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La condena del portero suplente

La historia del fútbol español está plagada de casos de guardametas que pasaron su carrera a la sombra, sin apenas jugar, fundidos en el anonimato

Casillas y César, tras la final de la Champions de Glasgow 2002.
Casillas y César, tras la final de la Champions de Glasgow 2002.DIARIO AS (EL PAÍS)

Contaba Luis Aragonés que el patrono de los porteros suplentes había sido Miguel San Román, más conocido por Pechuga, compañero suyo en el Atlético en la década de los sesenta y que en 11 temporadas en la nómina rojiblanca disputó solo 47 partidos de Liga. “Estaba tan identificado con la suplencia que cuando el entrenador le decía que iba a jugar se ponía a hablar maravillas del compañero de turno, que pobrecillo, que cómo lo iba a quitar… Le defendía de tal manera que hacía dudar al técnico. En los partidos si la afición se metía con su portero se levantaba del banquillo y se encaraba con el público para defenderlo”, recordaba Luis.

La figura del portero suplente es tan añeja como el mismo fútbol y nunca entendió de fronteras. Incluso en el siglo pasado estaba más arraigada. Jugaba uno. Siempre el mismo. La Liga, la Copa, las competiciones continentales y hasta los amistosos. El otro esperaba la lesión o varios fallos consecutivos del titular para tener una oportunidad que duraba lo que duraba. Con el tiempo, su horizonte ha mejorado. Ahora es reconocido en el argot futbolístico como el segundo portero, que es lo mismo, pero no es igual. Y existe, además, un tercero que redondea la plantilla. Hoy algún entrenador concede al suplente la titularidad en la Copa, por ejemplo. Incluso hay técnicos que apuestan por tener dos presuntos porteros titulares y asumir el riesgo de una bicefalia entre los tres palos.

El fútbol español tiene cuatro casos muy especiales: Iribar, Arconada, Zubizarreta y Casillas. A su lado se desesperaron una treintena de porteros. Unos decidieron marcharse, otros aguantaron...

Meléndez, entre Zubi y N’Kono

Conocido por su poblado bigote, Carlos Meléndez (Bilbao, 64 años) disputó seis partidos de Liga la temporada anterior de llegar Zubizarreta al Athletic. Desde entonces, 1981-82, no jugó ninguno más. Cinco temporadas en blanco. Lo más que llegó a jugar fue un partido de Copa contra el Eibar y cuatro de la Copa de la Liga. Se marchó al Espanyol de la mano de Javier Clemente y en seis temporadas, una en Segunda, solo acumuló cinco partidos de Liga, 11 de Copa, dos de la Copa de la UEFA y dos de la promoción a Primera, a la sombra de N’Kono.

Ligado al fútbol como analista del fútbol base del Athletic, Meléndez rebobina aquellos tiempos. “Cada uno tiene que saber lo que tiene y por encima de todo, juegues o no juegues, ser profesional. O rindes o te echan. Tienes que estar preparado para el momento en el que te puedan necesitar. Siempre lo tuve claro y asumido. Me hubiera gustado participar más, pero me tocó la etapa en la que el titular jugaba siempre y en todas las competiciones. Solo jugué la Copa en el Espanyol con Luis Aragonés. Ahora es un poco distinto. El segundo portero cuenta más, tiene más oportunidades”, afirma.

Reconoce que tuvo un par de posibilidades de salir de su anonimato: “Entonces no era fácil irse. Existía el derecho de retención y hasta cuando acababas contrato te podían retener con el 10 por ciento de subida. Estando en el Athletic me llamó el Zaragoza. Y en el Espanyol me llamó el Tenerife cuando ascendió a Primera, pero no hubo manera. No se pusieron de acuerdo los clubes. Estabas en sus manos. No manejábamos nuestra vida como ahora”.

Meléndez asegura que nunca le pesó la etiqueta en cuestión. “No me lo tomaba como algo peyorativo. No recuerdo momentos especiales en los que quisiera tirar la toalla. No me retiré por aburrimiento. Me fui con 36 y curiosamente en los últimos años de mi vida deportiva fue cuando más jugué, dentro de un orden, claro. Aunque no jugara, he sentido el cariño de los aficionados del Athletic y del Espanyol”.

César y la teoría de los dos titulares

De los caprichos del destino puede disertar César Sánchez (Coria, Cáceres, 49 años). Con 27, en 1999, era indiscutible en el Real Valladolid y fichó por el Real Madrid. Ambas partes decidieron que se quedara otro año cedido en Pucela. César llegaría al año siguiente para ser titular. Nadie se podía imaginar que, en esa temporada de trámite, iba a surgir de la nada un chaval de 18 años llamado Iker Casillas que adelantaría a Illgner y Bizarri y se haría con el puesto. La situación de César cambiaba radicalmente. Tenía que luchar por una portería que parecía suya.

“Esos años en los que jugué menos me valieron muchísimo. Te das cuenta cuando pasa el tiempo. Recuerdas lo que se sufre. Buscas la oportunidad. Esperas. Y cuando te llega estás más maduro. La vida del portero es así. Venía de jugar más de 40 partidos por temporada. No fue agradable ser segundo portero, pero tienes que saberlo llevar y prepararte para cuando tienes que jugar. Maduras. Ves las cosas desde otra perspectiva. En el momento en que uno se relaja se echa a perder”, cuenta hoy.

Desde su dilatada experiencia contempla complicada la teoría de tener dos porteros de un nivel parecido. “¿Cuánto tiempo se puede mantener esa situación? Por eso se busca a alguien que pueda estar más cómodo con su rol de jugar menos, como sucede ahora en muchos equipos. El titular necesita al suplente. Es competencia normalmente sana. En esa etapa del Madrid con Iker intentamos mantener una relación buena. Más, incluso, de lo que desde fuera pudiera dar la sensación. Entrenábamos, luchábamos. No me disgusta esa idea de los dos porteros titulares. Es el entrenador quien tiene que gestionarlo. La competencia directa mejora a los dos. En el Real Madrid pasó también con Courtois y Keylor y fue positivo. Entrenarte día a día sabiendo esa situación es bueno. No te permite relajarte ni un segundo. Si no juegas hay que evitar el conformismo”.

Amieiro, los ojos y oídos de Del Bosque

Como entrenador de porteros del Real Madrid, Manuel Amieiro (Madrid, 67 años) vivió en primera persona desde 2000 a 2005 la lucha por la titularidad entre Casillas y César. “Para entender lo que siente un portero que no juega, lo mejor es haberlo sufrido en tus carnes. Pillas a un Iribar, a un Casillas, ¿y qué haces? Cuántos porteros con talento y condiciones no habrán quemado ellos y otros en sus respectivas etapas. El portero que no juega cree que está en perfectas condiciones para hacerlo. Hay que tener mucho tacto y darle un apoyo y un afecto diferente del que le das al titular. Emocionalmente la merma que tiene por no participar es notable. Es importante tenerle mentalmente limpio por si tiene que jugar en un momento determinado. No puede salir con la cabeza bloqueada o llena de dudas. Es un trabajo diario y tiene mucho que ver la credibilidad que el entrenador de porteros tenga con el jugador. Si no cree en ti ni personal ni profesionalmente no hay nada que hacer. Hay gente que oye y gente que escucha”, explica.

De sus palabras se deduce que la etapa Casillas-César fue complicada: “César estaba ya consolidado, pero tuvo la fatalidad de que Iker irrumpió con una fuerza impresionante y le cogió una ventaja muy importante tanto a nivel de rendimiento como mediático. El trabajo diario era duro. Había que ingeniárselas para que los dos estuvieran implicados, hubiera entre ellos la máxima colaboración. Mucha mano izquierda”.

En esa etapa hubo dos momentos en los que Del Bosque decidió que se cambiaran las tornas y César pasara del banquillo a la acción. A Amieiro le tocó lidiar con un Iker ofuscado. “Era una situación anómala para él. Desconocía la situación de suplente y le costó ubicarse. Tuve que explicarle que del mismo modo que antes había jugado él y el otro no, ahora tocaba cambiar y tenía que seguir trabajando. El peor momento fue una semana antes de la final de la Champions de Glasgow [2002]. Le expliqué que así no podía afrontar una final. Empezó a trabajar como siempre y la prueba es que cuando tuvo que salir en la final rindió como lo hizo. Iker me decía que era muy pesado y yo le decía: ‘Llámame pesado, pero no tonto”.

Ochotorena y la competencia en la selección

Con 20 años de portería alternando titularidades y suplencias y casi 25 como entrenador de porteros en clubes (Valencia, Liverpool) y en la selección española, José Manuel Ochotorena (Hernani, 60 años) conoce el paño desde las dos perspectivas y considera que lo más complicado de todo es trabajar con porteros de un mismo nivel, como ocurre especialmente en el equipo nacional. “Ninguno acepta el rol de no jugar por sistema. Se sienten titulares. Sin embargo, en las situaciones que el titular está claro, se acepta mejor el rol de la suplencia. Hay porteros que lo tienen súper asimilado y no te dan problemas. Y si es un buen profesional, que se entrena bien, que aprieta al que va a jugar, mejor que mejor. Yo estoy más acostumbrado a trabajar con la competencia directa. En la selección sobre todo. Al portero que no juega hay que mimarle más. Su labor es importante para el equipo y sobre todo para el otro portero”, explica el exguardameta.

Pinto, el portero de la Copa

Su caso es más reciente. José Manuel Pinto (El Puerto de Santa María, 45 años) llegó a jugar más partidos de Copa (48) que de Liga (34) y de la Champions (19) en siete años en el Barcelona. Sus entrenadores confiaron en su experiencia —había superado la treintena— para la competición del KO y con él entre los postes el club azulgrana conquistó dos títulos (2008-9 y 11-12) y disputó otras dos finales que perdió ante el Real Madrid (10-11 y 12-13). Además, tenía el visto bueno de Messi.

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