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Chiquito llega al rescate

Una biografía convierte la figura del cómico malagueño en una leyenda que une todas las culturas e ideologías

Tom C. Avendaño

“Era muy raro y de hecho parece como de otro planeta: llegó como algo totalmente nuevo, sin parecerse a nada conocido, y sin embargo todo el mundo, de todas las edades y culturas e ideologías, conectó con esa rareza. Y ahora nos falta”, explica Sergio Mora, un catalán de 44 años que lleva ya un rato jugando con la jarra de una infusión en una cafetería madrileña.

Podría estar hablando de E. T., pero se refiere a una versión más cercana del mismo cuento: Chiquito de la Calzada, el cómico malagueño que surgió de golpe en la televisión española de los noventa y al que presentar con más detalles, a estas alturas, sería desmerecer el hueco que ocupa en la memoria colectiva española.

En su nuevo libro, Las legendarias aventuras de Chiquito (Planeta), una particular biografía dibujada del personaje más inusual de la televisión española, Mora ahonda en ese concepto. Chiquito no como un hombre llamado Gregorio Sánchez Fernández que nació en 1932 y murió en 2017, sino como una leyenda, una figura que mirar desde nuestro crispado presente. “En el momento actual nos falta pegamento: veo a la sociedad polarizada. Chiquito fue un alquimista para eso", prosigue ya con la infusión humeante en la taza. "Conectaba a la gente de edades, culturas, ideologías diferentes. Se reía de cualquier cosa pero no ofendía a nadie. Ahora mismo me parece que falta esa energía y ese espíritu”.

“Antes teníamos esas cosas que nos unían: el cine de los ochenta, Cazafantasmas por ejemplo, era para todos los públicos. Y eso hacía de pegamento. Gente de ideologías distintas, del Barça y del Madrid, podían verla y tomarse cañas juntos después y comentarla sin odiarse. Ahora me falta esta unión. Nos quejamos de las banderas, pero la gente que rechaza las banderas físicas se hace otras conceptuales. ‘Yo soy esto y lo demás es la mierda”, prosigue. “Me daban ganas de decirle: ‘Chiquito, tío, no te puedes ir ahora’. Él era raro, pero ahora se ha ido y lo que está raro es el mundo”.

Así que Mora lo ha resucitado, en una especie de novela contada en dibujos underground -él cita a Charles Burns o Daniel Clowes como inspiración- que simplifica la vida del protagonista, pero destaca siempre su hoy reconfortante voz: el autor ha rebuscado testimonios enterrados del propio Chiquito para armar su relato.

Cuando se habla de su paupérrima infancia durante la posguerra en Calzada de la Trinidad, la historia gana peso precisamente porque se cuenta con esas declaraciones desenterradas de Chiquito: “Mira si pasé hambre que dijo el maestro de escuela: ‘Gregorio Sánchez Fernández’. Contesté: ‘Servidor’. Y siguió: ‘¿Quién va a llevar este pan a mi casa?’. Contesté: ‘¡Yo!’. Cogí el pan, salí del colegio y pensé: ‘¡Jo! ¿Esto voy a llevárselo yo al maestro que tiene una boca como una escuela de hacer niños? Esto me lo como yo’. Empecé a pellizcar y me lo comí entero. No volví jamás a la escuela. ¿Para qué? ¿Para que me diera con la regla en la mano? Me quité de en medio. Tenía nueve años. ¡Qué hambre tan grande!”.

El narrador y las declaraciones se reparten la historia: cómo aquel niño se metió a cantaor y acabó en Japón en 1971. “Japón es un hormiguero, por la gloria de mi padre. Aquí, andando, puedes llegar tres días tarde a casa. Japón es un país muy bonito, pero se mueve mucho, todos los terremotos del mundo están metidos aquí”, cuenta. Y añade en otro lugar: “En Japón para comer medio regular hay que ser cinturón negro”.

De vuelta a España, Chiquito afianzó su papel de showman que canta y cuenta chistes entre canciones para que el público no se aburriese. En 1985 acabó en el rodaje de Vacaciones en el mar: “Me pusieron a cantar delante de un ventilador de esos, ¡ojú!”. En 1994 acabó en otro plató, el de Genio y figura, el programa de chistes que le propició su gigantesca fama. Se convirtió en un fenómeno irreductible. Llegó un punto en el que hasta Juan Carlos I le reía las gracias. “Yo estaba con mi familia en Madrid, en una feria de estas del queso y el aceite, Alimentaria, creo. Vi de lejos al Rey, que estaba con aquel presidente argentino que murió y que era tan feo [Néstor Kirchner]. Le dije a Pepi [su mujer]: ‘Voy a saludarle’. Ella intentó detenerme, pero me acerqué y le dije: ‘Usted es el rey más famoso del mundo y es un pata negra’. El rey me ve de lejos y me dice: ‘¿Eres Chiquito?’. Y mientras se acerca a mí así hace: ‘jande mooor, pecador de la pradera’. Me cogió la mano y no me la soltó en un buen rato”.

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Pasó al cine, donde rodó algunas comedias de género que Chiquito recordó así: “Sabes que una vez hice de caboboy y yo hablaba con el caballo como estoy hablando contigo. Le decía: ‘No hagas guarreridas, a ver qué haces con el diodeno, porque llegas cansado pa’ rodar la película’. Y el caballo hacía: brrrllll. Le decía: ‘Llevas razón en lo que me dices’. No veas el director de la película. ‘No corten, sigan rodando’. Grababa mis conversaciones con el caballo”.

La fama no cambió su imagen pública. Él prefirió desaparecer antes. Empezó a trabajar menos gradualmente hasta 2012, cuando murió Pepita, el amor de su vida. Entonces ya decidió parar del todo. “El duende sigue por dentro, pero no quiero más”, explicó en su día. En noviembre de 2017, murió él. 

Y un mes después, Mora comenzó a escribir y dibujar su libro. Lo presenta ahora con miedo de que Chiquito no sobreviva el escrutinio de las redes y una corrección política entonces inexistente. Se refiere a chistes como: “¡Papá!, ¡papaaar! ¿África está muy lejos?” y la respuesta: “Creo que no, hijo mío. Porque en la fábrica trabaja un negro y viene todos los días en bicicleta”. Mora entierra la cabeza entre las manos: “Me encomiendo al cosmos, a los santos, a los dioses egipcios y a los griegos, que esto no sirva para que se coman a Chiquito porque preferiría que lo santifiquen”.

Eso sabiendo que el estilo de Chiquito tiene una limitación: nuestra parte más racional nunca lo entenderá. “Lo conecto con E.T. porque manejaba mezcla de que te da risa y ternura. Chiquito era una cosa emocional, sobra la cabeza”, explica. Aunque se diga poco, Chiquito lo que inspiraba en su público era mucho cariño

¿Quizá por eso hay círculos que buscan le desmerecerle? “La intelectualidad está muy bien, pero el instinto y la emoción hay que valorarlos. ¿Cuándo eres más feliz? ¿En una charla elevadísima de la que te vas sol a casa o con tus amigos? Eso es lo que representa Chiquito. Ahora que todos tenemos nuestro púlpito, todos usamos la cabeza. Quizá demasiado. El mismo lo decía: ‘soy un hombre bueno, que va tranquilo por la vida, un pata negra’. ¿Qué más hay?”.

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura como responsable del área de Televisión.

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