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Cien años de Claude Sautet, el maestro del cine sobrio y adulto despreciado por los ‘cahieristas’

El director francés dejó para la historia títulos como ‘Las cosas de la vida’, ‘Un corazón en invierno’ o ‘Nelly y el Sr. Arnaud’

Patrick Dewaere y Claude Sautet, en el rodaje de 'Un mal hijo', en abril de 1980 en París.Foto: JEAN-LOUIS URLI (GAMMA-RAPHO VIA GETTY IMAGES) | Vídeo: EPV
Javier Ocaña

Los solitarios personajes de Claude Sautet siempre hacían cosas extrañas por amor. Por ejemplo, no amar a quien amaban. Sus criaturas, hombres temerosos, huidizos, dubitativos ante la posibilidad de elegir, y mujeres concretas y combativas, gente perdida social, económica, moral e intelectualmente, solían ser unos extraviados. Claude Sautet (Montrouge, 1924-París, 2000) dirigió películas entre 1960 y 1995. No demasiadas, apenas 13, entre A todo riesgo y Nelly y el Sr. Arnaud, más una, Bonjour sourire!, de 1956, que, aunque esté firmada por él en los créditos, no consideraba como suya. De ellas, media docena de obras maestras y otra media de obras formidables o notables. Despreciado en su día por los miembros de la revista Cahiers du Cinéma, aunque admirado por Jean-Pierre Melville, otro independiente maduro y complejo como él, y por François Truffaut, el único de los coetáneos de la nouvelle vague que lo valoró en su justa medida, Sautet hubiera cumplido 100 años este 23 de febrero. Un excelente momento para recuperar su figura misteriosa y su obra amarga, presente en una parte relevante en plataformas.

Cahiers du Cinéma era una revista muy influyente por aquel entonces y sus juicios, como venidos de una nebulosa poblada de ayatolás predicando a contraluz, eran ley”, contó el director a Michel Boujut en el libro Conversaciones con Claude Sautet, editado en España por el festival de cine de San Sebastián, que le dedicó en 2022 una retrospectiva. La maravillosa Las cosas de la vida (1970) fue definida en Cahiers como “la Z de la ternura”, en referencia a la famosa película de Costa-Gavras, y de la felizmente desoladora Un corazón en invierno (1992) se dijo que olía “a formol”. Michel Ciment, histórico director de Positif, la revista rival, denunció en una entrevista del año 2009 el “terrible” carácter del “dogmatismo”: “El rol de la crítica es la elección. En Positif defendimos mucho a Sautet en épocas en las cuales era muy atacado por los cahieristas, pero ¿qué vincula a Sautet, Truffaut y Chabrol? Es un cine psicológico, narrativo, realista. Los tres comparten un mismo tipo de cine. Pero Truffaut y Chabrol son considerados maestros y Sautet como nada, porque este último no escribió en Cahiers... Estos son los defectos de la crítica. La crítica debe ser abierta para después jerarquizar y evaluar. Pero nunca una evaluación basada en el dogma. Es absurdo”.

Admirador del jazz y de Howard Hawks y John Ford, además del fabuloso dueto formado por el cineasta Marcel Carné y el escritor Jacques Prévert, adalides del realismo poético francés, Sautet, que había comenzado su carrera como guionista de títulos importantes de Georges Franju (Los ojos sin rostro) y Jacques Deray (Ronda de crímenes) y como consultor de guiones en los que no era acreditado, fue un buscador incansable de una manera serena de vivir y, al tiempo, de una exigencia suprema en su trabajo. Así, en el apartado temático, su carrera podría dividirse entre los policiacos ásperos protagonizados por seres a la deriva (A todo riesgo, Max y los chatarreros) y los dramas sobre burgueses maduros unidos por el fracaso, “que se conocen de toda la vida y que utilizan la amistad como refugio para escapar de sus angustias”: Las cosas de la vida; Ella, yo y el otro; Tres amigos, sus mujeres… y los otros; Mado. Mientras, en lo formal, siempre con una suprema elegancia, a través de un estilo más expansivo en los años setenta y ochenta y una etapa más introspectiva y desnuda en los noventa.

Sus habituales hombres duros pero sombríos, interpretados por estrellas como Michel Piccoli e Yves Montand, y sus figuras femeninas, mucho más persuasivas e independientes, representadas por Romy Schneider en la primera etapa y Emmanuelle Béart en la última, conmueven y fascinan porque nunca son lo que parecen. “Estoy harta de vivir con un hombre resignado, que se cuece día a día como una lechuga”, dice el personaje de Schneider en Max y los chatarreros. No se resignen ustedes a no conocer, revisitar y quizá reevaluar el cine de Sautet.

Cinco de las grandes, en plataformas

A todo riesgo (1960)

Basada en una novela de José Giovanni, uno de los nombres fundamentales del policiaco francés, tanto en literatura como en cine, con guion del propio escritor y de Sautet, música de Georges Delerue —sus bandas sonoras para Truffaut y Godard son históricas— y protagonismo de Lino Ventura, Jean-Paul Belmondo y Sandra Milo. Los grandes nombres se acumulan en A todo riesgo, un polar (el cine negro francés) sobre una vida sin aliento. La de un atracador de bancos condenado a muerte en rebeldía desde una década atrás que, huido en Italia, deambula de ciudad en ciudad junto a su mujer y a dos hijos pequeños, con el objetivo del regreso a Francia. Como en Heat, de Michael Mann, tan influida por algunos aspectos del policiaco francés, el público está del lado del malhechor. Por su nobleza, por su dignidad. Esa delincuencia de caballeros que Ventura bordaba: gesto mínimo y sutil, sonrisa sincera, dura y breve. El tono desesperanzado, ansioso y fatalista culmina con un desenlace seco y atroz narrado por una voz en off omnisciente que deja boquiabierto al espectador. Entre ellos, Jean-Pierre Melville, maestro del polar, al que le entusiasmaba A todo riesgo. Disponible en Filmin.

Max y los chatarreros (1971)


En la parte final de su carrera tiene algún buen contrincante, pero el personaje de Michel Piccoli en Max y los chatarreros es el tipo más ruin, turbio y complejo del cine de Sautet. Un exjuez de instrucción que se hizo policía para no tener que ver en la calle a delincuentes que él consideraba culpables y que eran absueltos por falta de pruebas. Un profesional obsesionado por el delito in fraganti, con cierto complejo de inferioridad y una soberbia pasmosa, valga el contrasentido. Y tan necesitado de una medalla, que la provoca. A su lado, en su segunda película conjunta tras la también portentosa Las cosas de la vida (1970), Romy Schneider, que tuvo que convencer al cineasta de que podía interpretar a una prostituta del cinturón rojo parisino, alrededor de un grupo de don nadies: unos miserables, unos vagos, unos imbéciles que nunca habían creado el mayor problema. La película favorita del director, el relato de un lúgubre vanidoso, un formidable polar que culmina con un par de imágenes demoledoras tras una magistral secuencia rodada con tres cámaras entre una multitud: el atraco a un banco que no llega a verse, pues la mirada de Sautet permanece donde debe, en las calles. Disponible en Filmin.

Una vida de mujer (1978)

Tanto su título original, Une histoire simple, como su rebautizado español, Una vida de mujer, dan una idea de lo que quería Sautet: abordar un relato (desgraciadamente) común, el de una mujer de mediana edad que intenta encontrarse a sí misma sin la dependencia de los hombres, aunque sin forzar el más mínimo énfasis dramático. “Desde hace un tiempo, cuando estoy contigo es cuando más te echo de menos”, dice a su actual pareja el personaje de Schneider, mujer divorciada con un hijo adolescente, en un tono lóbrego cargado de lirismo, tras tomar la decisión de dejar de convivir con él y de abortar, sola y en una decisión totalmente libre, del hijo que esperan. En la película, protagonizada por una amplia pandilla de amigos y amigas de mediana edad con diversos problemas sentimentales y laborales, entre despidos, depresiones e infidelidades, ella intenta poner la calma que otros no tienen. “La fatalidad no existe. Justo porque existe la libertad”. Y el director se luce en esos momentos de pausa, aparentemente copados por el brío, las conversaciones y los resquemores, en los que planta la cámara en el silencio de sus protagonistas; en sus pensamientos, sus preocupaciones y sus sueños. La mirada exterior de Sautet está en el estado interior de sus criaturas. En la búsqueda de la libertad y en la sororidad de unas mujeres combativas. Disponible en Filmin.

Un corazón en invierno (1992)

El lado más tenebroso y taimado de la gente impoluta, triunfadora y culta. En este caso, un lutier, un artista con un mimo exquisito para crear violines, un sabio de la música, un tipo gélido e impenetrable, al que interpreta sin apenas mover un músculo Daniel Auteuil. “Si uno habla puede decir tonterías. Si se calla, en cambio, no hay riesgo y puede parecer inteligente”, le espeta el personaje de Emmanuelle Béart, tan enojada como fascinada ante un ser opaco y desagradablemente conciliador que se ha creado un mundo cerrado y practica un cruel juego de seducción, radicalmente opuesto al de Valmont en Las amistades peligrosas. Esto es mucho más sibilino y humillante. Es un hombre con un corazón en invierno, inspirado en la novela corta de Mijaíl Lérmontov Un héroe de nuestro tiempo. Consciente de estar ante una película de cámara, Sautet eligió para los variados momentos musicales unas piezas “ni demasiado conocidas ni demasiado melódicas”: los tercetos y sonatas de Maurice Ravel. Como dijo el director sobre su implacable personaje: “Es difícil saber si está actuando, si se esconde o si se protege”. León de Plata a la mejor dirección en Venecia. Disponible en YouTube.

Nelly y el Sr. Arnaud (1995)

El testamento cinematográfico del director. El señor Arnaud no es Sautet, ni tiene por qué serlo, ¡pero se le parece tanto! Una obra que, contado su argumento principal, suena a sordidez, pero que, disfrutada después con su agria melancolía y su singular templanza, solo exhala delicadeza. Una joven mujer en dificultades económicas acepta una buena cantidad de dinero para saldar sus deudas y una oferta de trabajo para pasar a limpio y editar un libro de memorias por parte de un amigo de una amiga, un exjuez y hombre de negocios jubilado al que apenas conoce, un “señor mayor” pero “no un anciano”. La enorme capacidad del cineasta francés para romper expectativas; su apego por la incertidumbre, y el talento para que en cada diálogo y con cada acción ocurra lo más inesperado; el retrato de una serie de personajes que buscan una calma interior que les llega del modo más misterioso. Podría haber sido una película sobre una relación oscura y corrupta, pero es la historia de un hombre con un inmenso camino recorrido que vela por una mujer con un camino por recorrer. Michel Serrault está magnífico como álter ego de Sautet, pero lo de Béart es extraordinario: no se puede decir simplemente “sí” o “no” con más convicción, matices y autenticidad. Disponible en Filmin.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.
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