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Guillermo Amor: “El distinto era Laudrup”

El volante que abrió La Masia y sustituyó a Maradona en el Miniestadi quedó prendado del falso 9 del ‘Dream Team’ de Cruyff

Barcelona, 14-5-1994.- Laudrup, del Barcelona, y Guillermo Amor, detrás celebran uno de los goles conseguidos frente al Sevilla en el último partido de Liga.
Andreu Dalmau (EFE)
Ramon Besa

Un niño llegado de Benidorm abrió la puerta de La Masia (1979-1980). También fue protagonista de la inauguración del Miniestadi desde que entró al campo en sustitución de Diego Maradona (1982). Alcanzó el Camp Nou cuando en el banquillo se sentó Johan Cruyff (1988). Y si no jugó la primera final de la Copa de Europa que ganó el Barça (Wembley, 1992), el trofeo por excelencia del Dream Team, fue porque en el partido anterior ante el Benfica cargó con una tarjeta en defensa de su equipo, jugador y después empleado de club por excelencia como siempre ha sido, incluso después de fichar por la Fiorentina (1998) y acabar en el Villarreal. La figura de Guillermo Amor (52 años) se puede asociar al inicio de las mejores vivencias en la historia del FC Barcelona.

A su alrededor se dieron momentos trascendentes y por tanto su recuerdo se detiene en figuras que marcaron época en el fútbol y en el Camp Nou. Amor no olvida el impacto que dejaron tres jugadores que por motivos diferentes acabaron en el Madrid: Bernd Schuster, Luis Figo y Michael Laudrup. La memoria es selectiva y seguramente menos sectaria en los jugadores que en los directivos y aficionados, incluso cuando el relator ejerce de responsable de relaciones institucionales y deportivas del primer equipo como es el caso de Amor. “Hablamos de jugadores con trayectoria y que dejaron huella, sin entrar en los motivos de su salida del Barça”, puntualiza.

A la mayoría de centrocampistas azulgrana les gustaba Schuster, sobre todo a los niños de la cantera que ejercían de recogepelotas y seguían sus entrenamientos desde la ventana de La Masia. “Me marcó porque siendo joven, en 1980, jugaba con la personalidad y jerarquía de un veterano y golpeaba al balón como nunca había visto: en el lanzamiento de faltas, en el pase, en los cambios de orientación. El toque y despliegue de Schuster eran especiales”, evoca Amor, igualmente prendado del magnetismo del portugués Figo: “Futbolista muy especial, era un portento físico y técnico por su tren inferior único, y una persona cercana y cariñosa, especialmente con los chavales de la casa. Dámela, te decía si tenías problemas con la bola. Fue feliz en el Barça y en Barcelona”.

23-11-97.- Amor y Figo durante un entrenamiento.
23-11-97.- Amor y Figo durante un entrenamiento.Paco Paredes

Hasta que se largó al Madrid, elegido como piedra filosofal de los galácticos de Florentino Pérez y fue condenado por el barcelonismo con mucha más dureza que Schuster. Mejor parado salió Laudrup, quizá porque su desencuentro se produjo con el mismo técnico que le encumbró: Johan Cruyff. “Ya no le aguanto más”, exclamó el delantero danés tras su suplencia en la final de La Copa de Europa en Atenas (1994), para después añadir: “El entrenador del que más he aprendido es de Cruyff”. Hay una generación azulgrana que quedó marcada por el embrujo de Laudrup. Y, puestos a elegir, Amor también se rinde al que fue el primer falso 9 del Barça, como queda constancia en la final europea de 1992 que Amor vio como espectador en Wembley.

Al alicantino le marcaron Schuster, Figo y el danés, este por su elegancia. Era nuestro oxígeno

“El oxígeno se llamaba Michael”, evoca Amor. “Éramos un equipo fuerte en el juego posicional, sabíamos siempre donde estaba cada uno, desde el lateral derecho al extremo izquierdo, y progresábamos con el balón a base de toques cortos y rápidos”, insiste. “A veces, sin embargo, no había manera de avanzar, ya fuera porque no estábamos finos o porque el rival nos tenía muy estudiados. Una situación repetitiva y contra la que también teníamos una única respuesta: buscábamos a Michael, siempre disponible, por más que tuviera que pasase largo tiempo a la espera y se encontrara a 60 metros de donde paseaba el cuero. Aguardaba solícito, se ofrecía, jamás se escondía, dispuesto a desequilibrar y a marcar la diferencia en una acción”, remacha Amor.

“Nunca había visto un jugador mejor en el uno contra uno”, prosigue. “Una cosa es recibir en carrera y otra irse de la marca con la bola quieta, mano a mano con el zaguero y ante una defensa de ayudas. No hay trampa ni escapatoria que valga; quedas retratado. Y, además, era tan regular que sus jugadas se repetían, de manera que no recuerdo actuaciones únicas sino que sus gestos técnicos y sus pases se sucedían cada partido”, continúa. El secreto de Laudrup, recalca Amor, es que “se perfilaba muy bien y tenía salida por los dos costados, dominaba ambas piernas. Así se explica que su signo de distinción fuera la famosa croqueta: tac-tac, derecha-izquierda, y adiós. Los delanteros con regate siempre fueron especiales y Laudrup driblaba, pasaba, asistía y marcaba”.

Iniesta y los contextos

“No recuerdo a un futbolista que viera la jugada antes que el técnico o el aficionado”, advierte; “tenía una visión única que genera situaciones de superioridad”. Aunque el Dream Team fue su inspirador, el equipo de Guardiola disponía de más líneas de pase que el de Cruyff. “A veces se compara a Andrés Iniesta y a Laudrup. El contexto, sin embargo, era distinto. Uno tenía a Messi o a Xavi. Michael, en cambio, era nuestro jugador diferente: único en el campo y fuera porque nadie tenía su elegancia. Era un señor y un profesional impecable, con un gran corazón, siempre agradecido. La verdad es que nos lo pasábamos bien en el entrenamiento, en el campo, en el vestuario, en la calle, en el día a día; disfrutábamos, nos divertíamos tanto dentro como fuera del Camp Nou”, valora.

Amor soñó con Maradona, después admiró a Schuster, más tarde presumió de ser compañero de Figo y ahora se acuerda de Laudrup, “por ser como era como futbolista y como persona, por distinto y distinguido, por su responsabilidad en el campo y por su saber estar en el banquillo, incapaz de poner mala cara”, incluso cuando fue descartado en la final de Atenas, una decisión que Fabio Capello celebró: “¿No juega Michellino? Hemos ganado”. El 9 de aquella final contra el Milan fue el propio Amor. Una mala noche para aquel niño de Benidorm que el día después se vio fuera de la lista del Mundial de 1994. Quizá porque aprendió de Laudrup, no se quejó sino que se remitió a su currículo: 421 partidos con el Barça, 17 títulos, marcó el gol 4.000 en la Liga y fue internacional 37 veces.

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Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.

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