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Dolores Corbella, nueva académica de la RAE, recuerda que el español pertenece a los “hablantes anónimos”, no solo “a poetas, novelistas y periodistas”

La filóloga, que ocupa el sillón d, ensalza el panhispanismo como un “nudo que enlaza” las dos orillas del Atlántico

La filóloga Dolores Corbella, a su llegada a la RAE acompañada por José María Bermúdez de Castro.
La filóloga Dolores Corbella, a su llegada a la RAE acompañada por José María Bermúdez de Castro.Andrea Comas
Vicente G. Olaya

Los delfines (bufeos, en Canarias y parte de Hispanoamérica), como las palabras, surcan los mares de orilla a orilla, eso mantuvo este domingo en su discurso de ingreso en la Real Academia Española la filóloga Dolores Corbella (Santa Cruz de Tenerife, 63 años). La primera mujer que ocupa el sillón d minúscula ―un asiento que solo ha tenido cinco predecesores desde 1847― aseguró que “el panhispanismo que todo canario lleva implícito” es el “nudo que enlaza el Occidente europeo con el Occidente americano”. De ahí el título de su discurso, Un mar de palabras, “porque esas miles de voces que el español atesoró gracias a aquella primera globalización atlántica de hace algo más de quinientos años tuvieron unas consecuencias inimaginables, no solo en cuanto al enriquecimiento lingüístico, sino también por la aceptación implícita de una complejidad cultural que ha contribuido a conformar una lengua tan extensa y heterogénea”.

El relato de Corbella versó sobre el “panhispanismo como reconocimiento de la diversidad”. La nueva académica quiso centrarse “en las marcas diatópicas ultramarinas [diferencias lingüísticas en virtud de la geografía] en la tradición académica”, o lo que es lo mismo: las disparidades léxicas entre hablantes de distintos continentes no separan, sino que unen. “Aunque cambie el continente, el contenido seguirá reflejando nuestra particular imagen del mundo porque, como señalaba Manuel Seco, el maestro de los lexicógrafos españoles: ‘El diccionario es bastante más que la reserva donde están confinadas las palabras. Es ante todo una herramienta destinada a hacernos comprender los mensajes de cuantos comparten con nosotros ese idioma, y a ayudarnos a mejor comunicarnos con ellos. Pero mucho más: la consulta del diccionario aporta estabilidad y precisión a los conceptos, casi siempre de contornos vagos, alojados en nuestra mente”.

Para Corbella, catedrática de Filología Románica de la Universidad de La Laguna, “las palabras pertenecen, como es lógico, a los poetas, a los novelistas, a los dramaturgos y a los periodistas, pero sobre todo a la inmensidad de hablantes anónimos que constituyen la mayoría, porque la lengua dista mucho de ser exclusivista y es quizá el bien cultural más democrático con el que contamos. El lexicógrafo [encargado de alimentar los diccionarios] simplemente debe dar cuenta del significado de cada una de las palabras usadas por todos los hablantes en cualquier registro y en cualquier lugar”.

Las lengua dista mucho de ser exclusivista y es quizás el bien cultural más democrático”

Para la nueva académica, el español experimentó “un proceso de globalización a finales del siglo XVI”, a la vez que se producía “el encuentro con otros pueblos”. “Junto a los dialectalismos del español europeo, la información metalingüística sobre las particularidades léxicas del español en América pronto comenzó a plantearse en la lexicografía bilingüe y monolingüe de la época áurea. De hecho, los primeros vocabularios y glosarios de voces y acepciones dedicados exclusivamente al léxico hispanoamericano inauguraron una tradición lexicográfica de corte diferencial que se ha mantenido hasta hoy”.

Corbella posa en la Real Academia Española antes de la ceremonia de ingreso.
Corbella posa en la Real Academia Española antes de la ceremonia de ingreso.Andrea Comas

Según Corbella, el primer glosario de palabras americanas ―Vocabula barbara (1516)― editado por Antonio de Nebrija, incluye definiciones de batata, bohío, cazabe, caribe, caníbal, iguana, yuca, maguey, maíz, manatí, taíno o tuna. Un esfuerzo que continuó Antonio Pigafetta en su Primo viaggio intorno al globo terracqueo, como colofón a la expedición de Magallanes y Elcano, así como numerosos misioneros con sus diccionarios y glosarios hispanoamerindios.

La catedrática recordó también que el peruano Diego de Villegas y Quevedo Saavedra, académico en 1733, y que ocupó la letra m, dejó tras él un reguero de vocablos y locuciones que empiezan por esta consonante y que siguen siendo de uso común: maíz, maizal, mate, mazorca de maíz, árbol de María, melón de Indias, mico, mazamorra o Nuevo Mundo.

Los académicos se quejaron en 1816 de que los americanismos “estaban inundando el Diccionario”

De hecho, los redactores del Diccionario de autoridades (1726-1739) eran conscientes de que no “habían podido agotar [incluir] el dilatado Océano de la Lengua Española, por la multitud de sus voces”. Incluso algunos expertos se opusieron en 1816 a tantas entradas procedentes de América, porque estaban “inundado nuestro Diccionario”, lo que hacía necesario resolver “qué temperamento debía tomarse para elegir unas y suprimir otras, o para borrarlas todas”. En 1859, se tomó una decisión intermedia: elaborar un léxico “por regiones” con el fin de “adquirir el mayor caudal posible de voces, locuciones y frases de uso particular en las provincias españolas y en los Estados hispanoamericanos, para emprender cuanto antes, y llevar a cabo, el más completo Diccionario de provincialismos que le sea dado publicar”.

Pero tras las independencias, el descontento por la escasa presencia hispanoamericana en el centón lexicográfico se volvió recurrente en la otra orilla del Atlántico. El venezolano Andrés Bello, en 1847, escribió que sus compatriotas tenían “tanto derecho como Aragón y Andalucía para que se toleren sus accidentales divergencias” en el Diccionario. Por su parte, el lexicógrafo chileno Aníbal Echeverría, en 1900, argumentó en el prólogo de sus Voces usadas en Chile: “No es posible que una enorme cantidad de individuos que en el Nuevo Mundo hablan el castellano no tengan derecho a que se admitan oportunamente como propios, sus peculiares vocablos, en atención al medio en que viven, pues esa franquía la tienen los provincialismos de Aragón, Andalucía, etc. “.

No es posible que una enorme cantidad de individuos del Nuevo Mundo no tengan derecho a que se admitan sus vocablos”

Aprovechando los acontecimientos históricos y las perspectivas culturales y económicas que abría el amplio mercado de las colonias recién independizadas, el Nuevo diccionario de la lengua castellana de Vicente Salvá (1846) fue pionero al incluir en su registro algo más de 1.500 americanismos. “Surgió así una tradición lexicográfica decimonónica no institucional con el denominador común de romper el monopolio efectivo de que disfrutaba la Academia en el terreno de la lexicografía del español”.

Ante la amenaza, la RAE cambió entonces su forma de proceder e intentó recuperar el terreno perdido. A partir de 1884, se americanizó gracias a las academias que había surgido en el Nuevo Continente. “Prueba de aquel cambio fue la incorporación en aquella décima segunda edición del lema americanismo (m. Vocablo o giro propio y privativo de los americanos que hablan la lengua española). Se añadió, además, una marca a las voces de las regiones ultramarinas pertenecientes aún a España (pr. Antill., pr. Cuba, pr. Filipinas, pr. Can., así como pr. Mall., pr. Bal.) y a las de los nuevos países surgidos tras la independencia (Colom., Chil., Ecuad., Méj., Per., Venez., junto a la abreviatura abarcadora Amér.). En 1925, se incluyeron Amér. Central, Argent., Bol., El Salv., Guat., Guay[aquil], Hond., Nicar., P. Ric., Pan., R. de la Plata, Salv. y Urug. En los últimos años, se ha incrementado el número de diatopismos americanos en el Diccionario de la lengua española, organizados con criterios más amplios, de tal manera que el material que integra el Diccionario de americanismos incluye unas 70.000 voces con 120.000 acepciones.

El ‘Diccionario de americanismos incluye 70.000 voces y 120.000 acepciones”

La ya académica tampoco olvidó en el discurso a su Canarias natal, que cuenta desde 1921 con el Tesoro lexicográfico del español de Canarias. “Resulta difícil explicar”, incidió Corbella, “que la frontera y la soledad que implica el océano no haya servido para ahondar en el aislamiento del archipiélago, sino que, por el contrario, las palabras han fluido de una manera natural entre una y otra orilla del Atlántico. Esos lazos se iniciaron en la época de anexión de las últimas islas (entre 1493 y 1496) y se reforzaron con el trasiego continuo de isleños que, desde principios del Quinientos y hasta mediados del siglo pasado, cruzaron el Atlántico en busca de El Dorado en aquellas tierras de promisión”. Allí contribuyeron a fundar ciudades, desde Montevideo (adonde llegaron 50 familias canarias entre 1726 y 1729) hasta una Barataria real en el Estado de Luisiana (fundada en 1763 y reubicada por el gobernador Bernardo Gálvez —que no Sancho Panza— a partir de 1782, a causa de las inundaciones provocadas por las crecidas del Misisipi).

Corbella, durante su discurso en la Real Academia Española.
Corbella, durante su discurso en la Real Academia Española. Andrea Comas

Y con aquellos emigrantes llegaron las palabras más antiguas, como las voces empleadas por los esclavos en los ingenios azucareros. “Viajaron con los plantones de caña y con los maestros azucareros desde el este del Atlántico hasta las Antillas, y luego desde allí continuaron su ruta hacia Nueva España y al resto del continente. Así sucedió con palabras como bagacera, bagazo, cachaza, cañaverero, fornalla, furo, guarapo, panela, rapadura, remillón, tacha, tachero, tanque, tendal, zoca, entre otras muchas”.

Con los emigrantes canarios llegaron las palabras más antiguas, con sus plantones de caña y los maestros azucareros”

Corbella se ha convertido este domingo en la novena académica en ejercicio, aunque hay dos más electas pendientes de su discurso de ingreso (Asunción Gómez Pérez y Clara Sánchez), de un total de 46 miembros, aunque con cuatro sillones vacantes. Cuatro de las cinco últimas incorporaciones han recaído en mujeres. Pero la catedrática canaria recordó que los lexicógrafos han sido mayoritariamente varones. De hecho, destacó que solo a partir de la vigésima edición del Diccionario de la Real Academia (DRAE), publicado en 1984, la entrada se completó con el morfema femenino: lexicógrafa. Todo ello, a pesar de que María Moliner (1900-1981), la mujer que “hizo una proeza con muy pocos precedentes, escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana”, el Diccionario de uso del español.

Le dio la réplica Pedro Álvarez de Miranda de la Gándara, catedrático de Lengua Española de la Universidad Autónoma de Madrid y bibliotecario de la RAE. “La idea central y más bella del discurso de la nueva académica reposa sobre el hecho de que, por más que las voces isla y aislar pertenezcan a la misma familia léxica y sugieran incomunicación, las palabras han fluido constantemente y de manera natural entre una y otra orilla del Atlántico, ese gran mar de palabras que no ha ejercido de barrera, sino más bien lo contrario”. Como los bufeos, de los que escribieron hispanohablantes, de Vargas Llosa a Ché Guevara.


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Vicente G. Olaya
Redactor de EL PAÍS especializado en Arqueología, Patrimonio Cultural e Historia. Ha desarrollado su carrera profesional en Antena 3, RNE, Cadena SER, Onda Madrid y EL PAÍS. Es licenciado en Periodismo por la Universidad CEU-San Pablo.

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