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TIPO DE LETRA
Columna
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Salir del cine sin saber qué pensar

Incluso el arte sin intención moral tiene un efecto moral. La mejor ficción pone al espectador en la piel de los personajes y le obliga a reflexionar antes de juzgar

El actor Diego Anido en un fotograma de 'As Bestas', de Rodrigo Sorogoyen.
Javier Rodríguez Marcos

La mayor demostración de la superioridad política del cine sobre la literatura es que esta no tiene enemigos. Al menos en España. Hay que ser Cristina Morales y deleitarse viendo arder Barcelona para que te critiquen por haber escrito algo tan inofensivo como una novela. Los libros ni siquiera llevan un aviso sobre lo explícito de su lenguaje —como las canciones en Spotify— ni una etiqueta con la edad mínima necesaria para leerlos, como las películas. Para colmo, el etiquetado de las plataformas, lejos de disuadir, es otra forma de publicidad: sexo, violencia, terror. ¿Recuerdan la escena de Desmontando a Harry? Cuando la esposa del protagonista le echa en cara que solo se rija por cuatro valores ―”nihilismo, cinismo, sarcasmo y orgasmo”―, él responde: “Con un lema así en Francia podría ser elegido presidente”.

El valor ideológico del cine no consiste en que sus creadores elogien la sanidad pública. Eso lo hace cualquiera, incluso quienes la torpedean. Su poder reside en la capacidad para enfrentarnos masivamente a asuntos sobre los que aún no sabemos qué pensar. Literalmente. Esa es otra de las grandes aportaciones del cine español reciente. En la ceremonia de los Goya, Rodrigo Sorogoyen se despidió con un: “Energía eólica sí, pero no así”. La pregunta es: “Entonces, ¿cómo?”. Por supuesto, a él no le corresponde responderla, con formularla sin maniqueísmo ya ha hecho su trabajo. Lo mismo que Carla Simón con las placas solares. Igual que los hermanos chungos de As bestas tienen sus razones, el padre resistente de Alcarràs tiene su cara chunga.

“Energía eólica sí, pero no así”. Entonces, ¿cómo?

Carlos Vermut y su protagonista ―Nacho Sánchez― se quedaron sin premio por Mantícora, pero tardará en resolverse uno de los dilemas que ambos plantean en el filme: el carácter delictivo o no de la pornografía infantil generada por ordenador y que no remite a un referente real. ¿Llegarán algún día esas imágenes a merecer el mismo juicio que tienen hoy las Venus de Tiziano colgadas en el Museo del Prado? ¿O mantendrán el que esos desnudos tenían en las habitaciones de Felipe II? El que sí gozó de su oportunidad fue Telmo Irureta por su papel en La consagración de la primavera. “Los discapacitados existimos y también follamos”, dijo. Su discurso y los aplausos que despertó han sido criticados como apología de la prostitución. En la película de Fernando Franco, el personaje de Valeria Sorolla pasa de ser su amiga a, según el eufemismo, su asistente sexual.

La mejor ficción pone al espectador en la piel de todos los personajes y le obliga pensar dos veces antes de firmar una sentencia que fuera del cine estaba mucho más clara. Incluso el arte sin intención moral tiene un efecto moral. En ocasiones, cuanto mayor es la intención menor es el efecto. De ahí la sorpresa de que ―pese a los reclamos del Consejo de Europa y de alguno de los supervivientes de la Coordinadora de Presos en Lucha― ninguno de los premiados por Modelo 77 dijera nada de las cárceles españolas. Cuando la Historia no es más que un género, el arte no se despega del pasado. Y nos deja tranquilos.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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