La vida íntima de George Harrison, el ‘beatle’ ni tan callado ni tan apacible
Se publica por primera vez en español ‘I Me Mine’, un libro donde el músico describe sus angustias y vicios y que desvela una compleja personalidad
George Harrison escribe: “No puedo soportarlo más. Decidí: hasta aquí hemos llegado. Esto ya no es divertido, estar en esta banda es deprimente, todo esto es una mierda, gracias, me marcho… John y Yoko tenían terribles berrinches y se pasaban el tiempo gritándose el uno al otro. Me fui de la banda, volví a mi casa… y escribí esta tonada”. El músico adjunta este texto sobre la canción Wah-Wah, incluida en su obra maestra, All Things Must Pass, el que para muchos es el mejor disco en solitario de un componente de The Beatles. “Wah-Wah es un dolor de cabeza”, explica en la misma nota. La canción dice: “Me has convertido en una gran estrella por estar allí en el momento justo. / Pero ya no necesito ningún wah-wah y sé lo dulce que puede ser la vida si logro apartarme”.
Eso padeció Harrison (Liverpool, 1943-Los Ángeles, 2001) en la última etapa de The Beatles, allá por 1969. Esta revelación y muchas más se pueden leer en el libro I Me Mine, lo más parecido a una autobiografía de la estrella del rock (muy a su pesar) publicado en 1980 en edición limitada (2.000 ejemplares firmados por el artista) y ahora traducido al español por la editorial Libros del Kultrum.
I Me Mine muestra las claves de la compleja personalidad de Harrison, que ni era callado ni siempre llevó una vida apacible. Lo suscribieron las dos mujeres con las que se casó. Pattie Boyd, con quien estuvo casado entre 1966 y 1977, dijo en su biografía, Wonderful Tonight: “Sí, meditaba durante horas, pero cuando llegaba la tentación de la carne, se drogaba y se iba de fiesta”. Desde 1978 y hasta su muerte, convivió con Olivia Harrison, que señaló en un reportaje de Rolling Stone: “Para George, blanco y negro, arriba y abajo, no eran cosas distintas. Podía ser el más silencioso del mundo, pero también el más ruidoso. Una vez calientes los motores no había poder humano que pudiese frenarlo”. Recordemos: Harrison amaba la velocidad, era un seguidor enloquecido de la Fórmula 1, viajaba por el mundo para estar al lado de los pilotos de la época: Niki Lauda, Graham Hill o Jackie Stewart.
Otros tópicos sobre la vida de Harrison sí se cumplen: que John Lennon y Paul McCartney taponaron su talento en The Beatles. Logró colar en los discos del cuarteto Something, Here Comes the Sun o While My Guitar Gently Weeps, porque Paul y John no tuvieron el valor de rechazar unas canciones que les hubiese gustado componer a ellos. Sí despreciaron, sin embargo, All Things Must Pass, que luego Harrison colocó como bandera de su disco en solitario. McCartney se rindió a la canción años más tarde, interpretándola en directo. En un concierto en Madrid la tocó después de decir, en castellano: “Esto es en memoria de mi amigo George”. Era 2004 y Harrison había fallecido tres años antes.
Aunque en los primeros años lo disfrutó plenamente, a partir de 1965 el guitarrista detestó ser un beatle. “Los Beatles estaban condenados. Tu propio espacio, amigo. Es algo muy importante. Por eso estábamos condenados, porque no lo teníamos. Es lo que pasa con los monos en el zoológico. Se mueren. Sabes, todos necesitan que los dejen en paz”, escribe. Esa vida atosigante de beatle queda escenificada en el libro cuando explica la inspiración para Here Comes The Sun. “Apple [la empresa que montó el cuarteto] se estaba transformando en algo parecido a una escuela a la que teníamos que acudir y actuar como hombres de negocios, visar facturas todo el día, firma esto y firma esto otro. Un día decidí hacer novillos. Me fui a casa de Eric Clapton y me puse a pasear por el jardín. Sentí un alivio maravilloso por no tener que estar con esos contables estúpidos. Di vueltas por el jardín con una de las guitarras acústicas de Eric y compuse Here Comes the Sun”.
En el libro se pueden ver los elementos nada sofisticados en los que escribe: hojas con el membrete de un hotel, el sobre de una carta, una cuartilla de un cuaderno barato u octavillas donde se lee “hare krishna”. En I Me Mine surge un tipo con un afilado humor inglés. “Prefiero ser un exbeatle a un exnazi”, aclaraba, y que cada uno saque sus propias lecturas.
El guitarrista siempre admiró a Lennon, su talento, y quedó decepcionado cuando este construyó un mundo cerrado y esquizofrénico junto a Yoko Ono. Algunas de las canciones de Lennon no hubiesen llegado a la excelencia sin los arreglos y las pequeñas aportaciones de Harrison. Sin embargo, a John no le debieron parecer de gran valor, porque nunca puso a Harrison en los créditos. En el caso de Eric Clapton, sin embargo, la admiración musical fue mutua y reverencial. Ni siquiera el amor compartido con Pattie Boyd, que primero estuvo casada con Harrison y luego con Clapton, logró separarlos. En el libro de memorias de Clapton, Autobiografía, el guitarrista cuenta al detalle su largo cortejo a Boyd. Con anécdotas íntimas como esta: “Empecé a dejarme caer por Friar Park [la mansión inglesa de 120 habitaciones de Harrison] con la esperanza de que George estuviera fuera y así poder pasar unos momentos a solas con Pattie. Una noche fui allí y me los encontré a los dos en la cama con [el actor] John Hurt. Me quedé un poco perplejo, pero George se hizo cargo de la situación, me dio una guitarra y nos pusimos a tocar”.
Ya fuera de los Beatles, se encumbró con All Things Must Past (1971), el primer disco triple de la historia del rock, un manifiesto vital donde se veía a un hombre entregado a una espiritualidad que abrazó en la India y que fue agrandando hasta su muerte. Fue fundamental en su vida la amistad y la música que compartió con Ravi Shankar, el concierto solidario por Bangladés (el precedente de Live Aid), su figura como productor de películas de sus admirados Monty Python y una rutina cada vez más retirada de lo que más odiaba: ser una estrella del rock. “Nunca me gustaron esas personas que rompen las guitarras. Eso es pura basura”, arremete sobre una de las iconografías del rock, personalizadas en Jimi Hendrix o Pete Townshend. Aunque siguió editando discos en los ochenta siempre pareció en retirada. Disfrutó a lo grande con Travelling Wilburys, ese grupo imposible que formó con su idolatrado Bob Dylan, Roy Orbison, Tom Petty y Jeff Lynne, este último el encargado de poner en orden todo aquel talento. Lo consiguió, con dos discos deliciosos (1988 y 1990).
En 1999 todos sus fantasmas antifama se mostraron de forma dramática: un desequilibrado se coló en su mansión y, después de forcejear con él y su mujer, Olivia, alcanzó con una navaja el pulmón del músico. Aunque se recuperó, su único hijo (fruto de su relación con Olivia), el también músico Dhani, señaló que las secuelas le debilitaron en su lucha contra el cáncer. Una patología que se le diagnosticó en 1997 en la garganta (Harrison era un contumaz fumador) y que más tarde se le extendió a otras partes del cuerpo, provocándole la muerte el 29 de noviembre de 2001. Tenía 58 años.
Harrison pasó los últimos tiempos de su vida ataviado con un peto, provisto de tijeras, cortasetos, mangueras y desbrozadoras, moviéndose entre la maleza de su inmensa casa de Friar Park. Decía: “En realidad, yo soy un tipo de lo más sencillo. No quiero estar todo el tiempo en el negocio, porque soy un jardinero. Planto flores y veo cómo crecen. No voy a clubes ni a fiestas. Me quedo en casa y veo cómo fluye el río”.
Babelia
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