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Muere Roger Bannister, el primer atleta que corrió la milla por debajo de los 4 minutos

El mediofondista británico, fallecido a los 88 años, dejó huella en su deporte en 1954

Carlos Arribas
Roger Bannister, en una imagen de archivo.
Roger Bannister, en una imagen de archivo.Hulton Archive

La religión del atletismo tenía un dios, que murió el sábado en la noche ya no tan fría de Oxford. Tenía 88 años. Se llamaba Roger Bannister.

En el pabellón de Birmingham en el que se celebran los campeonatos mundiales de atletismo las luces se apagaron a mitad de la sesión del domingo y en la pantalla gigante brillaron oscuras y temblorosas las imágenes en blanco y negro del mediodía del 6 de mayo de 1954 en Oxford. Las protagoniza un atleta bien alto y plantado que corre solo, en agonía, la última vuelta a una pista de ceniza de 400m. Es Roger Bannister. Chris Chataway y Chris Basher, las liebres que le marcaron el ritmo las primeras vueltas ya se han quedado fuera. Sigue solo Bannister, neurólogo y atleta, que termina exhausto la milla que demostró que los límites no existen. Por primera vez, un hombre conseguía correr los 1.609, 344 metros en menos de cuatro minutos, en 3m 59,4s exactamente. Antes y después, ninguna otra gesta atlética ha tenido tal valor simbólico que aún más de 60 años más aún se reconoce su trascendencia.

“Un año antes la reina Isabel había subido al trono y Edmund Hillary había alcanzado la cima del Everest. La milla de Bannister fue lo imposible hecho posible. Su acción trascendió el deporte. Abrió un nuevo campo de posibilidades para la humanidad. Iluminó a un país y elevó su moral. Hoy estamos todos perdidos”, dijo, solemne, Sebastian Coe, el presidente de la IAAF, que milatrmente casi se mantuvo firme en la pista durante el homenaje y que, cuando se le pidió algo más, no quiso salir en sus palabras del homenaje más puramente formal. “No, no quiero decir nada personal. Era muy amigo mío. Estoy muy afectado”.

Bannister entendió el valor de su récord, pero nunca llegó a entender completamente por qué. “Es extraño que una acción intrínsecamente simple y sin importancia como poner un pie delante de otro durante 1.760 yardas [una milla] lo más rápido posible se haya convertido en un logro deportivo tan importante”, escribió años más tarde el atleta, convertido ya en investigador en el St Mary’s de Londres, en el mismo laboratorio en el que Fleming había descubierto la penicilina. “Creo que su atractivo reside en su simplicidad: no exige dinero ni equipamiento ni un físico especial ni sabiduría ni educación. En un mundo de creciente complejidad tecnológica destaca como una declaración ingenua de la naturaleza humana. Usando simplemente sus dos pies, una persona puede superar tremendas dificultades para alcanzar una cumbre desde la que puede proclamar: ‘nadie había hecho esto antes’”.

Coe fue justamente uno de los grandes mediofondistas del mundo en los años 70 y 80 del pasado siglo, uno de los herederos de la gran tradición británica que había nacido en Nueva Zelanda en los años 30, con Jack Lovelock, el primero de un gotha que después alojó a Bannister, al australiano Herb Elliot y al neozelandés Peter Snell. Lovelock murió en una estación de metro de Brooklyn –se desvaneció en el andén y cayó a las vías cuando llegaba un convoy—en 1949, a los 39 años; Bannister vivió hasta los 88 y Elliot y Snell andan por los 80, aún vivos. Y todos están muy presentes en la memoria de todos aquellos que consideran el medio fondo un largo río, torrencial a veces, también tranquilo, cuyo caudal llega a todos. En España el río empezó a brotar desde el catalán Tomás Barris y el madrileño Jorge González Amo, olímpico en México 68, uno que se encarga de que la llama que encendió en su vida Bannister encienda y contamine a todos los que se calzan unos clavos y compiten.

La misma película que el público que llenaba el pabellón de Birmingham aplaudió largos segundos, la ovación más larga de todos los Mundiales, la vio por televisión González Amo en el Madrid de 1959. “Mi padre había comprado hacía poco la tele, un objeto de lujo entonces, y después de ver los cuatro minutos de Bannister dijo: ‘ya está justificada la compra’”, dice González Amo, responsable técnico de medio fondo en la federación. “Y yo tendría 14 años y me fascinó. Así que puedo decir que fui atleta gracias a Bannister, igual que mi padre se había hecho antes atleta por admiración a Lovelock, que ganó los Juegos de Berlín”.

El río que nació de todo aquello se alargó desde Barris y González Amo en España a través de González, Abascal, Cacho, Reyes Estévez… Y ahora empieza a empapar a Saúl Ordóñez, el medallista de bronce en Birminghan…

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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