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Los ciclistas recorren los Campos Elíseos, en la última etapa del Tour de 2019.
Los ciclistas recorren los Campos Elíseos, en la última etapa del Tour de 2019.MARCO BERTORELLO (AFP)

Misión: salvar el Tour

Todas las familias del ciclismo se unen en un solo grito para lograr que se celebre este año, entre el 29 de agosto y el 20 de septiembre, la única carrera que les evitaría la quiebra

Carlos Arribas

Federico Martín Bahamontes tiene 91 años y un pie enyesado, lo que no le impide moverse sin parar durante el confinamiento, que pasa en un pueblo tierracampino, Villanueva de San Mancio, menos de 100 habitantes, a tiro de piedra de Medina de Rioseco, donde la persona que le cuida desde que enviudó, que es de la zona, hace la compra.

Perico Delgado, que ya no es un niño, cumple este miércoles 60 años, y lo hará encerrado, sin derecho a sorpresa (es él quien hace la compra en un centro comercial cercano), junto a su mujer y sus tres hijos en su casa de Madrid. Siempre que se habla de Tour en España se habla con ellos, los pioneros. Bahamontes, el primer español que lo ganó, hace 61 años casi; Perico, el tercero, hace 32. El segundo, Luis Ocaña (1973), murió en 1994, muchísimo antes de que por el cerebelo de nadie en su sano juicio, ni por el de Perico o el de Federico tampoco, pasara la sombra de la posibilidad de que algún año el Tour, la misa mayor de la gran fiesta del ciclismo, pudiera no celebrarse.

Pero, vistos cómo transcurren los días de lenta lucha contra el coronavirus en todo el mundo, y tras el anuncio nocturno del lunes del presidente francés, Emmanuel Macron, de que como muy pronto hasta mediados de julio no se permitirán en Francia eventos deportivos que congreguen multitudes, la posibilidad de que el Tour no se celebre en 2020 (ni ninguna otra competición ciclista) se ha convertido en probabilidad.

Y ya es seguro que el Tour, que ya es un símbolo de todo el deporte mundial, el único gran evento que no se ha rendido, no se podrá celebrar en las fechas que tenía previsto, del 27 de junio al 19 de julio. Las nuevas fechas que ha propuesto la carrera le retrasarían justo dos meses. ASO, el organizador, quiere celebrarlo entre el 29 de agosto y el 20 de septiembre próximos, según fuentes cercanas a la compañía, lo que desplazaría a la Vuelta, también organizada por la empresa francesa, y que tenía previsto celebrarse del 14 de agosto al 9 de septiembre.

Dentro del nuevo espíritu de unidad alrededor del Tour, tanto el Giro, que ya había anunciado que no se disputaría entre el 9 y el 31 de mayo, como estaba previsto, como la Vuelta, que sabía que sus fechas (14 de agosto a 9 de septiembre) estaban en el aire, le habían hecho llegar al Tour que estaban a su disposición, y también la Unión Ciclista Internacional (UCI), que tiene programados los Mundiales, su gran fuente de financiación, en Suiza para la semana del 20 al 27 de septiembre.

“Sobre la fecha que decida el Tour adaptaremos las de la Vuelta, que sabemos que siempre serán provisionales porque dependen de las decisiones de los Gobiernos y de la lucha contra el coronavirus”, señalan en la Vuelta, carrera organizada también por ASO, el dueño del Tour. “Pero siempre será la UCI la que fije el calendario”.

Y puede que la solución hallada entre los negociadores en las últimas horas salve a Giro y Vuelta, pero a costa de obligar a ambas a correrse simultáneamente entre el 3 y el 25 de octubre.

El Tour había pensado primero que sería más factible que la grande boucle se disputara entre el 5 y el 27 de septiembre, lo que habría obligado a retrasar una semana los Mundiales, Vuelta y Giro. El cálculo del Tour pasaba por la idea de que los ciclistas necesitarán al menos dos meses de entrenamiento en carretera antes de poder pensar en competir. Además, será necesaria una carrera de aperitivo, probablemente la Dauphiné Libéré, la semana anterior al Tour.

“Nosotros estamos dispuestos a lo que sea con tal de que haya Tour”, dice Eusebio Unzue, responsable del equipo Movistar. “Tenemos un equipo, nosotros y todos los del WorldTour, con una plantilla de más de 25 corredores y somos capaces de competir plenamente en dos carreras a la vez. Incluso yo propondría que la temporada de 2020 se alargara hasta el 30 de noviembre, y que la de 2021 comenzara un mes más tarde”. "

Yo siempre había oído hablar de que solo una tercera guerra mundial podría parar el Tour, y era optimista pensando que con el coronavirus también podría”, confiesa Delgado. “¿Pero quién podría imaginar cómo se han puesto las cosas? Pero la fecha no importa. Lo importante es que se haga”.

Producto de su peculiar y voluble sistema económico, el ciclismo ha sido de siempre un deporte dividido. Cada estamento ha culpado al vecino de su falta de progreso.

Los organizadores, que capitalizan para ellos todos los derechos televisivos de sus pruebas (no hay reparto como en los demás deportes), acusan a equipos y corredores de plantear exigencias cada vez más grandes, tan altas que pondrían en peligro, se quejan, el equilibrio inestable de su deporte, y también acusan a la Unión Ciclista Internacional (UCI) de quererles hacer la competencia con sus regulaciones de las competiciones. Los equipos, que dependen únicamente de los ingresos que les proporcionan sus patrocinadores, argumentan que la competición pertenece tanto al que la organiza como al que la protagoniza, y saben que su existencia es una pelea continua por las migajas.

El Tour esconde celosamente sus cifras, pero diferentes estudios económicos estiman que un 60% de sus ingresos llegan vía televisión (y el Tour es la única gran vuelta de tres semanas que se transmite en directo a todo el mundo: su audiencia se calcula en más de 1.000 millones de espectadores totales), un 30% vía sus propios patrocinadores (liderados por Crédit Lyonnais), y el 10% restante por las aportaciones de ayuntamientos y regiones por llevar las etapas a sus pueblos. Las dos etapas de salida del Tour de 2020 le habrían costado a Niza unos 10 millones de euros de canon.

A los organizadores les encantaba el sistema antiguo, hasta los años sesenta, de que en el Tour se corriera por selecciones nacionales, porque así los propios sponsors de la carrera no tenían competencia (y los Juegos Olímpicos mantienen el modelo: solo son visibles las marcas del COI), y los equipos tuvieron que aguantar hasta finales del siglo pasado que sus corredores no pudieran beber agua de bidones decorados con los colores de su equipo, sino que llevaban obligatoriamente los colores de Coca-Cola, y no podían llevar sus propios coches al Tour: les daban Fiat.

Los corredores no tenían ni voz ni voto, y así siguen, desconfiando de todos los que les explotan convirtiéndolos en soportes publicitarios con patas.

Los patrocinadores de los equipos se han sometido siempre a la voluntad del Tour porque, sencillamente, cuando deciden financiar con cantidades de 20 ó 30 millones de euros a un equipo del WorldTour lo hacen con la condición de que su marca salga bien visible en el Tour, la única competición ciclista que no solo se ve en todo el mundo, sino casi la única competición deportiva de la que se habla en todo el mundo durante todo el mes de julio. Para algunos patrocinadores como Telefónica, el Tour solo supone un 40-45% de los impactos que contabiliza en una temporada (la otra mitad le llegan vía la Vuelta). Para la mayoría, como Ineos, Arkea, EF o NTT, el Tour supone casi el total de su exposición publicitaria. Sin él, no tienen vida.

Toda la desunión ha desaparecido como por encanto con el coronavirus. Más que rehenes del Tour, las asociaciones de equipos, de organizadores y de corredores se han puesto a disposición de la carrera francesa con un solo mensaje: “Cederemos lo que haga falta con tal de que haya Tour. Lo necesitamos para sobrevivir”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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