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Mario Calabresi, escritor y víctima del terrorismo: “Se puede ser un exterrorista, pero no un exasesino”

El periodista, cuyo padre fue asesinado en los años de plomo en Italia, publica en español su exitoso libro ‘Salir de la noche’

Mario Calabresi, en Madrid a principios de junio.
Mario Calabresi, en Madrid a principios de junio.Samuel Sánchez
Guillermo Altares

El comisario Luigi Calabresi fue asesinado el 17 de mayo de 1972, durante los años de plomo del terrorismo en Italia. Había sido acusado de tirar a un detenido, Giuseppe Pinelli, por la ventana en un caso que se hizo tan célebre que el premio Nobel Dario Fo le dedicó una obra, Muerte accidental de un anarquista. No importa que el policía ni siquiera estuviese en la habitación: sufrió una venenosa campaña de intoxicación y mentiras en la prensa hasta que fue asesinado por un comando anarquista tres años más tarde. La vida de su hijo Mario Calabresi (Milán, 53 años) —uno de los periodistas más prestigiosos de Italia, exdirector de la Stampa y la Repubblica, excorresponsal en Nueva York— quedó marcada por aquel crimen, pero también por los insultos hacia su padre asesinado que no cejaron con su muerte.

En 2007 escribió un libro, Salir de la noche, que se convirtió en un best seller, en el que contaba no solo la historia de su padre —por encima de todo, un hombre decente— y de su madre y hermanos, sino también de los años de plomo y en el que hablaban otras víctimas del terrorismo. Recién publicado ahora en español por Libros del Asteroide, con traducción de Carlos Gumpert y prólogo de Enric González, se trata de una obra emocionante, que en muchos momentos recuerda al tono de la película La mejor juventud: la descripción de una época marcada por la muerte, pero también por la vida.

Habla del terror, del odio, pero también del amor al describir, por ejemplo, a Tonino, que acabaría por convertirse en su segundo padre. “Nos enseñó a pescar, a remar, a nadar, a reconocer los vientos para volar cometas. Pero, sobre todo, a no dar nada por sentado, a luchar por las cosas que uno ama”. Es un libro del que se pueden sacar muchas lecciones —hay que escuchar a las víctimas, pedir perdón es importante, las noticias falsas son peligrosas—, pero es, por encima de todo, una reivindicación de la vida en una familia marcada por la muerte. Esta entrevista se celebró a principios de junio en Madrid.

Pregunta. Una de las cosas que encontré más contemporáneas de este libro es su descripción de cómo los medios de comunicación pueden ser tóxicos y crear un ambiente tóxico. ¿Cree que desde entonces las cosas han ido a peor?

Respuesta. Lo primero que descubrí cuando empecé a estudiar la historia de mi padre es que las noticias falsas no se inventaron con internet o con la tecnología. La historia del periodismo está llena de noticias falsas, también en el pasado. La historia de mi padre y de la campaña tóxica contra él está relacionada con el mal periodismo, con la falta de investigación, porque la mayoría de las acusaciones eran falsas y habría sido fácil demostrar que eran falsas solo con dos días de investigación.

P. Ni siquiera estaba en la habitación.

R. Por ejemplo. Y otras acusaciones. Le acusaron de ser un agente americano, de haber estudiado en Estados Unidos, de haber sido entrenado por la CIA. Pero mi padre no habla inglés, nunca viajó a Estados Unidos. Era muy fácil de descubrir. Otra de las acusaciones era que, a mediados de los años sesenta, ejerció como enlace entre el Ejército estadounidense y los servicios secretos italianos. Era ridículo porque en esa época mi padre estaba en la universidad. Fue una falta total de periodismo. La ideología va más rápido que la realidad.

Mario Calabresi, en el hotel Villa Real, en Madrid.
Mario Calabresi, en el hotel Villa Real, en Madrid. Samuel Sánchez

P. ¿Está yendo a peor con internet y las redes sociales?

R. El problema con internet es que la tecnología es capaz de difundir más rápidamente las noticias falsas.

P. ¿Cree que los años de plomo en Italia siguen siendo un periodo con más preguntas que respuestas?

R. No. Creo que conocemos el marco, conocemos las responsabilidades, pero tenemos todavía una falta de detalles y quedan algunas áreas de sombra. Pero las responsabilidades están claras.

P. ¿Y cuáles son?

R. Hay muchas responsabilidades porque en Italia tuvimos dos tipos diferentes de terrorismo. Por un lado, un terrorismo de extrema izquierda y un terrorismo neofascista, que puso bombas en bancos, estaciones de tren.

P. ¿Y tenía relaciones con el Gobierno?

R. Se han descubierto relaciones entre grupos neofascistas y los servicios secretos. Una de las grandes cuestiones sigue siendo por qué el Estado no fue capaz de encontrar a Aldo Moro. Seguramente la respuesta esté relacionada con su decisión de abrir el Gobierno al partido comunista.

P. ¿El asesinato de su padre sigue siendo un caso del que se habla en Italia? ¿Ha sido totalmente rehabilitado?

R. Sí, totalmente. Fue una larga historia, un camino muy largo. Pero al final ha sido completamente rehabilitado. Recuerdo que cuando tenía 20 años, hace 30 años, cuando decía mi apellido, siempre me parecía que le chocaba a mi interlocutor. Siempre era difícil. Ahora la reacción es totalmente diferente: la reacción es siempre cálida.

P. Además de la prensa, en su libro narra que los intelectuales tuvieron mucha responsabilidad en el apoyo a las Brigadas Rojas o en la condena a su padre, incluso personas muy inteligentes como Toni Negri o Carlo Ginzburg. ¿Cómo fue posible?

R. Porque en ese periodo, incluso las mentes más brillantes e inteligentes se vieron cegadas por una batalla ideológica y por el temor al poder. En 1969, se produjo la matanza de Piazza Fontana y había mucho miedo a que tuviese lugar un golpe de Estado en Italia, se temía a los poderes ocultos del Estado. Y esto cegó la claridad mental de muchos intelectuales, escritores…

P. ¿Y han reconocido que se equivocaron?

R. El último —y me parece muy interesante— fue Marco Bellocchio, con el que cenamos con mi madre. Y nos dijo que lo sentía muchísimo, que era plenamente consciente de que nuestro padre y esposo fue una buena persona, pero entonces él estaba superado por la ideología. Reconoció que cometió un error muy grave.

Entierro de Luigi Calabresi en 1972.
Entierro de Luigi Calabresi en 1972.Universal Archive / getty

P. Cuando escribió el libro, nadie hablaba de las víctimas, estaban fuera de la narrativa de los años de plomo. ¿Eso ha cambiado también?

R. Sí. En ese momento había un debate en Italia y muchos opinaban que había que pasar página. Se hablaba, por ejemplo, de la entrada de antiguos terroristas en política, de indultos, de sacar a personas de las cárceles. Hubo un debate intenso en el que la voz de las víctimas estaba completamente ausente. Eran como fantasmas. Decidí escribir el libro para añadir la voz de las víctimas al debate público, para dar otra perspectiva de la discusión. Cuando lo publiqué pensé que vendería 5.000 ejemplares como mucho, pero al final vendió medio millón de copias. Fue un éxito enorme.

P. ¿Y cree que el éxito se debe a que dio voz a las víctimas?

R. Añadí otra voz y el debate público cambió. Cada año, en el aniversario del secuestro y asesinato de Aldo Moro, casi siempre se entrevistaba a los antiguos terroristas, que explican sus razones. En el libro explicaba que siempre se escuchaban las voces de las terroristas, pero no de las víctimas. Y los medios cambiaron su actitud hacia las víctimas y ahora forman parte del debate y se las respeta. Pero también hubo un trabajo muy importante de algunos políticos y de algunas instituciones, como el presidente Giorgio Napolitano, hizo todo lo posible para escuchar a las víctimas.

Aldo Moro
El cadáver de Aldo Moro, tal como fue hallado en el maletero de un coche en 1978, tras 55 días de secuestro.

P. ¿Siguió la polémica sobre la inclusión por parte de Bildu de antiguos terroristas en sus listas?

R. Creo que tenemos de dividir esta pregunta en dos partes. La idea de que antiguos terroristas que creyeron que podían promover sus ideas a través de la violencia, y que luego cambiaron sus ideas y su agenda y decidieron renunciar a la violencia, es algo muy bueno, honestamente. Es una victoria de la democracia. Pero hay una línea roja: haber matado a alguien. Se puede ser un exterrorista, pero no se puede ser un exasesino. Porque las consecuencias de tu acto no se acaban nunca. Si matas a alguien, tienes que respetar a las víctimas, ser consciente de la destrucción que provocaste y dar un paso atrás.

P. ¿Y eso implica no entrar en política?

R. Creo que sí. Tal vez puede seguir en la vida pública de otra manera, tratar de construir cosas positivas en la sociedad.

P. ¿Y de los contactos entre terroristas que han pedido perdón y sus antiguas víctimas qué piensa?

R. Creo que son importantes, pero es mejor que se hagan en privado, no en público. Es importante que se hagan gestos de reconciliación, pero soy un poco disidente cuando esta reconciliación se produce ante una televisión.

P. ¿Qué condiciones se deben dar para dejar atrás un pasado de violencia?

R. En Italia no hemos logrado hacer memoria correctamente sin que se produzca una ambigüedad política. La ambigüedad termina cuando las cosas se llaman por su nombre. El terrorismo se llama terrorismo, no se llama lucha armada; los terroristas se llaman terroristas y no combatientes; se dice España y no el Estado, como algo lejano y distante. Cuando se utilizan las palabras precisas y se condena la violencia con claridad, entonces la historia termina y se puede trabajar sobre la memoria.

P. ¿Para usted es importante que se pida perdón explícitamente?

R. Es importante pedir perdón, es importante reconocer que se cometió un error, que no se pueden cambiar las cosas a través de la violencia. Es importante decirlo sin ninguna ambigüedad.

P. En La mejor juventud hay un personaje que entra en las Brigadas Rojas y que, al final de la película, uno tiene la sensación de que ha hecho mucho daño, incluso a las personas que querían, pero que también ha perdido su vida. ¿Ha pensado en esto, incluso con las personas que asesinaron a su padre, que no solo arruinaron la vida de su familia, sino también la suya?

R. En mi último libro, Una volta sola, cuento la historia de dos hermanos de Bergamo, con las mismas ideas, que crecen en los setenta. Estaban llenos de ideas de justicia social, buscaban cambiar la sociedad. Uno de ellos decidió unirse a un grupo terrorista y el otro decidió estudiar medicina y convertirse en un doctor. Uno mató a un carabinieri ante su hijo de 13 años y escapó a Francia y sigue ahí. El otro construyó un hospital en África. El que está en Francia destruyó una familia, mató a una persona y destrozó también su vida. El otro construyó una vida llena de sentido.

P. Un momento muy emocionante de su libro es cuando explica que el comando que iba a matar a su padre lo dejó para el día siguiente y que así pudo tener un día más de vida, en el que no hizo nada especial, pero a la vez es muy emocionante: pudo cenar con sus hijos, leer un rato…

R. Los terroristas tratan de convertir a las personas en símbolos, tratan de despejarlas de su humanidad. Es más fácil matar un símbolo que a una persona. Pero los periodistas tenemos la obligación de devolver su humanidad a esas personas, explicar los detalles que les convierten en seres humanos.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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