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Muere Amadeo Carrizo, el portero total

Considerado el mejor arquero latinoamericano del siglo XX, el argentino ídolo de River Plate impuso un estilo único debajo de los tres palos

Amadeo Carrizo saluda mientras posa junto al trofeo de la Recopa Sudamericana en la previa del partido que River Plate e Independiente de Santa Fe, Colombia, disputaron en Buenos Aires en 2016.
Amadeo Carrizo saluda mientras posa junto al trofeo de la Recopa Sudamericana en la previa del partido que River Plate e Independiente de Santa Fe, Colombia, disputaron en Buenos Aires en 2016.ALEJANDRO PAGNI (AFP)
Federico Rivas Molina

El 5 de diciembre de 1954, Argentina perdió 2 a 0 un amistoso contra Italia en Roma. Fue una fiesta en el campo y en las gradas. Pero lo importante, sin embargo, sucedió tras el pitido del árbitro. Al portero visitante le llamó la atención que su colega italiano, Giovanni Viola, jugase con guantes. “¿Sirven?", le preguntó. “Buono, buono”, le respondió el italiano, y le regaló un par. En la siguiente fecha del torneo local, Amadeo Carrizo usó los guantes de Viola contra Racing. Recibió burlas desde ambas gradas, pero pronto no hubo portero en Argentina que no se calzara guantes debajo de los tres palos.

Amadeo, así, a secas, fue pionero aquella noche y muchas otras. Con un estilo único, destrozó la imagen del portero que esperaba la pelota debajo del travesaño y salió de la línea para ganarse con las manos un lugar entre goleadores, mediocampistas y defensas. Amadeo murió a los 93 años este viernes 20 de marzo, el mismo día, pero 30 años después, de la despedida de otro gigante del arco, el ruso Lev Yashin.

Amadeo Carrizo debutó en primera el 6 de mayo de 1945 para River Plate, el equipo que lo acogería durante 20 años y casi 600 partidos. Era una de las épocas más gloriosas del equipo millonario, la de La Máquina, un tándem imparable que por aquellos años logró siete títulos. “El fútbol me dio la posibilidad de ver a La Máquina desde adentro. Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau eran la perfección, con un estilo de juego en una época donde no existían la preparación física ni las marcas actuales”, contó Amadeo en una entrevista.

La Máquina engrandeció a Amadeo, que encontró en su figura alta y apenas desgarbada a la síntesis del portero de un nuevo tiempo. Con sus salidas al área para anticipar la pelota, sus paradas con el pecho o los despejes con una sola mano impuso un estilo único que llevó el puesto a una dimensión desconocida. Puede decirse que el argentino “inventó” al portero-jugador. “Antes los equipos jugaban con diez jugadores y un arquero. A partir de Carrizo, y luego [Ubaldo] Fillol y [Hugo] Gatti, el fútbol se juega con once jugadores, uno de los cuales puede tomar la pelota con la mano”. La Federación Internacional de Historia y Estadística lo eligió, finalmente, el mejor portero sudamericano del siglo XX, por delante de Fillol y el paraguayo José Luis Chilavert.

Cuando estaba en la cresta de su popularidad, lo tentó el Real Madrid. Fue en junio de 1961, tras un triunfo de los argentinos por 3-2 en un amistoso. Real Madrid venía de coronarse campeón de Europa y tenía en sus filas a Di Stéfano, Gento y Puskas. Tras la derrota, Santiago Bernabéu le dijo a su par argentino, Antonio Vespucio Liberti, su interés por el portero. “Amadeo es un hijo de River y no está a la venta”, recibió como respuesta. El jugador se quedó entonces en Argentina.

Amadeo transmitía seguridad, pero sobre todo estilo. Parecía invencible, aunque con la selección argentina vivió grandes frustraciones. En el Mundial de 1958, Amadeo defendió el arco albiceleste frente a Checoslovaquia. El equipo perdió 6-1 (gol de Orestes Corbatta) y quedó eliminado. La jornada pasó a la historia como “el desastre de Suecia”. Amadeo tuvo su revancha en la Copa de las Naciones en 1964, cuando le atajó un penal a Gerson en el triunfo 3-0 frente a Brasil en São Paulo. Pero no eran buenos tiempos para el fútbol argentino fuera de casa. Cuatro años después, vendría el final en River.

En 1968 mantuvo su valla sin goles durante 769 minutos, un récord que le quitó un gol de Carlos Bianchi. El éxito no alcanzó. Tenía entonces 43 años y el entrenador Ángel Labruna ya había decidido prescindir de él. “Me dejaron libre, me fui llorando de la sede de River en el centro hasta mi casa. Creo que no merecía ese trato”, dijo años después. No tuvo partido despedida, para furia de muchos de los hinchas, que llegaron a proponer a Boca Juniors que organizase en La Bombonera un homenaje al ídolo despechado.

El homenaje finalmente no se hizo, y Amadeo buscó una despedida más honorable en Alianza Lima y después en Millonarios de Bogotá, donde jugó dos temporadas. Se retiró, finalmente, a los 44 años. Amadeo tuvo que esperar muchos años para que River saldase aquella deuda de honor. En 2013, las autoridades millonarias lo nombraron presidente honorario y pusieron su nombre a un sector de una tribuna del estadio Monumental.

Los hinchas, en cambio, lo adoraron siempre. Afable y sonriente, el portero era la contracara de la estrella refractaria al calor de sus seguidores. Su vida fue un reflejo de ello. Cuando ya pasaba los 90 años era posible verlo en bicicleta por el barrio que lo recibió en Buenos Aires, Villa Devoto, charlando con los vecinos y haciendo algunas compras. Se fue como llegó, casi en silencio.

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Sobre la firma

Federico Rivas Molina
Es corresponsal de EL PAÍS en Argentina desde 2016. Fue editor de la edición América. Es licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires y máster en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona.

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