‘Good Bye, Lenin!’ en el geriátrico
La recreación de escenarios típicos de la RDA se emplea en Dresde para ayudar a residentes con demencia
La singular versión geriátrica de Good Bye, Lenin! nació en Dresde por culpa de una motocicleta. Un buen día, el director de Alexa, residencia de ancianos del este de Alemania decidió montar un cine. Para el estreno, quisieron hacer algo especial y al director, Gunter Wolfram se le ocurrió traer una moto Troll, de esas que fueron tan populares en tiempos de la RDA. Entonces, sucedió algo muy especial; algo que cambiaría la vida del centro y de sus habitantes.
Muchos ancianos, la mayoría afectados por la demencia, habían tenido una moto similar en casa hacía años y empezaron a recordar excursiones que habían hecho con amigos y romances de novietes sobre dos ruedas. Wolfram comprendió que había sucedido algo espectacular, que al entrar en contacto con objetos de aquel pasado, los pacientes revivían esa época que en Alemania se borró de un día para otro. “Empezamos a ver que surgían recuerdos y habilidades de antes de enfermar. Notamos que gente con demencia severa perdía agresividad”. En aquel estreno, lo de menos fue el cine; el gran éxito fue sin duda la moto.
Animado por aquella experiencia, Wolfram decidió decorar una habitación como hubiera sido hace 50 años en la Alemania del Este. Allí, los residentes podrían desarrollar algunas de las rutinas que hacían entonces, como encender la estufa de carbón de hierro, limpiar los zapatos, cocinar con los cacharros de la época o cantar las canciones de entonces.
En total hay dos habitaciones del recuerdo. Una ambientada en los años sesenta y otra de los setenta. Un papel psicodélico en tonos naranjas y marrones cubre las paredes de la setentera. Hay también una butaca, una radio, una lámpara, un salero de plástico, un barreño para cocinar, una batidora manual, un sifón… tal cual podía haber estado en un cuarto de estar cualquiera en la Alemania dividida. En la de los sesenta se ha recreado un ultramarinos con estanterías que guardan productos con marcas de entonces. Detergente, pan ruso, sopa precocinada… A la entrada de las salas, una ristra de andadores aparcados.
Como muchas otras residencias, Alexa ha sufrido de lleno los efectos de la curva demográfica alemana. Si hace 10 años la mayoría de los internados eran personas con problemas de movilidad, “en los últimos tres o cuatro años nos hemos encontrado con más gente con demencia”. Ahora, de las 130 personas que viven en el centro, el 80% padece algún tipo de demencia. “Tenemos gente que no reconoce dónde está o que quiere salir corriendo porque cree que llega tarde al trabajo o a recoger a los niños. Tuvimos que adaptarnos a la nueva realidad”, explica Wolfram. Fue entonces cuando surgió la idea del cine.
Los que participan en el programa de las salas del recuerdo hacen el hatillo por la mañana y pasan el día en ese particular túnel del tiempo. Uno de ellos es Werner Mehlhorn. Tiene 97 años y trabajó en una fábrica de motores. Él piensa que “ahora solo se habla de la Stasi y cosas así, pero cada sistema tiene sus ventajas y sus inconvenientes”. Aunque asume que la RDA tenía que acabar. “Yo quiero una Alemania unida”. Su memoria a largo plazo funciona como un reloj. “Esto no cura la demencia, pero allí hacen cosas y están más contentos”. A veces, incluso, algunos pacientes les explican a los jóvenes enfermeros cómo funcionan los viejos aparatos. “Su autoestima mejora y la relación con los cuidadores se vuelve más horizontal”, cuenta Wolfram, quien reconoce que no dispone de estudios científicos que avalen su proyecto. El director, que lleva 12 años en este centro privado financiado parcialmente por las mutuas de los trabajadores alemanes, asegura que simplemente observa que funciona y que por eso sigue adelante.
Stefanie Wiloth, investigadora del Instituto de Gerontología de la Universidad de Heildelberg explica que “sí hay evidencias de que conectando con aspectos de la biografía de las personas con demencia, se pueden generar emociones positivas”. Y añade: “Se trata de activar sus recursos sociales y emocionales, de revivir las memorias positivas de su pasado y hacerles sentir que la demencia no sólo supone pérdidas; es decir, de mejorar su calidad de vida”.
El muro cayó de un día para otro, y con él, un mundo de certezas incuestionables saltaron por los aires. Millones de ciudadanos tuvieron que adaptarse a marchas forzadas a un nuevo sistema de valores. La virtud, la disciplina, la lealtad… fue como si todo lo aprendido adquiriese de repente otro significado. La autoestima colectiva se resintió y en el plano individual, cada uno hizo su transición como pudo, con los mimbres psicológicos disponibles. Por eso, no es difícil comprender que los mayores experimenten una cierta sensación de confort cuando se reconocen en su antigua cotidianidad.
Babelia
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