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Obituarios
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Muere Manuel Seco, profesor, lexicógrafo, gramático

Bajo su dirección, el ‘Diccionario Histórico de la Lengua Española’ alcanzó las más altas cotas de calidad en técnica lexicográfica

El filólogo Manuel Seco momentos antes de recibir el XXIX Premio Internacional Menéndez Pelayo, en un acto celebrado en el Paraninfo de La Magdalena.
El filólogo Manuel Seco momentos antes de recibir el XXIX Premio Internacional Menéndez Pelayo, en un acto celebrado en el Paraninfo de La Magdalena.Esteban Cobo (EFE)
Pedro Álvarez de Miranda

Con el fallecimiento de don Manuel Seco Reymundo —nacido en Madrid hace 93 años— desaparece no solo el decano de los miembros de número de la Real Academia Española, sino el continuador, y aun culminador, de la espléndida tarea que en ella desarrollaron Rafael Lapesa, Samuel Gili Gaya y Salvador Fernández Ramírez, los discípulos de Menéndez Pidal que llevaron a la corporación, junto con Antonio Rodríguez Moñino en la edición de obras literarias, hasta el altísimo puesto que estaba llamada a alcanzar en la filología hispánica del siglo XX.

Don Manuel estuvo muchos años consagrado a la enseñanza de la lengua y la literatura españolas en los niveles de la que a partir de cierto momento dio en llamarse, con lítotes tan vergonzante como vergonzosa, enseñanza no universitaria. Fue profesor en varios centros oficiales o privados, y en 1960 ingresó en el cuerpo de Catedráticos de Enseñanza Media, del que se jubiló en 1993.

Cuando lo conocí, hace cuarenta años justos, acababa de hacerse cargo de la dirección del Diccionario histórico de la lengua española, se había tornado imposible simultanear esa dedicación con el instituto y estaba en la Academia en comisión de servicio. Pero su vocación docente seguía canalizándose a través de sus enseñanzas en el Seminario de Lexicografía, en un reducido magisterio directo que quienes lo integrábamos tuvimos la inmensa fortuna de disfrutar. Dicho sin ambages, lo que hoy se sabe en España de lexicografía, entonces secta muy minoritaria y hoy disciplina de moda, se debe en gran medida a la obra y la labor de Manuel Seco. Lo que se aprendía en el Seminario de la mano de su director no era solo lexicografía, naturalmente —y no especulando sobre ella: haciéndola—, era también un enfoque clarividente de los hechos gramaticales, una visión rica y compleja de la lengua en su desenvolvimiento histórico y espacial, y, lo más valioso, lo que en poquísimos lugares puede aprenderse: unos hábitos de probidad intelectual y de rigor y pulcritud filológicos que son los de la escuela a la que Seco perteneció y a la que él mismo tanto ha prestigiado. Bajo su dirección el DHLE alcanzó las más altas cotas de calidad en lo concerniente a la técnica lexicográfica. La huella que ha dejado en la formación del personal de la Academia es inmensa, es invaluable.

Su bibliografía se inicia en 1954, con 25 años, y, de modo emocionante, con un acto de devoción filial: la reedición del Manual de gramática española de su padre, Rafael Seco, que luego ha conocido numerosísimas reediciones. Es conmovedor que heredara la vocación de su progenitor, al que, fallecido cuando Manuel era niño, apenas había llegado a conocer.

Que el joven Seco, ahora ya con solo 33 años, publicara un libro que desde entonces todos, absolutamente todos los profesores de lengua española tenemos al alcance de la mano es, sencillamente, pasmoso. Me estoy refiriendo, claro está, al Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española (1961).

Catedrático sucesivamente en Ávila, Guadalajara y Madrid, prepara en esos años dos libros que son, sencillamente, un par de obras maestras: uno es su tesis doctoral, que se publica en 1970, Arniches y el habla de Madrid; el otro es su propia gramática, que ha ido madurando lentamente y que sale a la luz en 1972: la Gramática esencial del español. Que es más que una gramática; es, como el subtítulo indica, una Introducción al estudio de la lengua, con capítulos admirables sobre el léxico, sobre el uso y la norma, con una sucinta introducción a los problemas del lenguaje, a la historia y la geografía del español. Cuando alguien me ha puesto en la tesitura un tanto absurda de recomendar al lector medio un solo libro sobre nuestra lengua, pero uno solo, yo no lo he dudado: he recomendado la Gramática esencial de Manuel Seco.

De la gran obra de su plena madurez, el Diccionario del español actual (1999 y 2011) realizado en colaboración con Olimpia Andrés y Gabino Ramos, del diccionario documentado a cuya dirección dedicó nada menos que treinta años de su vida, no puedo ocuparme en estas pocas líneas, habiéndole dedicado ya bastantes páginas. Afirmaré tan solo que el DEA es el más importante e innovador diccionario de español que ha visto la luz desde los tiempos del Diccionario de autoridades. Afirmación, insisto, ni hiperbólica ni gratuita, sino perfectamente justificable.

En lo que atañe al Dudas, cuánto le deben todos los libros de estilo —los que don Emilio Lorenzo llamó “guías de pecadores” —, y qué hubiera sido de ellos sin tal modelo pionero.

Ahora bien, mientras muchos confundían normatividad con prescriptivismo, o renovaban, sin reconocerlo, añejos impulsos puristas, Manuel Seco fue templando y repensando sus propios planteamientos, madurándolos a la luz de una concepción cada vez más serena y rigurosa de la norma. Aunque siempre razonador e inductivo, el Dudas se fue haciendo con el tiempo cada vez menos prescriptivo, más tolerante si se quiere, ensanchando su base descriptiva y ganando en interés para los estudiosos de la lengua, por más que ello pueda desconcertar a quienes desearían que los hechos idiomáticos fueran siempre o blancos o negros, que no tuvieran la matizada gama de grises que irremediable y venturosamente tienen.

Un puñado de sustantivos pueden caracterizar la labor gramatical y lexicográfica de Manuel Seco: claridad, luminosidad, sencillez, rigor, originalidad, laboriosidad. Y junto a ellos otros que no contribuyen menos a trazar el perfil del maestro y el amigo: honradez, seriedad, modestia, horror a la petulancia, sentido del humor, suave ironía, fidelidad. Un espejo en que a duras penas tratamos de mirarnos sus discípulos.

Pedro Álvarez de Miranda es miembro de la Real Academia Española.

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