Maurizio Pollini: “Los jóvenes pianistas lo tienen más difícil por la competencia que existe”
El intérprete italiano, leyenda del piano, actúa este mes en Madrid y Barcelona. “Chopin posee una fuerza inmortal”, considera
Una cita con Maurizio Pollini en España a estas alturas es un acontecimiento. No conviene perdérsela porque a sus 79 años ―cumple 80 el próximo 5 de enero― puede que sea la última antes de que llegue la retirada. La pandemia, lejos de acoquinarle, lo ha motivado. “Afortunadamente he pasado sin problemas esta época horrible y me siento bien”, asegura. Ha trabajado a fondo: “Metódicamente, con extrema regularidad…”, dice el pianista en conversación telefónica desde su casa en Milán. Y ahora ha regresado a los escenarios. El día 20 de octubre toca en el Auditorio Nacional de Madrid, dentro del ciclo Grandes Intérpretes de Scherzo y el 27 en el Palau de Barcelona, dentro del programa de Ibercamera.
La última vez que pasó por Madrid dejó un ejemplo de dignidad y excelencia. Tocó un doble programa de Chopin y Debussy. El público que lo vio aún recuerda cómo la Berceuse op 57 o el Scherzo op 39 de Chopin lo retaban y a punto estuvieron a cada paso de ganarle el pulso. Son piezas que requieren un vigor físico que no siempre se conserva pasados los 70 años. Entonces, el maestro tenía 77. Pero el empeño de Pollini las domesticó a base de un método de gladiador. La segunda parte fue otra cosa. Con los Preludios de Debussy surgió la magia y mandó la sabiduría. Marcó la diferencia y aquella angustia que se dejaba notar con Chopin entre el público se disipó. Fue una lección de arte combinado con orgullo y fragilidad solo al alcance de los muy grandes.
Esta vez promete algo parecido. No se relaja Pollini. Sigue retándose como ha hecho a lo largo de toda su imponente carrera. Para el programa, ha escogido nada menos que a Arnold Schönberg y a Luigi Nono en la primera parte y a Chopin, de nuevo, para rematar. En el caso del segundo, Pollini afronta Sofferte onde serene, la obra para el instrumento solo que Nono compuso para él. No pudo evitar que la nostalgia apareciera un poco a la hora de programarlo: “Vivimos tantas cosas extraordinarias… Lo conocí en los años sesenta, nos hicimos amigos y tuve el atrevimiento de pedirle que compusiera algo para el instrumento. Él venía de haber terminado su ópera Al gran sole carico d’amore, compleja y con gran orquestación. Sin duda disfrutó con estas piezas meditativas, líricas, de gran intensidad en contraposición a lo que tenía entre manos en ese momento”, comenta Pollini.
No fue la única vez que colaboraron. El pianista formó parte del trío que con Nono y Claudio Abbado salía a interpretar música en plazas de Reggio Emilia y fábricas de Lombardía. De ahí salió otra obra del compositor italiano para orquesta, soprano y piano que abordaron Abbado y Pollini. Hablamos de Como una ola de fuerza y luz. El título lo puso el compositor en español. La obra está dedicada al revolucionario Luciano Cruz, a quien Nono había conocido tiempo antes en Santiago de Chile y que había muerto.
Los tres estaban fuertemente comprometidos con la izquierda en aquel momento. Nono fue miembro del Partido Comunista Italiano y consideraba la música como un arma combativa. Abbado también y así lo dejó patente cuando fue director musical de la Scala entre 1969 y 1986. “Hizo programas rompedores y llevó a cabo iniciativas maravillosas, arriesgadísimas. De esas que ahora no se ven, pero que deberían servir de ejemplo para los responsables de los teatros y auditorios en el futuro”, comenta Pollini. Doblaba la apuesta por la ruptura que se le presuponía. “Siempre iba a más y el público lo seguía. A los ciclos completos de Mahler o Bruckner sumaba habitualmente a Schönberg, Bartok o Stravinsky y también a la generación rompedora de la posguerra. Abrió la mentalidad de quienes acudían a la Scala de una forma que ahora no siento”.
¿Quiere decir que no encuentra hoy esa buena disposición del público de entonces y lo ve más conservador? “No creo que el público se haya vuelto más conservador, eso tampoco. Lo que no quiero que pase es que al volver a la normalidad decaiga esa actitud”.
Como no decae su visión respecto a Chopin. Pollini ha sentado cátedra en él, con toda su obra grabada, como ha hecho con Beethoven, Schubert, Brahms o Schumann. Es el as contemporáneo del romanticismo pianístico. En el programa que trae a España lleva la Sonata fúnebre del polaco. Una cumbre y una pieza que a medida que avanza el tiempo, el intérprete desmenuza entre la serenidad y el temblor. “Mantengo con Chopin una relación estrechísima. Cambiante y distinta a la del inicio de mi carrera. Hoy me siento más próximo a él, mucho más cercano, lo comprendo mejor que hace años. No podría decirle cuánto ni por qué”, comenta.
Para Pollini, la música de Chopin no esconde un único significado latente. “Él pensaba que cada obra debía contener un ingrediente misterioso de manera esencial y, a la vez, vivo. Naturalmente nunca quiso revelarlo y por eso se nos presenta hoy con tanta intensidad”. Revolucionó la forma, cambió el rumbo de la música para siempre y elevó el suspense y la atracción hasta convertir el piano en el instrumento rey. “Chopin cala, posee una fuerza inmortal que conserva. La forma en él es clave para entender eso. Las trató, exploró y reinventó todas. Hay muchas opiniones controvertidas sobre lo que hizo. Muchos no las apreciaban por escapar radicalmente de los moldes clásicos. Las transformó y después nadie las ha cambiado tan radical y convincentemente como él las construyó. La marcha fúnebre en esta segunda sonata nos da una idea de eso”.
Se impone entre el público y las siguientes generaciones de intérpretes aún como el compositor más programado en los recitales pianísticos. Unas nuevas generaciones que apenas acuden a pedir consejo a Pollini. “Raramente me consultan y me piden consejo, pero estaría encantado de atenderles y ayudarles”, asegura el maestro. Le resultaría tan natural como hizo él en su juventud con sus referentes. Estableció una relación intensa con Arthur Rubinstein, y más ocasional con Vladimir Horowitz o con Benedetti Michelangeli, tres ases de su época. “Con Rubinstein tuve una relación muy fuerte. Lo conocí y siempre se mostró muy amable. Lo visitaba en París cada vez que iba a la ciudad. Con Horowitz, a quien traté menos, teníamos largas conversaciones muy interesantes sobre los compositores italianos que le gustaban, como Clementi o Scarlatti. En cuanto a Benedetti Michelangeli, que fue un músico de gran voluntad y muy generoso, fue más difícil que los otros dos. Hablaba poco”.
Entre quienes le siguen, Pollini destaca principalmente a uno: “Evgeny Kissin”. “Es formidable. Y hay muchos con una técnica apabullante, que te deja estupefacto muchas veces. Pero puede que ahora lo tengan más difícil que nosotros por la competencia que existe”.
Babelia
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