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La revolución musical de Rocío Márquez y Bronquio vivida desde las entrañas

Su disco ‘Tercer cielo’ es uno de los más transgresores y alabados del momento. Vivimos con ellos un día de concierto para descifrar desde dentro las claves de su impactante propuesta

La cantaora Rocío Márquez y el productor de electrónica Bronquio posan después de presentar 'Tercer cielo' en el teatro Soho de Málaga el pasado 9 de julio.
La cantaora Rocío Márquez y el productor de electrónica Bronquio posan después de presentar 'Tercer cielo' en el teatro Soho de Málaga el pasado 9 de julio.Migue Fernández
Carlos Marcos

Rocío Márquez lloró mucho aquel día. Se sentía impotente y triste. La noche anterior había actuado en el Auditorio Nacional de Madrid. Hubo una parte de cante ortodoxo y otra de vanguardia, con batería, guitarra eléctrica y el Niño de Elche sumándose a la tormenta. Esta fase del recital fue un shock para algunos aficionados al flamenco clásico, que, enfurecidos, abandonaron el local antes de que terminase. “Una vergüenza”, gritó uno. “Yo he pagado por un recital de flamenco y esto es ruido”, se marchó otro. Aquello fue en 2014 y Márquez decidió protegerse de cara al futuro, porque lo que nunca se planteó fue doblegarse. “Me afectó mucho, sí. Soy una bienqueda por naturaleza y me alteró que la gente se fuera enfadada. He tenido que trabajar bastante para no desmotivarme por una reacción así”, cuenta la cantaora. Y tomó medidas, entre ellas intensificar sus sesiones con el terapeuta y reforzarse psicológicamente. Ocho años después las cosas han cambiado. Se encuentra embarcada en una gira de conciertos para ofrecer el disco Tercer cielo, realizado junto al músico jerezano de electrónica Bronquio, un álbum que es otro obús para los cada vez más escasos fanáticos de la ortodoxia y alérgicos a la evolución del género.

Su concierto en el teatro Soho de Málaga del pasado julio acaba de terminar y la gente aplaude entusiasmada. Nadie ha abandonado la sala. Todos saben a lo que han venido: a presenciar cómo dos artistas hacen añicos las fronteras entre géneros. “Aquel que se va, va diciendo en el silencio: ‘¡Qué grande es la libertad!”. Con esta frase de Antonio Mairena finaliza la presentación en directo de Tercer cielo. Lo canta Márquez mientras se marcha entre las dos grandes cortinas que ocupan el escenario. Bronquio, con sus inseparables gafas de sol y su gorra, manipula aparatejos para extraer sonidos electrónicos.

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Durante la hora y cuarto precedente, el espectador ha visto cómo Rocío Márquez (Huelva, 36 años) y Bronquio (Santi Gonzalo, Jerez de la Frontera, 31 años) han estrangulado los palos del flamenco. Ella ha comenzado el espectáculo arrastrándose, de espaldas al público, luego ha cantado con pena, más tarde se ha subido a la mesa de su compañero, ha entonado con alegría… Una tormenta de estados de ánimo que finaliza con una rave donde la cantaora parece levitar, en trance, ante el sonido maquinero impulsado por Bronquio. El concepto de la serpiente cambiado de capas: el primer cielo es darse cuenta de que lo que te gusta es la música, cantar; el segundo, cuando se comparte esa afición con los demás; y el tercero, cuando se disfruta, se juega y se explora. Flamenco del siglo XXI en lo musical; en lo vital, que cada uno se ponga los objetivos en cada escalón del cielo.

Tercer cielo seguramente aparecerá entre los mejores discos españoles de la temporada en las listas de finales del año. “Un sinfín de sensaciones y emociones se agolpan tras la gran variedad de estilos y recursos reunidos en este disco”, describe el crítico Fermín Lobatón sobre el álbum en Babelia. El disco está ahí, para escucharlo. Pero el directo es otra cosa, un acontecimiento visceral y hermoso, transgresor e impactante. No es un viaje de ella al mundo de los DJ, ni de él al de las seguiriyas. Se trata de una aventura conjunta, en una misma nave, hacia donde la libertad creativa los lleve mientras el espectador se suma al trayecto.

Al día siguiente del concierto en el Soho (el teatro que Antonio Banderas montó hace dos años y medio en su ciudad, Málaga), Rocío Márquez toma un té en una terraza malagueña. Cuando alza la taza su mano deja ver en la parte inferior de su muñeca un tatuaje: un triángulo con una parte de un lado abierta. “Es un símbolo que me gustó: significa abierta al cambio”. Con esta consigna está construyendo la onubense una de las carreras más interesantes y arriesgadas de la música español. “Este espectáculo es darme mucho permiso, hacer lo que me apetece. Tiene un punto que puede ser incómodo para el público, pero para mí es comodísimo. Por ejemplo, cuando digo las primeras frases no estoy ni mirando al público. Quizá eso choque. Pero a mí me permite estar para adentro. Eso me da la vida”.

Márquez habla de forma dulce, se piensa algunas respuestas varios segundos y transmite sosiego. Hace que la charla transcurra agradable. “Empecé a cantar siendo una niña y era como un juego, una actitud que no me gustaría perder. A veces, cuando me he quedado en una propuesta mucho tiempo o enfocándola desde la rigidez, le he perdido ese gusto del juego. Me divierte la búsqueda, el proceso, incluso más que el hecho de cantar. Y eso que me apasiona cantar. En el proceso me siento como cuando estás enamorada, que no puedes dormir y pierdes un poco la cabeza”, se ríe.

Antes del concierto los dos están definiendo los detalles. Ella bebe una infusión y él una cerveza. Bronquio: “He hecho un trabajo de adaptación brutal, porque mi entorno es el de los festivales, mucho más lúdico. El cambio a teatro al principio me rayaba porque hago música electrónica: tienes una conexión con la gente que te da energía y hace que te entre inspiración y subidón a la hora de estar allí. En los teatros no ocurre eso. Todo es silencio, y eso me imponía. Después de cuatro o cinco conciertos ya estoy más tranquilo y me puedo tomar alguna cerveza antes, como en los festivales”. Y apura una segunda birra. El responsable de la unión de estos músicos tan distintos es Luis Álvarez, manager de Bronquio: “Fue en un homenaje a Camarón que se le hizo en el festival Monkey Week. No tocaron juntos, pero los vi hablando a los dos al pie del escenario. Y no sé, me pareció una combinación que podía funcionar. Porque ambos tienen la mente muy abierta para emprender cosas arriesgadas. Así que se lo plateé y aceptaron encantados”.

A la salida del espectáculo, en la puerta del Soho, los espectadores reflexionan sobre lo que han visto. Está el veterano aficionado al flamenco, Paco Luque, de 67 años: “Ahora mismo estoy conmocionado. Es una revolución de los sentidos. Creo que es flamenquísimo, se distinguen perfectamente los palos y al mezclarlos con la electrónica llega la novedad y la transgresión. Morente nos dejó huérfanos y ahora viene Rocío a continuar su labor”. Y también está la aficionada más joven, Cristina Martínez, 33 años: “Ha sido una maravilla. Hacía mucho tiempo que no salía con una sensación tan buena de un espectáculo. Hay mucha verdad. Es muy flamenco, pero con música electrónica. Solo una pega: hay un punto frustrante, porque quieres levantarte y bailar”. En su afán por tener vivo el espectáculo, el dúo ya le da vueltas a actuar en recintos donde la gente pueda participar de la agitación de la rave e incrementar su presencia en festivales de pop (ya han probado en alguno, como en el Vida Festival de Barcelona).

Los aficionados se preguntan hasta dónde puede llegar una artista como Rocío Márquez, que solo tiene 36 años. Ella responde: “Tengo una cabeza poco previsible, no se queda tranquila, siempre me realizo la siguiente pregunta aunque me deje en el abismo”. Cuenta que sus periodos creativos sin freno (y lleva ya muchos) pueden producir heridas alrededor. Desvela que sufrió bullying de adolescente y la tuvieron que cambiar de colegio varias veces. “Mis padres siempre estuvieron ahí para ayudarme. En ellos tengo mi espacio de seguridad. Los periodos creativos pueden ser muy bonitos o terroríficos. Paso por muchos estados. Me puedo volver insegura y se la lío a quien sea. Eso no puede ser. He aprendido a no boicotearme y que la vida sea agradable para mí y para la gente que hay a mi alrededor. Cada mente es un mundo, pero el día a día nos lo tenemos que hacer agradable, a nosotros mismos y a los demás. Por eso lo del terapeuta. Como sé que parto de un material complejo, intento tener una ayuda para ponérmelo fácil”.

Márquez vive en el campo, cerca de Sevilla. Es esa casa se creó Tercer cielo. Bronquio se instaló allí durante meses (el proyecto tardó dos años y medio en echar a andar) y “hacíamos todo el ruido posible”. La vivienda se encuentra aislada, sin vecinos cercanos. Un huerto, gallinas, pozos, placas solares. “Mi pareja se iba a hacer senderismo mientras Santi [Bronquio] y yo nos poníamos a armar jaleo”, se ríe la cantaora.

Sus padres, Manolo y Charo, y su hermana María han asistido al concierto de Málaga. Charo cuenta que siempre “ha sido una niña muy especialita”. La abraza al final del concierto. Al preguntarle sobre si le gusta el tema de la electrónica, la madre dice: “Bueno… Si lo hace mi hija, sí”. Manolo habla con voz suave: “Rocío es una buscadora. Nunca va a parar”. Bronquio asiste divertido a la mayor atención por parte de familiares y espectadores que despierta su compañera. Rocío le coge del brazo y lo arrastra hacia ella: “Esto es un proyecto de dos artistas. Sin él nada sería posible”. Luego, añade: “Además, me tienes que enseñar en qué momento de una conversación debo utilizar ‘random”. La carcajada es general.

Rocío Márquez y Bronquio están de gira con ‘Tercer cielo’ por España. Ver fechas pinchando aquí.

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Sobre la firma

Carlos Marcos
Redactor de Cultura especializado en música. Empezó trabajando en Guía del Ocio de Madrid y El País de las Tentaciones. Redactor jefe de Rolling Stone y Revista 40, coordinó cinco años la web de la revista ICON. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de EL PAÍS. Vive en Madrid.

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