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Triunfo de Caleb Ewan en el sprint de Alberobello

El Giro se acerca perezoso por el sur de Italia a la ciaboga del domingo, con la montaña del Blockhaus

Carlos Arribas
Caleb Ewan, en el centro, vencedor por centímetros sobre Gaviria, a su derecha, y Bennet.
Caleb Ewan, en el centro, vencedor por centímetros sobre Gaviria, a su derecha, y Bennet.Alessandro Di Meo (AP)

Durante 200 kilómetros el Giro es una boa que goza perezosa de su digestión avanzando lenta del Tirreno al Adriático. El pelotón es un sistema cuyas reglas, melancólicas, solo atienden a su preservación. No tiene más objetivo que su subsistencia, su paso sin dejar huella, apenas sin sobra en una tarde grisácea junto al Jónico, el tercer mar italiano, por paisajes históricos y templos griegos con columnas dóricas. Es un organismo del pasado, como los trullos que poco a poco, según se entra en la Apulia y se deja el mar, van salpicando el territorio entre almendros y algunos olivos, manchándolos con su arquitectura blanca, sus cúpulas cónicas grotescas y exquisitas, como las contó Pasolini.

El pelotón del Giro que invade la Apulia es como esta arquitectura maniaca y rigurosa, y deja de ser entonces una boa y es una acuario de peces de colores, exóticos, como lo quiere el diseñador Paul Smith, un apasionado. Huele a sprint. Los movimientos dentro del gran organismo ya no buscan su mero mantenimiento enorme sino su desintegración. Los equipos se mueven rápidos, imparables, siguiendo líneas que parecen imaginarias desde el aire, arriba y abajo. Los grandes en la cabeza, y los de los corredores veloces. La boa es una culebra en los últimos kilómetros, de giros y más giros en Alberobello blanco. O una anguila, como Fernando Gaviria, el sprinter de ciclamen, que se mueve decidido pero tarde hacia la victoria. Lanza la bicicleta después de remontar en un eslalon frenético y felino. Se queda corto por un tubular. Se le ha adelantado Caleb Ewan, un sprinter de bolsillo, un pececillo brillante, diminuto. Su potencia no es la máxima, no tiene cuerpo para ello, pero sí la velocidad de sus piernas, su aerodinamismo. Disputa el sprint tan bajo que es como si no hubiera nadie sobre la bicicleta. Solo se ve su cabeza, colgando sobre la rueda delantera, sobre la que caen las babas de su último esfuerzo. Y el sudor.

En su segundo Giro ha encontrado su primera victoria Ewan, australiano de 22 años que ya se estrenó en la Vuelta hace dos años. La suya será quizás la última victoria de un sprinter en unos días. El sábado llega un repecho en Peschici ideal para los corredores que no están, Sagan o así. El domingo, la esperada ciaboga del Giro, la montaña continental del Blockhaus. Desaparecerán las caretas. La carrera entrará en una nueva dimensión, sin pereza. Se medirán los favoritos y se medirá también la capacidad del luxemburgués Bob Jungels, aún de rosa líder, para mantenerse arriba.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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