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Distopías tecnológicas: el nuevo cine futurista transcurre en el presente

De una película sobre la posibilidad de resucitar a los muertos a un ‘remake’ costumbrista de ‘Star Wars’, varios títulos presentados en la Berlinale hablan de un porvenir que se parece mucho al mundo de hoy

El actor Gael García Bernal, protagonista de 'Another End', una de las películas que compiten por el Oso de Oro en la Berlinale.
Álex Vicente

Transcurren en un tiempo vagamente futurista, a solo un puñado de años vista. Una década, a lo sumo. Imaginan un porvenir inminente en el que será posible resucitar a nuestros muertos por unas horas o cambiar íntegramente de rostro al gusto del consumidor. Proyectan sociedades marcadas por los conflictos entre grupos enfrentados y por la nostalgia por un tiempo mejor que no supimos apreciar como merecía. El nuevo cine futurista presentado en la Berlinale imagina futuros dominados por una serie de neurosis que tal vez agravó la pandemia, memento mori del que todavía nos recuperamos, pese a fingir que todo va bien. Mientras las gafas de realidad mixta y la criogenización se convertían estos días en una realidad inminente, el festival reaccionaba imaginando caminos que parecen imposibles, hasta el día en que el mundo decida seguirlos. Así sucede siempre con la ciencia ficción.

El cine futurista siempre ha hablado del presente, pero pocas veces lo ha hecho de manera tan transparente. En la nueva película protagonizada por Gael García Bernal, ambientada en un futuro cercano, el luto ya no es una experiencia obligatoria, sino voluntaria. Las nuevas tecnologías permiten resucitar temporalmente a nuestros seres queridos, solo que en cuerpos distintos, prestados por ciudadanos a cambio de una remuneración (¿el nuevo trabajo sexual?). Another End, dirigida por Piero Messina, sucede en una sociedad multilingüe y transnacional, pero dominada por la incomunicación y convertida en un gigantesco no lugar, como si varias pestes modernas la hubieran arrasado. García Bernal interpreta a un viudo —un personaje que abunda, tal vez no por casualidad, entre las películas del festival— que acepta pasar unos días adicionales con su pareja, fallecida en un brutal accidente, y prepararse así para su muerte. En la película, lastrada por una pulsión permanente hacia lo intenso y lo relamido, el simulacro y la experiencia real ya son casi lo mismo, y la supresión a toda costa del dolor se ha convertido en un imperativo categórico. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

En ‘Another End’, el simulacro y la experiencia real ya son casi lo mismo, y la supresión a toda costa del dolor se ha vuelto un imperativo. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia

Más cercana a los postulados de la serie B, solo que revisitados en clave indie —produce A24, la Miramax de nuestro tiempo, solo que sin Weinsteins a la vista—, A Different Man también imagina un tiempo no muy alejado del nuestro, en el que se ha inventado una cirugía facial que cambia la vida de quienes se someten a ella. Es el caso de Edward, un hombre afectado de neurofibromatosis, trastorno genético que provoca deformaciones en la cara, además de una exclusión permanente en su vida profesional y afectiva. Al someterse a ese tratamiento, la desfiguración termina, las mujeres se le tiran encima y logra el éxito que se le resistía, pero sus inseguridades no desaparecen. Tal vez el problema no fuera su rostro, sino él.

Dirigida por Aaron Schimberg, es la historia kafkiana de un hombre normal que se convierte en monstruo, pese a que las apariencias indican lo contrario. Es un cuento gótico sobre la belleza y la fealdad moral, con momentos brillantes e hilarantes, pero también cierto embrollo narrativo en el tramo final, que tal vez lastren lo que pudo ser una extraordinaria parodia sobre una obsesión por la perfección física que no es nueva, pero que tal vez vaya en aumento (que ya es decir).

Sebastian Stan, Renate Reinsve y Adam Pearson, en una escena de 'A Different Man'.
Sebastian Stan, Renate Reinsve y Adam Pearson, en una escena de 'A Different Man'.Faces Off LLC

L’ empire, lo nuevo de Bruno Dumont, también transcurre en un futuro sospechosamente parecido al presente. Un pueblo francés donde nunca pasa nada se convierte en escenario de una batalla galáctica entre dos fuerzas extraterrestres que luchan por el control de la Tierra. Una quiere provocar un nuevo apocalipsis y la otra, instaurar un reino de paz. Dumont, profesor de Filosofía que se hizo conocido en los noventa con austeras películas aclamadas en Cannes como L’humanité, reinventa su cine con este remake costumbrista de Star Wars, gobernado por un idéntico conflicto entre el bien y el mal, que resulta admirable por su absoluta desfachatez: las naves espaciales son reconstrucciones de iglesias góticas y los lugareños, interpretados por actores no profesionales, caminan por la calle con sus espadas láser, como caballeros Jedi de andar por casa.

Los subtextos abundan: la lucha entre clanes con proyectos políticos incompatibles recuerda a la del presente, igual que la psicosis general ante la desaparición del mundo tal como lo habremos conocido, cada vez menos hipotética. Pero, tras un arranque sugerente, la película cae en una austeridad que impide todo disfrute. Solo queda la perplejidad, lo que tal vez no sea suficiente.

El actor Brandon Vlieghe, en una imagen de 'L'empire'.
El actor Brandon Vlieghe, en una imagen de 'L'empire'.

Si el cine futurista se ha acercado al naturalismo, tal vez sea porque la realidad ya es una distopía en toda regla. Lo demostró la irrupción de la covid, cuando muchos tuvieron la sensación de vivir dentro de una ficción. Para el director Olivier Assayas, ese sentimiento no ha terminado del todo. Su nueva película, Hors du temps, combina dos registros que cualquiera hubiera evitado alternar: el comentario lírico sobre la infancia del director, narrado por él mismo, en una casa de la periferia más bucólica de París, y la comedia ligera sobre el primer confinamiento rodada en ese mismo hogar campestre. Tal vez sea la película menos recatada de Assayas, que expone en ella parte de su intimidad, su relación conflictiva con sus allegados, su apego burgués por el patrimonio y sus pronunciadas neurosis, que no trata con el sarcasmo necesario para que funcionen en el plano cómico.

La película desentraña la que fue nuestra realidad durante meses, con sus reglas inflexibles de distancia social, sus mundos efímeros de plexiglás, cantidades industriales de antiséptico y palabros que nos apresuramos a olvidar. Y nos recuerda que, por aquel entonces, el laboratorio Pfizer pronosticó que la pandemia no desaparecería del todo hasta 2024. Tal vez por eso el cine empiece a conmemorar aquel tiempo del que no salimos mejores.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.
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