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Saúl Ordóñez logra un magnífico bronce en los 800m

El atleta del Bierzo solo fue superado por el polaco Adam Kszczot y el estadounidense Drew Windle en una final en la que De Arriba, enfermo, terminó quinto

Carlos Arribas
Kszczot cruza la meta por delante de Windle y Ordóñez.
Kszczot cruza la meta por delante de Windle y Ordóñez.PHIL NOBLE (REUTERS)

Cuando salió a la pista, todo el mundo lo sabía, también los tres aficionados españoles disfrazados de vaca, plátano y marjorette que se han hecho los reyes de la grada y le jalearon, y él les saludó jovial, como si saliera a darse un paseo por el Campo Grande o a rodar por el Pinar de Antquera a buen ritmo. Despreocupado. Tranquilo en apariencia. Así se presentó Saúl Ordóñez a la carrera más importante de su vida.

Dos minutos después, era otro hombre.

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El grito le salió de tan abajo y lo liberó tan salvajemente a través de su gran boca abierta que hasta el pabellón, aún sumido en el jolgorio y el ruido increíble que sucede a las carreras en las que todos aguantan la respiración, enmudeció una fracción de segundo. Era Saúl Ordóñez, del Bierzo, del pueblo de Salentinos, entrenando y estudiando en Valladolid, el que gritando como si estuviera solo en mitad de una montaña, sin miedo, sacaba al exterior todo lo que sentía, la satisfacción tremenda de haber peleado de tú a tú con los mejores del mundo. Y todo el placer, toda la adrenalina, que la lucha, la carrera, los golpes para ganar la posición, le habían propiciado. El premio era secundario y eso que no era pequeño: una medalla en un campeonato del mundo de 800m, algo que en la historia del deporte español solo habían conseguido dos personas en pista cubierta, Tomás de Teresa, cántabro, y su casi paisana pucelana Mayte Martínez.

Al principio, cuando el grito, cuando aún el corazón lo tenía a 200 Ordóñez, un chaval de 24 años aún, otro del boom, la medalla era aún de bronce. Luego paso temporalmente a ser de plata, pero finalmente se quedó en bronce.

A Ordóñez, que siempre corre en cabeza, controlando, atacando, sin esperar nunca, le habían ganado en la pista el nuevo campeón del mundo, por fin, el polaco que tanto lo ansiaba Adam Kszczot, el crack mundial con el que había peleado de igual a igual desde que le vio acelerar en los 400m y se le puso delante y le intentó decir que para ganar tendría que pasar por encima de él, tanto fue su descaro en su primera gran final, en el primer gran campeonato en que competía el berciano que maravilla a todos. Kszczot, que tiene más armas que él, más experiencia y más cambios de ritmo, le doblegó finalmente antes de pasar por los 600m, pero siguió pegado a su espalda entrando en en la última recta. Y allí, en el tramo tan cortito que todo el mundo dice que es inútil, le adelantó, casi con el golpe de riñones, el oportunista norteamericano Drew Windle, uno que esperaba el momento.

Después, Windle fue descalificado pero tras reclamar recuperó la plata. Y a Ordóñez, y a su entrenador, Uriel Reguero, que se quedó en España en un campeonato de infantiles, les dio igual el color de la medalla. El atletismo da otras recompensas más internas, más sentidas, aunque quizás eso no pueda servir de consuelo para Álvaro de Arriba, el otro español en la final de seis, que acabó quinto. Ni el ibuprofeno ni el Fluimucil lograron que el salmantino pudiera respirar, desatrancar su nariz de los mocos que le asfixiaron hasta marearlo. Pese a ello, pese a ser casi espectador de la carrera, terminó quinto de una prueba muy lenta. Kszczot terminó en 1m 47,47s. Ordóñez, en1m 48,01s.

“Saúl es carismático”, responde Reguero cuando se le pide un adjetivo que le cuadre mejor que ningún otro a su atleta. “Disfruta con todo lo que hace y hace disfrutar a los que le rodean”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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