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Los Dolomitas aparecen en el Giro como una película de terror

El belga Victor Campenaerts se impone a la fuga en la Gorizia reunificada, mitad Italia, mitad Eslovenia, y Egan Bernal afronta de líder el lunes la etapa reina del Giro de Italia

Carlos Arribas
Giro de Italia
Los corredores del Giro, poco después de la gran caída a la salida de Grado.LUCA BETTINI (AFP)

Ah, Gorizia, tú eres maldita”, cantan anarquistas y antimilitaristas desde que en una batalla de la Primera Guerra Mundial en los confines nororientales de la Península entre Italia y el Imperio Austrohúngaro murieron 100.000 soldados por nada, mitad y mitad de cada ejército, y sus huesos amontonados son un monumento, y cuando cae el granizo del cielo negro y la tromba de agua que golpea y baña al pelotón y a los fugados, y hace de las calles pistas de patinaje, el “maldita Gorizia” a la ciudad mártir lo podrían entonar todos los ciclistas, condenados a participar en una batalla aparentemente incruenta, y uno solo levanta el brazo en Piazza Vittoria, junto a la fuente de Neptuno.

Es belga, se llama Victor Campenaerts, desafía loco los charcos y las curvas con la determinación de un equilibrista en la calle Scaramuzza, que le da ideas; es conocido por su genio incontrolable, sus nervios, su misantropía a veces, la que le lleva a encerrarse meses en Namibia para preparar un récord de la hora que deja en 55,089 kilómetros en Auguascalientes (México), por la forma agónica con que interpreta las contrarrelojes, siempre al límite del esfuerzo. Ha ensayado los sprints, explica, y le da al Qhubeka la tercera victoria de etapa, tras las de Schmid en Montalcino y la de Nizzolo en Verona.

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Quizás él sí que bendiga a la Gorizia ya reunida que le abre los brazos, símbolo antes de lo peor en lo que puede caer el ser humano en tantas guerras, símbolo ahora de lo hermoso que puede ser un mundo sin fronteras, y el pelotón, y los fugados, recorre la plaza Transalpina, y los que van por la izquierda están en Eslovenia, Nova Gorica se llama, y los de la derecha de la misma carretera, en Italia, Gorizia, pues por medio pasa la línea fronteriza que hasta hace 17 años era un muro, más duradero que el de Berlín, y ahora, desde 2004, un círculo y una línea en la que se fotografían los turistas, un pie en cada país, a un lado y otro los mismos jóvenes, la misma alegría, y, aunque no estén los suyos, los Roglic y Pogacar de los vecinos, es el mismo Giro que pisa al mismo tiempo dos países, y empieza junto a las playas inmensas de Grado, al norte de Venecia, con un vendaval y aires de masacre, ruido de sirenas, gritos de 35 ciclistas caídos en el kilómetro dos, a toda velocidad, con el viento de culo. La carrera se detiene media hora, el tiempo que tardan las ambulancias en transportar heridos a los hospitales y regresar vacías para seguir al pelotón.

Cuatro se retiran. Uno es el alemán Buchmann, que se ha partido la boca. Iba sexto en la general. Se podrá, no es mal consuelo, quedar en la cama el lunes, durante la etapa dolomítica, que se anuncia como una película de terror: 212 kilómetros (o sea, casi siete horas de carrera), 5.700 metros de desnivel positivo, tres puertos de gran nombre y altura, de más de 2.000m, y solo su nombre asusta, Marmolada, Pordoi (cima Coppi) y Giau; lluvia a todas horas y quizás nieve por encima de los 2.000, y un final en descenso vertiginoso hacia la olímpica Cortina d’Ampezzo que quizás le haga pensar a Remco por qué narices cambió el fútbol, que tan bien se le daba, por el ciclismo, que tantos traumas le genera.

El líder, Egan Bernal, no teme al frío porque confía en todos los modernos hábitos de abrigo, ligeros y confortables, y en que su equipo podrá controlar la jornada. “Me pondré todo lo que haga falta”, promete el ciclista de las manos desnudas que se prepara para una jornada de pura supervivencia, como todos. “Y esta vez sí que usaré guantes, ¿eh?”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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