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Lecciones para construir una sociedad mejor

La pandemia ha demostrado la necesidad de crear una economía más verde, pero también que gran parte del esfuerzo será en vano sin una redistribución de la renta más justa

Thiago Ferrer Morini

Ahora que las cifras indican que las vacunas contra la covid-19 funcionan, abriendo así un camino amplio y soleado para salir de las tinieblas de una pandemia que ha causado (y sigue causando) millones de muertos, el mundo se enfrenta a una paradoja terrible. Por un lado, el dolor y la disrupción de los cerca de 18 meses que han pasado desde el descubrimiento del virus y los primeros casos derivados de él han provocado en la mayor parte de la humanidad un ansia muy potente por volver a un mundo que, por lo menos, se parezca lo más posible al que se perdió. Por otra parte, la pandemia ha creado una ocasión irrepetible de rectificar el sendero que tomamos como civilización y acelerar la mitigación de unos problemas que ya existían antes de ella y que seguirán existiendo después. La pregunta es: ¿queremos realmente que este nuevo arranque de la civilización tras la pandemia nos conduzca a las sendas que ya sabíamos que nos llevarán al desastre? Y si la respuesta es no, ¿cómo hacer lo que tenemos que hacer sin alienar a una ciudadanía hambrienta de normalidad? Es para resolver esas preguntas que Retina ha organizado el evento Retina Reboot, impulsado por Santander y Telefónica y con Accenture y ServiceNow como socios anuales de esta edición.

El primer desafío es el más grande de todos: el cambio climático. Naciones Unidas estima que la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero durante 2020 fue de alrededor de un 7% con respecto al año anterior. Esta cifra, derivada de una restricción sin precedentes de la actividad humana en los países desarrollados, no está muy lejos de lo que los países firmantes del Acuerdo de París pactaron dejar de lanzar a la atmósfera cada año. “Creo que esa cifra nos ayuda a ver que la sostenibilidad no solo va de pequeños cambios, va de hacer las cosas distintas”, considera Lara de Mesa, directora general de banca responsable del Banco Santander. “Nos muestra que el reto que tenemos es tan colosal que tenemos que reinventar tantas cosas, y que lo digital, al final, nos da más posibilidades de acelerar los cambios necesarios. Antes de la pandemia ya había una necesidad creada acerca de la sostenibilidad; el mundo necesitaba algo más que dinero barato. Con la pandemia temimos que eso cayese en el olvido; creo incluso que, por el contrario, ha salido reforzado”.

¿Qué más hace falta? Para Kavita Parmar, cofundadora de IOU Project y Xtant, “desde la Revolución Industrial hemos puesto al crecimiento, el aumentar la cantidad de producción, como nuestro Dios. Y eso es algo que ha llevado a nuestro planeta al límite”. Esa es una tendencia que se ha acelerado en los últimos años, con la proliferación del modelo de bajo coste. “El low cost es lo más caro que hemos inventado”, defiende Parmar. “Porque ese coste se transfiere al medio ambiente, al gasto social. No nos lo podemos permitir”. Y sentencia: “Todos los negocios necesitan decrecer en lo físico y crecer en otras direcciones”.

Pero el decrecimiento está muy lejos de ser una unanimidad. Siguen estando muy presentes las voces que defienden mantener a todo trance las viejas definiciones de progreso y exigen seguir aplazando las respuestas a la crisis climática y a otras. Es más, ganan fuerza argumentando que las iniciativas para rechazar e incluso revertir esas respuestas afectan, sobre todo, a los más desfavorecidos.

Dar una respuesta real a esas (justificadas) cuestiones será fundamental para el éxito de la modernización ambiental, especialmente en sociedades desarrolladas. “Con pandemia o sin ella, España tiene que transformarse hacia una economía más sostenible y más moderna”, pone como ejemplo Sara de la Rica, directora de la Fundación ISEAK y presidenta de la Comisión de Desarrollo Sostenible de Iberdrola. “Pero si queremos que sea realmente transformadora, debe ser más inclusiva con los más vulnerables, y esto es, posiblemente, lo que más me preocupa. Porque va a haber un sector de la sociedad que va a mejorar con los cambios, a ser más productivo, más rico y generar riqueza. El problema es qué hacemos para incorporar a ese cambio a la gran mayoría de los trabajadores. Porque, si no lo hacemos, los beneficiados serán solo unos pocos”.

Medidas concretas

“Nosotros entendemos la sostenibilidad como el atender las necesidades de nuestros distintos grupos de interés, desde empleados, clientes, accionistas, proveedores y la sociedad en su conjunto”, considera De Mesa. “Y llevamos 20 años con esto, no como algo adicional o anecdótico, sino dentro de nuestro núcleo de negocio; estamos implementando los criterios socioambientales en las concesiones de créditos, que no hay negocio más fundamental que ese para un banco. Nuestro objetivo es la neutralidad en emisiones de gases de efecto invernadero para 2050 y lo estamos demostrando con medidas concretas, como acabar con nuestra exposición en empresas que invierten en carbón térmico. Y somos cofundadores de una iniciativa en la que participan más de 40 entidades. Lo que hacemos es fijar una ambición y aterrizarla en los distintos sectores de tus carteras de créditos”. Aunque alerta: “Los bancos financian la economía. No puedes pretender hacer la transición ecológica tú solo sin que acompañes la transformación de los demás. Esto va de cambiar comportamientos”.

Sobre todo, la mentalidad ha de estar abierta y se han de considerar las posibilidades de construir modelos de negocio justos y ecológicamente sostenibles en todos los sectores de la economía. “Tiene que haber un poco de todo”, apunta De la Rica. “Tenemos que empezar a apostar por cosas que ya están aquí y que son empleos más cualificados: temas biotécnicos, biosanitarios, transporte limpio. Pero no podemos desdeñar que España es un foco turístico, no solo por el sol y la playa, sino que a la gente le gusta nuestra cultura, nuestra gastronomía, nuestro vino. Es un sector muy precarizado y por eso hay que tener valentía en la apuesta”.

La necesidad de explorar todos los caminos posibles dentro de los términos de la sostenibilidad se hace evidente en el mercado de trabajo, donde la pandemia ha dejado en evidencia que la transformación digital no solo es imparable, sino más ubicua de lo que se pensaba, lo que ha acentuado una dualidad laboral que ya era inaceptable de antes. “Quienes están alineados con los cambios tecnológicos han podido conservar sus empleos. Los que tienen empleos que requieren menos especialización y más presencia”, apunta De la Rica.

No solo en la oficina

“No solo es el teletrabajo de oficina”, explica Mercedes Valcárcel, directora general de la fundación Generation Spain. “Un estudio del Banco de España de necesidades competenciales muestra que incluso en los sectores que se puede pensar que no están impactados directamente por el cambio tecnológico, las competencias digitales también están muy demandadas. La gente tiene que estar formándose continuamente. Para eso hay que tener mentalidad de que eso es necesario. Hay que hacer un trabajo muy importante entre las personas que puedan estar en el grupo de los perdedores, las que tienen menos acceso y a las que más les impacta no poder estar en esas dinámicas”.

Y no hay que olvidar que en el grupo de los perdedores hay una presencia desproporcionada de perdedoras. Marieta Jiménez, presidenta de Merck Healthcare Europa, es líder de Closing Gap, en sus propias palabras, “un cluster de empresas con la intención de poner de manifiesto las brechas de género que siguen existiendo y cuánto dinero se deja de ganar por no aprovechar todo el talento femenino”. La propia Merck es un ejemplo: es una empresa encabezada por una española, su consejera delegada, Belén Garijo.

“La I+D es un sector bien representado por las mujeres y creo que debemos seguir fomentándolo”, apunta Jiménez. “En el mundo de la tecnología y de la ciencia estamos dando pasos importantes”. Pero no basta. “Hay que seguir tomando consciencia de cuál es la situación real. Todavía tenemos una brecha de género de un 36%, a este ritmo tardaríamos 35 años. Hace falta acelerar”. Tenemos que hacer más cosas, que las jóvenes decidan por carreras científicas y tecnológicas, desarrollar el potencial de las mujeres, mentorizar más… y, sobre todo, tener más mujeres donde se toman las decisiones en el ámbito público y privado”.

Una digitalización que no deje a nadie atrás

Este viernes, la Comisión Eu­ropea terminó de recibir el visto bueno de los 27 países de la UE para empezar el proceso de endeudamiento que le llevará a recoger 800.000 millones de euros, destinados a la reconstrucción de la Unión tras los devastadores efectos económicos de una pandemia que todavía no ha terminado. Y si la batalla política fue difícil, la tarea que se presenta de aquí en adelante es titánica: invertir una cantidad de dinero solo comparable (con todas las salvedades) al Plan Marshall, hacerlo en menos de un lustro y, sobre todo, hacerlo bien. “El desafío está en ejecutarlo todo”, apunta Carme Artigas, secretaria de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial. “Nuestro presupuesto se ha multiplicado por 10, pero no se van a multiplicar por 10 nuestros funcionarios ni nuestras horas de trabajo”.

Para Luis Garicano, vicepresidente económico de Renew Europe y jefe de la delegación de Ciudadanos en el Parlamento Europeo, la solución aportada en el plan español para evitar retrasos en la ejecución no apunta hacia donde debería apuntar. “¿Quién es capaz de gastarse miles de millones? La gran empresa. Y escribes un cheque. Pero esa no es una solución transformadora, porque la gran empresa tiene su plan, lo que hace es llevar su plan a cero, coger el dinero del gobierno y eso no cambia nada en el país”, pronostica. “Los que realmente necesitan el dinero son las pymes, que forman el verdadero tejido productivo español. Ahora las pymes piensan que ese dinero les es ajeno”.

Sea como sea, hay mucho en juego. El objetivo que acordaron los Veintisiete es muy ambicioso: no solo se trata de encarrilar a la mayor economía del planeta, sino de encarrilarla en una vía más sostenible, más resistente y menos desigual. Para lograrlo se hace indispensable el poder de la tecnología, y pocos países van a apostar más por ello que España. “La pandemia nos ha enseñado que la digitalización era uno de los retos que estaban aquí, que eran importantes, pero ahora también sabemos que eran urgentes”, considera Artigas. “Vamos a dedicar un tercio de las inversiones europeas a la transición digital; somos el país europeo que más va a invertir”.

Una inversión que, según la secretaria de Estado, sirve, ante todo, como catalizador. “Si no invertimos hoy hacia la economía del dato, nunca va a llegar a ese futuro”, considera Artigas. “En España es mejor que nos pongamos retos agresivos. Concentrando la inversión pública en la primera fase, el sector privado se puede sumar luego. A cada euro de inversión pública se suman tres o cuatro de inversión privada”. “El plan español sobre todo invierte en cosas cuando debería invertir en personas”, replica Garicano. E indica: “En Estados Unidos se hicieron muchos estudios sobre la digitalización en la policía; si le das un ordenador a un policía, no pasa nada. Solo cambia cuando cambias la formación y la organización”, apunta. “Y lo mismo aquí: si pones un ordenador en cada aula, los niños van a aprender igual. Se usa el ordenador para cambiar cómo se hacen las cosas”.

“Tenemos un altísimo nivel de conectividad, pero tenemos que desarrollar el siguiente nivel, y para mí ese, más que la infraestructura de redes, es el talento digital”, considera Artigas. “El 43% de los españoles carecen de habilidades digitales básicas, y esto es una gran fuente de desigualdad por la pérdida de oportunidades laborales”.

Sea como sea, es indispensable hacerlo bien. “Son muchas cosas a la vez que van a definir el futuro de nuestras compañías”, indica María Jesús Almazor, CEO (consejera delegada) de ciberseguridad y cloud de Telefónica Tech. “No decidimos lo que vamos a hacer mañana, sino qué va a ser de nuestro negocio en el futuro. La digitalización es el paso fundamental para crear un entorno económico más competitivo, empresas más productivas y a la vez más sostenibles. Este momento es clave porque tenemos que rediseñar muchas cosas: modelos de negocio, rediseñar completamente los procesos… Los clientes no son los mismos, quieren cosas distintas, otras experiencias. Y esto no lo puede hacer una empresa por sí sola. El asesoramiento es imprescindible”.

La digitalización de la economía española, como otros tantos desafíos, sería un proceso mucho más eficiente si hubiese un compromiso de Estado entre las distintas fuerzas políticas que garantizase un rumbo firme a largo plazo. Pero, como expresaron en un debate Eduardo Madina, exdiputado del PSOE y socio y director de estrategia de la consultora Harmon, y José María Lassalle, exdiputado del PP y director del Foro de Humanismo Tecnológico de ­Esade, es algo tremendamente complicado. “¿Tiene hoy el país capacidad de liderazgo para crear un gran acuerdo de país que enfoque bien el futuro después de esta pandemia, en una década que va a ser enormemente relevante en términos históricos?”, se pregunta Madina. “Me gustaría poder decir lo contrario, pero creo que no. Y no por una especie de prestigio intelectual del pesimismo, sino por una constatación de la evidencia: atravesamos una época de enorme polarización política”. “En la polaridad histórica, en el boxeo democrático han emergido una suerte de monstruos y los protagonistas se han ido a las esquinas”, apunta Lassalle. “Creo que quien acierte en construir nuevas centralidades ­acertará a descubrir por dónde se orientan las nuevas políticas. O se cambian realmente los registros, o la política se adapta y construimos nuevos consensos de racionalidad; si no reaccionamos a eso, alguien lo hará”.

Algoritmos sin sesgos para un mundo que exige transparencia

Vivimos en una sociedad cada vez más sensible ante todas las clases de discriminación. A la vez, nuestras decisiones están cada vez más influidas (cuando no directamente adjudicadas) por fórmulas matemáticas que, sobre todo si dependen de la inteligencia artificial, pueden llevar a precisamente eso. “Los datos los generamos los humanos, que tenemos nuestros propios sesgos”, explica Pilar Manchón, directora senior de estrategia de investigación en inteligencia artificial de Google. “Por experiencia, vivimos cómo se cometen muchas injusticias con algoritmos, muchas veces bien intencionadas”, explica la especialista en ética digital Carissa Véliz. “Ahora mismo yo podría hacer un algoritmo, soltarlo al mundo, que tome decisiones muy importantes y nadie me supervisa, casi no hay control, y solo nos damos cuenta años después, cuando se ha destrozado la vida de la gente”.

Es imposible desarrollar una sociedad digital sin una responsabilidad digital, y ahí la ética es imprescindible. “Siempre hay una evolución; si nosotros no somos perfectos, nuestras herramientas tampoco”, considera Manchón. “Necesitamos estudios de control aleatorio; si no soltamos una medicina sin haberla probado, lo mismo ocurre con un algoritmo que puede hacer tanto daño o más”, apunta Véliz. “Imagínate que vas a un banco y pides un préstamo, y el algoritmo te dice que no. El algoritmo también te tiene que dar una información contrafáctica de qué es lo que tienes que hacer para que te diga que sí”.

Hay quien piensa que se ha de ir incluso más lejos. Para Renata Ávila, del HAI Center de la Universidad de Stanford (EE UU), “hemos vivido una expropiación de nuestras posibilidades digitales como ciudadanía”, afirma. “Promesas rotas por la acción sostenida del tecnoimperialismo, los gigantes tecnológicos en Silicon Valley y China, que se reparten el mundo. Y una gran responsabilidad de un sector público que dejó hacer y dejó de invertir”. “La tecnología nunca es neutral. Siempre hay mucha política y ética detrás”, apunta Véliz. “Podemos tener las mejores tecnologías del mundo, pero, si no tenemos una distribución justa, se pueden echar a perder. Para que la democracia sea fuerte, la ciudadanía tiene que tener el control de sus datos, que es el control del poder. Si se los damos a las empresas, que no nos sorprenda que los ricos escriban las reglas del juego. Si se los damos a los gobiernos, hay riesgo de totalitarismo”.

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Sobre la firma

Thiago Ferrer Morini
(São Paulo, 1981) Licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración por la Universidad Complutense de Madrid. En EL PAÍS desde 2012.

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