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La libertad sexual de Emma Stone reta al festival de Venecia y al mundo entero

La actriz afronta numerosas secuencias de desnudo en la orgiástica ‘Poor Things’, de Yorgos Lanthimos, para encarnar a una mujer sin tabúes guiada solo por su sed de conocimiento y placer

Emma Stone, en un fotograma de 'Poor Things', de Yorgos Lanthimos.
Emma Stone, en un fotograma de 'Poor Things', de Yorgos Lanthimos.
Tommaso Koch

Desde que resucitó, Bella Baxter ya no es la misma. Algo pasa con su cerebro, debe aprenderlo todo de nuevo. Decir “hola” le supone días de esfuerzos. Ni hablar de avisar cuando se hace pis. La chica, eso sí, mejora rápido. En poco tiempo ya sabe indicar en el mapa Sudamérica, ahí donde le han contado que murieron sus padres. Y, a medida que entiende, también se opone, discute, quiere más. De acuerdo, el científico al que llama Dios —es su nombre, al fin y al cabo— siempre la ha tratado con cariño. Pero, fuera de su hogar, hay un mundo entero por explorar. Y, tal vez, más placeres como el que ha descubierto rozándose entre las piernas. Junto con ella, la Mostra de Venecia se ha lanzado este viernes a un enloquecido viaje hasta los límites del sexo, los esquemas sociales y el libre albedrío. Cortesía de Yorgos Lanthimos y su Poor Things. Y de una interpretación dificilísima de Emma Stone. Quizás el filme no llegara a culminar su éxtasis. Pero se quedó, sin duda, entre los mayores placeres del festival.

De ahí que aumentara, a la vez, la pena por la ausencia de la intérprete en el Lido. Ni la rebeldísima Bella Baxter ha querido cuestionar la firmeza de la huelga de actores y guionistas contra grandes estudios y plataformas de Hollywood: nada de promoción, y punto. Le tocó al cineasta griego, pues, responder a las preguntas que sobrevolaron la proyección: de dónde sacó Stone el valor para encarnar a tan arriesgado personaje, cómo afrontó tantas secuencias de desnudo, cuál fue el mayor reto. Aunque el propio Lanthimos aclaró, ante todo, que compartía el sentimiento común a la sala: “Es una lástima que Emma no esté aquí”. Es lo que tiene un parón, y respetarlo.

El personaje, en cambio, rechaza cualquier regla. “No se hace”, le repiten. “No es admisible”, le insisten. En absoluto, sin embargo, logran pararla. Bella Baxter no reprime sus deseos: los satisface. Declara repugnante lo que le parece tal. Persigue lo que le fascina, deja atrás lo que le aburre. A costa de adentrarse también en las sombras del mundo: vergüenza, dolor, pobreza. Devora, en definitiva, la vida a bocados. Incluido ese “saltar furioso” encima de otros humanos que tanto le gusta: no ve por qué no hacerlo con quien y cuando siente ganas.

Yorgos Lanthimos, hoy en el Lido de Venecia, antes de la presentación ante la prensa de 'Poor Things'.
Yorgos Lanthimos, hoy en el Lido de Venecia, antes de la presentación ante la prensa de 'Poor Things'. GUGLIELMO MANGIAPANE (REUTERS)

Cada vez que desviste su cuerpo, la criatura desnuda también las absurdeces de la sociedad. Y, además, las que conlleva nacer con una vagina: patriarcado, puritanismo, condescendencia. Todos esos hombres que pretenden guiar su vida y acaban perdidos tras su estela, llorando por las esquinas. Aunque, a la vez, están esas hermanas que hace por el camino. Por más que le hablen de grandes ideales, Bella prefiere la acción. Todo instinto, cero tabúes. Como un bebé con cuerpo de mujer. O como una adulta empoderada, decidida y consciente. Tanto como para difundir cierta envidia y crisis de conciencia por las butacas. Ella, en la pantalla, libérrima. Y el espectador, enfrente, encerrado en su jaula de convenciones. ¿Cuándo dejó de hacer lo que le apetecía? ¿Qué ganó a cambio? ¿Mereció la pena?

El genio del cineasta también resulta digno de admiración. A veces falla, pero siempre prueba, cambia, se la juega. Tras la peculiarísima familia de Canino, o las disparatadas intrigas de palacio de La favorita, Lanthimos invita al público a una nueva orgia visual y creativa. El foco se alarga y se estrecha, los colores se saturan, Lisboa o París lucen alucinantes, los coitos se multiplican, las risas se repiten, igual que las bocas abiertas. Imposible, sin embargo, que el asombro dure dos horas y 20 minutos. Hasta la mayor sorpresa, si repetida, se vuelve norma, incluso aburrimiento. Y el propio idilio con la película baja así algún escalón. Más orgasmo arrollador que amor duradero. Más romance de verano que matrimonio para siempre. Adiós, pero gracias por el baile.

“Era muy importante que el filme no fuera púdico, porque estaría traicionando totalmente al personaje [sacado de la novela homónima de Alasdair Gray]. Debíamos confiar en que Emma no se avergonzara de su cuerpo, la desnudez, o la implicación en esas secuencias. Y ella lo entendió de inmediato”, afirmó Lanthimos. Desde luego, una vez visto el filme, no se antojaba sencillo. Seguramente ayudara la presencia en el plató de una coordinadora de intimidad. El griego reconoció que, al principio, muchos cineastas percibieron con “escepticismo” estas figuras. Algunos las veían directamente como censoras. Pero él se dio cuenta de que la necesitaba, y constató que lo había hecho “más fácil para todos”.

Hace apenas unos años que estas profesionales colaboran con directores e intérpretes para filmar las secuencias más delicadas sin incomodar a nadie. Aunque hubieran venido bien, sin duda, también en la Cinecittà de los años cincuenta. Probablemente, eso sí, no habrían sabido por dónde empezar. Porque Finalmente l’alba, de Saverio Costanzo, también presentado este viernes en el concurso, regresa a aquella era dorada y fantástica de los estudios romanos, donde en un rodaje podía suceder todo, y su contrario. Así lo descubre la joven Mimosa, reclutada casi por casualidad para la gran fábrica de las películas. Desde dentro, sin embargo, se parece solo en parte a lo que la chica soñaba e idolatraba.

El brillo de las estrellas no las salva de inseguridad y mezquindades. Los amigos se confunden con los rivales, a un abrazo puede seguir una traición. Una línea muy fina, en definitiva, separa magia e hipocresía, arte y violencia. Igual que la niña encuentra a un león, se cruza acto seguido con depredadores incluso más feroces: los desconocidos que le piden abrir la camiseta.

Es curioso que Costanzo subraye cómo los hombres han contado de forma sesgada a las mujeres. A priori, se le podría cuestionar por la misma razón. Aunque el cineasta ya mostró en su adaptación a la televisión de La amiga estupenda, la saga literaria de Elena Ferrante, la capacidad de narrar con matices y éxito, sin prejuicios, a la otra mitad del mundo. El problema del filme se encuentra, más bien, en otro lado. El mismo del tercer largo en concurso, Bastarden, de Nikolaj Arcel, y de buena parte de la Mostra vista hasta ahora: películas válidas, pero canónicas, incluso conservadoras. Un festival como este debe acoger la vanguardia del séptimo arte. Muchas obras, en cambio, parecen conformarse con el aprobado, en vez de aspirar al notable. Debe de ser que tiene razón Bella Baxter: es fácil atrincherarse en las convenciones. Lo que cuesta es romperlas.

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Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.

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