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Muere a los 77 años Terence Davies, exquisito director británico urdidor de un cine sobre la memoria

El cineasta ahondó en sus propios sentimientos como niño de la posguerra y en sus gustos literarios para crear una filmografía impecable con títulos como ‘Voces distantes’, ‘El largo día acaba’ o ‘Benediction’

El director de cine Terence Davies, en el CaixaForum de Madrid en 2010.
El director de cine Terence Davies, en el CaixaForum de Madrid en 2010.Uly Martín
Gregorio Belinchón

El cineasta británico Terence Davies murió a los 77 años el sábado por la mañana en su casa en Mistley (Essex) tras una corta enfermedad, según anunció su agente a los medios de comunicación británicos. Con Davies desaparece un artista muy especial, que construyó una filmografía rotunda, impecable, en la que ahondó en su biografía como niño que sufrió la posguerra dentro de una familia de clase obrera en Liverpool. Cuando no hablaba de esos años y de esos sentimientos, devenido en un apóstol de la melancolía en la pantalla, su cine voló —bien en proyectos de encargo, bien en producciones arrancadas por él― por sus gustos literarios. Su último trabajo, Benediction, era el biopic del soldado y poeta Siegfried Sassoon, con lo que el filme, Premio del Jurado en San Sebastián en 2021, se mostraba como un compendio de sus interesantes. Entre sus otros filmes más conocidos están Voces distantes (1988), El largo día acaba (1992), La casa de la alegría (2000), The Deep Blue Sea (2011) o Historia de una pasión (2016). Por suerte, en la última década recibió el reconocimiento que durante años le fue injustamente hurtado.

En persona, Davies era un brillantísimo conversador con una voz tan juvenil como rota. De impecable educación, también lleno de un humor socarrón que más parecía latino que inglés, el cineasta sabía muy bien en qué terreno artístico se movía y bregó por no salirse de él. En una entrevista a EL PAÍS en 2016 por el estreno de Sunset Song aseguraba: “Todas mis películas reflexionan sobre la naturaleza del tiempo, en concreto acerca del tempus fugit. Y siempre ruedo en el presente de la historia. Aunque me gusta que el espectador me acompañe en reflexiones como ¿es un tiempo actual? ¿Es un tiempo necesario? Porque en realidad, la percepción del tiempo por parte del espectador depende de muchas cosas. Le pongo un ejemplo: en la acción del presente alguien huele algo y recuerda, rememora sensaciones y hechos pasados. Así que todo esto acaece en el ahora, pero el pasado es tan poderoso... Es tan poderoso que marca a mis personajes. En fin, lo que quería responderle es que soy un obseso del tiempo y por eso me encanta poner en mis películas puertas y ventanas, elementos arquitectónicos por los que escapa el tiempo”.

Nacido en Liverpool en noviembre de 1945, Davies era el pequeño de los 10 hijos de un matrimonio de clase obrera. Su padre murió cuando el futuro cineasta tenía siete años (y siempre habló de su progenitor como “un psicópata”) y su madre le inculcó un catolicismo exacerbado, del que Davies renegó a los 22 años, definiéndose desde entonces como ateo. “Mi madre sufrió muchísimo y, sin embargo, nunca fue una amargada. Nunca. Vi lo mejor de la familia en mi madre y en mis hermanas. Amo a mis hermanos, pero yo nunca hice deporte, era inútil, y ni siquiera sabía actuar. Había poca camaradería masculina entre nosotros. En cambio, el lado femenino de los Davies fue tan cariñoso...”, contaba a este diario. A los 11 años cambió de colegio, descubrió su homosexualidad y se acabó, bromeaba, su felicidad. “Yo era profundamente católico, y durante siete años recé para que Dios me cambiara”.

Un fotograma de 'Death and Transfiguration', uno de los cortos de 'The Terence Davies Trilogy'.
Un fotograma de 'Death and Transfiguration', uno de los cortos de 'The Terence Davies Trilogy'.

Tras abandonar los estudios a los 16 años, trabajó de contable en oficinas portuarias hasta que entró en la escuela dramática de Coventry. Entre 1976 y 1983 dirigió tres cortometrajes en los que ahondaba en su infancia y auguraba su posible muerte. Esa trilogía, que agrupada se la conoce como The Terence Davies Trilogy, recibió numerosos premios y le abrió las puertas al cine. Con todo, siempre le costó sacar adelante sus proyectos: filmó tan solo ocho largometrajes y un documental.

Voces distantes (Distant Voices, Still Lives) (1988), su primer largo, servía como mapa para entender la clase obrera de Liverpool de la posguerra, en lo que nunca escondió que era un estudio autobiográfico; recibió el premio de la crítica internacional en Cannes y alabanzas de creadores como Jean-Luc Godard. El largo día acaba (1992) ahondaba en el momento en que alcanzó su mayoría de edad y entendió que su pasión, el cine, debía de significar también su senda vital y profesional. “Una vez, una espectadora me preguntó tras una proyección: ‘¿Por qué la película es tan lenta y deprimente?’. Y yo solo pude responderle: ‘Señora, es un don’. No entiendo por qué la gente se enfada así con el cine. Al final del día es solo una película más”, bromeaba, en una de esas historias con las que jalonaba sus conversaciones.

Una vez, una espectadora me preguntó tras una proyección: ‘¿Por qué la película es tan lenta y deprimente?’. Y yo solo pude responderle: ‘Señora, es un don”

Posteriormente dirigió La biblia de neón (1995) y La casa de la alegría (2000), adaptaciones de sendas novelas de John Kennedy Toole y Edith Wharton. De la primera hasta él mismo quedó descontento, aunque, contaba, le sirvió para conseguir las herramientas artísticas con las que encarar la segunda película, con Gillian Anderson, Laura Linney y Eric Stoltz, que mostraba los desprecios y los límites que creaban las altas clases sociales estadounidenses, es decir, el mundo Wharton. Empezó entonces a levantar el proyecto para adaptar Sunset Song, la novela homónima de Lewis Grassic Gibbon, pero a pesar de su renombre en el mundo de los festivales no logró la financiación. Esos problemas siempre lastraron su carrera; él mismo sentía que, a pesar de su talento, en Reino Unido no era apreciado: nunca obtuvo mucho eco en, por ejemplo, los premios Bafta. “Mi mayor placer lo encuentro cuando arranco un proyecto. El resto es doloroso, doloroso”, confesaba.

Me voy quedando solo artísticamente. Y estos tiempos actuales no entienden de reposo, sino de mordiscos, de devorar la vida del hombre”

Por eso se dedicó a la radio, a dirigir el documental Of Time and the City (2008), sobre el crecimiento de Liverpool en los cincuenta y sesenta. “Me voy quedando solo artísticamente. Y estos tiempos actuales no entienden de reposo, sino de mordiscos, de devorar la vida del hombre. En lo tecnológico solo tengo un móvil, y se me olvida tantas veces que lo poseo que cuando suena salto asustado por los aires. Soy un tecnófobo. No entiendo el mundo en que vivimos. No existe nada más deprimente que ir en un tren y ver a los pasajeros con sus aparatitos. ¡Pero, por dios, ¿es que nadie disfruta ya del viaje?! Soy un extraño en el siglo XXI”, y muestra de ello que es ninguno de sus filmes transcurrieron en este siglo.

Tom Hiddleston y Rachel Weisz, en 'The Deep Blue Sea'.
Tom Hiddleston y Rachel Weisz, en 'The Deep Blue Sea'.

En 2011 estrenó uno de sus dramas más populares, The Deep Blue Sea, con Rachel Weisz y Tom Hiddleston, adaptación de una obra de teatro de Terence Rattigan, que ilustra cómo la esposa de un juez británico se ve envuelta en una historia de amor autodestructiva con un piloto de la fuerza aérea. “Necesito imperiosamente ver la secuencia inicial en mi cabeza, sobre todo si estoy adaptando un libro. A partir de esa visión, tiro del hilo. A veces incluso construyo secuencias según las visualizo y tras seis meses de escritura las estructuro. En ocasiones, descubro en el rodaje qué me había inspirado, la película que había anidado en mi inconsciente, y me da la risa”, explicaba sobre su método de trabajo.

Cynthia Nixon, a la izquierda, en 'Historia de una pasión'.
Cynthia Nixon, a la izquierda, en 'Historia de una pasión'.

Por fin, en 2015, logró sacar adelante Sunset Song, que transcurre en un pueblo escocés de inicios del siglo XX, toda una lección de estilo fílmico que jamás devora la historia, que queda subordinado al tono y al guion. Al año siguiente, en una velocidad insólita en su filmografía, estrenó Historia de una pasión, la biografía de la poeta estadounidense Emily Dickinson, a la que encarnó Cynthia Nixon. Otra obra maravillosa en la que rehúye del artificio, porque para alcanzar lo sublime no hace falta pomposidad. En Nixon, Davies encontró una aliada en lo que para el cineasta tenía que ser el verdadero trabajo de los actores: “La mayor parte de los actores dedican mucho tiempo a actuar. Nadie quiere ver eso en pantalla. Lo que deben hacer es sentir, eso es lo auténtico”. Esa definición procede de la última entrevista que concedió, hace dos semanas, a la web Film Fest Gent.

Agyness Deyn y Peter Mullan, en 'Sunset Song'.
Agyness Deyn y Peter Mullan, en 'Sunset Song'.

En 2021, tras la pandemia, Davies presentó en el festival de San Sebastián Benediction, la biografía del poeta homosexual y militar antibelicista (lo que no es contradictorio) Siegfried Sassoon, cuya vida en realidad servía para que el cineasta hablara de dos de sus obsesiones: las heridas del amor y las de la guerra (Sassoon participó en la Primera Guerra Mundial). Como en Historia de una pasión, Davies alumbró otra clase magistral de cómo hacer biopics alejándose de todos los tópicos del género, y por ello ganó el Premio del Jurado del Zinemaldia.

Jack Lowden, izquierda, como Sassoon, y Jeremy Irvine, en 'Benediction'.
Jack Lowden, izquierda, como Sassoon, y Jeremy Irvine, en 'Benediction'.

A inicios de este año, el cineasta, que vivía solo porque así se sentía cómodo (”Solo he estado en pareja en una relación heterosexual; la escena gay no es para mí”), anunció que iba a rodar The Post Office Girl. Su financiación se hundió y por ello comenzó a escribir otro guion que transcurría en Jamaica. Como entretenimiento, rodó y estrenó hace dos semanas un corto de tres minutos, Passing Time, sobre Essex. Si con su muerte el mundo pierde a un divertido conversador, correoso y humorístico analista de personas y atmósferas, el cine británico —que nunca le otorgó el merecido reconocimiento— se queda sin un creador único, sin herederos artísticos.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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