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DIRECTORA DE LA ACADEMIA CHILENA DE LA LENGUA

Adriana Valdés: “El español estándar es pobre: se pierden giros y riquezas locales”

La ensayista chilena reflexiona sobre los desafíos al frente de la institución, dirigida por una mujer por primera vez en 133 años

Rocío Montes
Adriana Valdés, directora de la Academia Chilena de la Lengua, durante la entrevista.
Adriana Valdés, directora de la Academia Chilena de la Lengua, durante la entrevista.Sebastián Utreras

La ensayista Adriana Valdés, quien fuera una vez una niña soñadora y llena de imaginación que creció rodeada de libros y con la influencia de un padre lector, se convirtió a principios de enero en la primera mujer en dirigir la Academia Chilena de la Lengua en 133 años, una institución que en otros tiempos estaba exclusivamente integrada por hombres ilustres. En una ceremonia a la que asistió buena parte del mundo intelectual del país sudamericano, Valdés recibió el cargo con un discurso en el que se refirió a los nuevos contextos que posibilitan que una mujer lidere la casa de la palabra, el idioma y las letras. Aunque aclaró que no llega al puesto por ser mujer, "sino por ser académica y por estar llamada a hacerse cargo", recordó casos como el de María Moliner, que nunca pudo ingresar a la Real Academia Española (RAE).

"El español es un gran capital cultural, económico y de desarrollo"

"No es que sea yo una persona excepcional: es que estaba en el lugar correcto y en el momento correcto", reflexiona a dos semanas de asumir en esta academia, una de las 23 agrupadas en la Asociación de Academias de la Lengua Española (Asale), con la RAE como pionera. En su departamento de Providencia, en Santiago de Chile —despejado, amplio y luminoso—, en el que recibe a EL PAÍS, no se observan tantos libros como obras de arte: del artista chileno Alfredo Jaar, su amigo, al que descubrió y con el que luego escribió Estudios sobre la felicidad; y de la pintora de origen español Roser Bru, la que la llevó a mediados de los años setenta por el camino de las artes visuales, cuando le pidió escribir en su catálogo. Valdés habla con tono cálido, amable y sin prisas mientras su gato Sam rasguña los sillones. "Te voy a tener que echar, corazón", le advierte a su mascota.

Pregunta. ¿En qué momento está el idioma?

Respuesta. El español es un gran capital. No solo cultural, que es lo obvio, sino económico y de desarrollo. Los cambios en las fuerzas mundiales favorecen al español: China busca influencia en América Latina y, hoy por hoy, en Estados Unidos muchos políticos no tienen futuro si no lo hablan.

P. ¿El español de España es más correcto que el latinoamericano?

R. No hay un solo centro del cual irradia la corrección, sino que son múltiples, y en el encuentro de esos centros tenemos un español más rico que nos refleja a todos. Por eso que el español estándar es pobreza: se pierden giros y riquezas locales.

"La relación amorosa es súper frágil y a veces el exceso de fortaleza de las mujeres perjudica"

Valdés es una activa usuaria de Twitter, aunque considera que los garabateros son como el agua servida [residual]: "No es algo que yo me quiera tragar". Hace unos días, habiendo asumido ya la dirección de la Academia y la presidencia del Instituto de Chile –que desde 1964 reúne a todas las academias de Ciencias y Humanidades del país–, se metió en un jardín al referirse a una polémica reciente desatada por las palabras del poeta Raúl Zurita acerca de Nicanor Parra, fallecido hace un año. "A veces se me olvida que no puedo hablar con libertad", escribió luego Valdés en la red social.

P. ¿Toma conciencia de su cargo?

R. Parece que tendré que morigerarme. Lo que ocurre en Chile [explica, refiriéndose a la polémica de Zurita] es que este país es largo y estrecho. Los poetas sienten que van en fila india y que tienen que ser el primero. Y que, si no lo son, deben boicotear al primero.

P. ¿Eso no ocurre con las mujeres escritoras?

R. Es que las poetas mujeres nunca tuvieron un espacio en esa fila.

P. Parece increíble que en el país de Gabriela Mistral haya tenido que pasar 133 años para que la academia fuera dirigida por una mujer. ¿Qué pasa en Chile con su obra?

R. Hay una discusión permanente acerca del trabajo de Mistral. Entre los poetas, mucha gente le negaba la relevancia o la ponía en dos extremos: o una amante contrariada y frenetizada o alguien con ternura de parvularia, que es una forma muy despectiva. En los años ochenta, mujeres nos organizamos para leerla desde una perspectiva diferente –de mujer fuerte y osada–, fuera del cliché de los hombres y los niños.

“Cuando me sentí bien vieja, a los 70, pensé: ‘Qué maravilla, ya no tengo reputación que cuidar”

La ensayista Adriana Valdés (Santiago de Chile, 1943), una respetada firma de la crítica literaria y teoría del arte de las últimas cuatro décadas, creció en una casona del poniente de la capital que recordaba la de El Gatopardo. Su padre, abogado, leía todo el tiempo: "Tenía una lámpara de pie que daba una luz, un triángulo luminoso. Si me sentaba a sus pies a leer, todas las pequeñeces desaparecían", recuerda ahora su única hija, la mayor de cinco hermanos. "Siempre me habló como si fuera una persona grande. Y, por ponerme a su altura, yo estudiaba", dice Valdés, que desde esa época siente una fascinación especial por las monjas. "Siempre me interesaron, no sé por qué torcida razón", agrega la ensayista, conocida por su fino sentido del humor. Tiene listo un libro sobre sor Juana Inés de la Cruz y alguna vez escribió sobre sor Úrsula Suárez, una monja de la Colonia. "La estudié desde una perspectiva muy feminista: escribía mandada por su confesor".

De pequeña empezó a estudiar idiomas: inglés, francés, italiano y portugués. En todos ellos es capaz de traducir obras literarias. Durante buena parte de su vida laboral, 25 años, fue funcionaria de Naciones Unidas, donde se desempeñó como intérprete y directora de publicaciones. Con tres hijas pequeñas y un trabajo a tiempo completo, le resultaba difícil escribir. Pero descubrió algunas técnicas: "Escribir corto. Sobre asuntos que me entusiasmaran mucho, que requirieran poco tiempo y que con el impulso inicial me bastara. Muchas escritoras mujeres tienen la necesidad del fragmento".

Autora de obras como Composición de lugar (1996) y Memorias visuales. Arte contemporáneo en Chile (2006), Valdés casi siempre escribió para otros: tradujo, comentó o prologó. Pareja del poeta chileno Enrique Lihn hasta su muerte, en 1988, esa relación de alguna forma condicionó su propia producción.

P. Usted ha dicho que a él "le complicaba un poco" que usted escribiera. ¿Qué ocurría?

R. Hicimos cosas juntos o en paralelo, sobre todo ensayos. Pero, salvo escribirle décimas cómicas para sacarlo de enfurruñamientos espantosos, otro tipo de escritura –más creativa–­, lo podían complicar muchísimo. Así que reprimí eso. Me resultaba muy difícil estando cerca de él. Creo que le pasa a todas: la relación amorosa es súper frágil y a veces el exceso de fortaleza de las mujeres perjudica. Hay muchas veces que una tiene que esconder ciertas cosas o minimizarlas. Es triste, pero verdad.

"El lenguaje inclusivo lo encuentro testimonial y legítimo: si lo usas, das testimonio de que estás de acuerdo con determinado colectivo, que por ahora es bien reducido"

El tiempo, sin embargo, le trajo buenas sorpresas: en 2018, Valdés ha publicado el que tal vez sea su libro más popular hasta la fecha: Redefinir lo humano, un superventas de la Editorial Universidad de Valparaíso donde reflexiona sobre el futuro de las Humanidades en un mundo fragmentado por la tecnología. Hace unos meses, unas 700 personas llegaron para escucharla a una charla que ofreció sobre el tema de la fragilidad. "Aparentar exceso de fortaleza es una debilidad", señala Valdés, que confiesa que la madurez le ha dado libertad. "Cuando me sentí bien vieja, a los 70, pensé: 'Qué maravilla, ya no tengo reputación que cuidar". En lo alto de su popularidad y una cargada agenda de compromisos, la ensayista procura quedarse algunos días en casa para trabajar y estar sola. "Necesito cantidades de tiempo sola".

Cuando equivocadamente se piensa en la madurez como símbolo de la inercia y la costumbre —"de las cosas que más influyen en el movimiento del mundo"— aparece esta mujer de 75 años que parece estar en su mejor momento —el más arriesgado y público— llena de vitalidad intelectual.

P. Dirigirá por tres años la academia y el Instituto de Chile. ¿Cuáles son sus planes?

R. Mi aspiración es que no seamos una torre cerrada sobre sí misma, sino una que irradia. No es bueno quedarnos conversando entre nosotros. Hay un mundo muy complejo allá afuera.

P. ¿Qué le parece el lenguaje inclusivo, como el todes?

R. En esos casos, lo encuentro testimonial y legítimo: si lo usas, das testimonio de que estás de acuerdo con determinado colectivo, que por ahora es bien reducido. Ahora, si eso se llega a extender, por supuesto que la academia lo va a recoger. Todos los que piensan en el lenguaje inclusivo deberían leer la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela: francamente se autodestruye, un exceso que se debe evitar.

Cuando asumió en el cargo hace dos semanas, dijo en su discurso que esta sería su última aventura académica. "Cuando termine mi período, tendré 78 años...", reflexiona, aunque luego añade: "Siempre he dicho que todo lo que hago es lo último...hasta que surge otra cosa".

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Sobre la firma

Rocío Montes
Es jefa de información de EL PAÍS en Chile. Empezó a trabajar en 2011 como corresponsal en Santiago. Especializada en información política, es coautora del libro 'La historia oculta de la década socialista', sobre los gobiernos de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet. La Academia Chilena de la Lengua la ha premiado por su buen uso del castellano.

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