuro de cada club, siempre termina desplazado al papel de cliente chusquero mientras jugadores, directivas y por extensión incluso las fuerzas del orden centran su atención en los violentos, en los ruidosos y en los aprovechados.

Lo ocurrido el pasado fin de semana en el Benito Villamarín no fue un hecho aislado, tan solo una cuestión de puntería. A Jordán le atizó un tubo de PVC arrojado desde un sector de la afición bética que prueba suerte casi todas las semanas, esta vez con más acierto que en otras. De hecho, por la megafonía del estadio pudimos escuchar una advertencia que sonó a confesión: en todos los partidos de la presente temporada se produjo algún incidente merecedor de sanción que el club sevillano asume en su columna de gastos sin llegar a tomar ninguna medida decisiva para evitarlos. Y no es el único, por desgracia. En muchos campos, y en demasiados partidos, hemos visto objetos volando desde esos fondos subvencionados a la espera de que algún becerro con alma de francotirador acertase con el disparo. Pero lo esperpéntico vino después, mientras nos masajeábamos las conciencias los unos a los otros con la teoría del lobo solitario.

En un canal de televisión, por ejemplo, pudimos ver a Julio Salinas dándose golpes en la cabeza con un objeto similar al que impactó sobre Jordán para terminar concluyendo que la cosa no era para tanto: acabáramos. Para serles sincero, durante un minuto fantaseé con que al jugador del Sevilla le hubiesen lanzado una cabra y poder así disfrutar de la correspondiente dramatización del ex internacional español ante las cámaras. ¿Para qué reparar en que conceder o restar importancia a una agresión en función del daño es lo que nos ha traído hasta aquí? Lo importante es que la rueda siga girando, que LaLiga logre sus planos con banderas y bufandas bien agitadas para vender fuera su producto, o que Salinas trate de arrancarnos una sonrisa al más puro estilo Harpo Marx en un medio especializado: del fútbol, como del cerdo, se aprovecha todo.

“Nada de peleas, nada de pinchos. No puedes matarte por el fútbol. El fútbol no merece quitar una vida”, solía advertir Ramón Mendoza, entonces presidente del Real Madrid, a José Luis Ochaíta. Así lo cuenta el antiguo líder de Ultrasur, ahora integrado en la grada de animación promovida desde el propio club, en alguna entrevista pasada. Y ese parece seguir siendo el nivel de tolerancia permitido a estos comandos que campan a sus anchas en las gradas de nuestros estadios, a veces ni eso. Todo lo demás, incluido el lanzamiento sin destreza de lo primero que se tenga a mano, seguirá formando parte de un folclore macabro que algunos consienten por omisión, otros por costumbre y la gran mayoría por puro interés: los lobos, por muy solitarios que nos los pinten, siempre forman parte de alguna manada.

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