La naturaleza viva de María Negroni
La poeta, ensayista y profesora argentina reúne en ‘La idea natural’ apuntes biográficos sobre 49 personajes que desde la Antigüedad hasta el siglo XX han tratado de clasificar y escribir sobre la naturaleza
María Negroni (Rosario, Argentina, 72 años) no tiene un jardín, ni un zoológico, ni un museo, pero ha reunido en La idea natural (Acantilado) sus apuntes sobre 49 personajes que sí los tuvieron, o que al menos trataron de ordenar la “riqueza inabarcable del mundo” en tratados, gabinetes de curiosidades, jardines, cuadros o dibujos. Vidas a veces marcadas por esa obsesión, y otras en las que el estudio de la naturaleza ocupó un margen importante, aunque alcanzaran la fama en otros campos. Desde Lucrecio y Plinio el Viejo hasta W. G. Sebald y su libro Los anillos de Saturno —donde recoge la historia de los gusanos de seda que obsesionaron al rey Jacobo I de Inglaterra—, pasando por el filósofo Wittgenstein, el cineasta Derek Jarman o los novelistas Clarice Lispector o Nabokov, en este álbum también aparecen los trascendentalistas Emerson y Thoreau, la revolucionaria Rosa Luxemburgo, el explorador Humboldt o el estudioso de las hormigas Réaumur. “Es una galería recortada por la naturaleza”, reflexionaba Negroni en un hotel de Madrid a finales de febrero.
En uno de los heterodoxos perfiles de su libro habla sobre afinidades electivas y la búsqueda de “la conexión oculta entre las cosas”, un rasgo que recorre la obra de Negroni. “Esa afinidad electiva es tu propia poética y la lectura que haces del mundo”, asevera la poeta y escritora, autora de una treintena de libros entre los que se incluyen poemarios como Oratorio (Vaso Roto), el ensayo Pequeño mundo ilustrado (Wunderkramer) —que ella define como una “enciclopedia portátil del asombro”— o El corazón del daño (Literatura Random House), el libro que escribió sobre su madre y que fue adaptado al teatro e interpretado como monólogo por la gran actriz argentina Marilú Marini hace unos meses en Madrid.
Para tratar de explicar los distintos materiales que ha juntado en las entradas de La idea natural, la autora se refiere a un “clima de bazar”, a ese zoco que ella encontraba en sus lecturas de niña de las enciclopedias infantiles y en el que siempre se siente cómoda. Fotos, ilustraciones y mapas convivían en esos libros con biografías e información variada sobre geografía, oficios o anatomía. Esa mezcla destilada ahora llega, como ha ocurrido otras veces, a su nuevo libro; también recupera la brevedad que esta poeta relaciona con el asma de su madre y la necesidad imperiosa de aprovechar cada aliento, decir lo máximo en el mínimo número de palabras. Presentados en orden cronológico, los perfiles y apuntes de La idea natural toman a veces forma de poema o de carta, incluyen ilustraciones variadas y resumen en breves párrafos largas biografías, sin renunciar al humor, ni a la ternura, ni al autorretrato de la autora. “En muchos de estos personajes hay un delirio, una desmesura casi bulímica. Muestran el afán humano de enfrentarse a la realidad indescifrable e incomprensible, algo a lo que ni la ciencia, ni la escritura logran acceder. Por eso existe el arte”, explica. “En la literatura está ese mismo impulso de ordenar el caos y nombrar, pero al hacerlo cancelamos eso mismo a lo que damos nombre. El poeta Aníbal Núñez tiene ese verso que dice ‘para ser río al río le sobra el nombre”.
Profesora en el college Sarah Lawrence y en la New York University durante las décadas que vivió en Estados Unidos, Negroni mantiene su vocación docente en Buenos Aires. “Me encanta dar clase”, y afirma contundente: “Antes que escritora soy lectora: la lectura es mi razón de ser”. Quizá por eso Negroni salta de una cita a otra a la hora de tratar de explicar de la manera más directa y clara posible el afán que mueve la escritura en general y la suya en particular. Lleva décadas empeñada en romper las barreras que separan taxativamente los géneros, le gusta poner los datos al servicio de la imaginación y buscar “el hueso de las cosas” de la manera más limpia y desnuda posible. Su tendencia, afirma, es hacia “el silencio”. ¿Con todo lo que lleva publicado? “Sí”, sonríe, “mi escritura natural es casi esquelética”. Es el descubrimiento lo que la mueve y de ahí surgen sus textos, ¿híbridos? “No hay hibridez, los géneros literarios son etiquetas que obedecen a unas necesidades, pero al final todo se reduce a si hay o no escritura. Una buena novela tiene poesía, porque contiene la apertura de un concepto, te asombra con algo que no habías pensado, hay una fisura. Por ejemplo, ‘escribir es aullar sin ruido’, esto es un verso brutal, pero está en una novela de Marguerite Duras”.
Ese orden de la naturaleza que los personajes de La idea natural se afanaron en crear, ¿no es justamente lo que hoy se cuestiona poniendo en jaque quién ordenó y en base a qué? “El presente es un tiempo demasiado cercano para tener una idea de lo que está pasando porque hay cosas que se ponen de moda”, observa. “Puede haber una agenda justa y necesaria en la que el mercado identifica una posibilidad de lucro, por eso hay que mirar estas cosas con cierta cautela”, advierte.
Negroni cuenta que ha trabajado una década en la exquisita galería que ha reunido en su nuevo libro. ¿Cómo la dio por terminada? “Termino cuando siento que se agotaron mis preguntas. Cesare Pavese habló de un plano cartesiano en el que se encuentra la obsesión en un eje y la forma en otro y se encuentran en un determinado punto, y ahí está el libro. Lo que precede es imperfecto y lo que sucede innecesario”. Observa Negroni en su apunte sobre el médico filósofo y escritor británico sir Thomas Browne en La idea natural: “Imposible saber si uno escribe por costumbre, por afán de prestigio, por amor a la verdad o por mera desesperación; si escribir lo vuelve más sagaz o más triste”. ¿Y ella? “No tengo la respuesta, pero la tristeza tiene un valor, no hay que rehuirla”.
Babelia
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