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Cosmos, la ciencia que solo se conforma con entenderlo todo

José Manuel Sánchez Ron recorre en un libro y una exposición en la Biblioteca Nacional las figuras y la obra de Alexander von Humboldt y Carl Sagan, dos creadores de mundos

Javier Sampedro
Dibujo de Waterhouse Hawkins.
Dibujo de Waterhouse Hawkins.Javier Rodriguez Barrera

La mayoría de la gente suele conformarse con entender los detalles cotidianos y copiosos. ¿Cuánto gana un ministro? ¿Cómo funciona un coche? ¿Qué ha movido a ese asesino? Pero hay personas, tanto más valiosas por escasas, que no se conforman con entender menos que el todo. Los solemos llamar filósofos, pero el objetivo último de la ciencia no es muy distinto: entender el mundo y nuestra posición en él. Un libro del físico, historiador y académico José Manuel Sánchez Ron y una exposición en la Biblioteca Nacional concebida por él mismo vienen ahora en nuestra ayuda. Porque tampoco se conforman con menos del todo.

El libro se llama El sueño de Humboldt y Sagan; una historia humana de la ciencia (Crítica), y lo mejor que se puede decir de él es que responde a las expectativas que levanta su ambicioso título. Alexander von Humboldt (1769-1859) y Carl Sagan (1934- 1996) están separados por más de siglo y medio en el tiempo y millones de años luz en el espacio de sus intereses científicos, pero ambos son los epítomes de la ciencia del todo y ambos, acertadamente, titularon sus obras magnas Cosmos. Dos de esas raras personas que no se conforman con menos del todo.

Sánchez Ron se ha entregado a un experimento poco común en los libros de ciencia popular y divulgación.

La exposición se inaugura este lunes en la Biblioteca Nacional de Madrid, y sigue a grandes rasgos el esquema mental del volumen: matemáticas, universo, tierra, vida y tecnología. No es tanto un orden cronológico como filosófico, que va de lo primordial a lo específico, de lo fundamental a lo accesorio, del tronco común de la vida a la adaptación local abigarrada hasta lo inabarcable. De este libro y esta muestra no emana información, sino conocimiento. Lectores y paseantes distraídos no están llamados aquí para saber más, sino para saber pensar mejor. Otro objetivo ambicioso.

Dos personajes

Humboldt fue un verdadero personaje. Hijo de educados aristócratas alemanes, recibió una educación de lujo en su propia casa, con algunos profesores volcados en la Ilustración francesa. Combinación explosiva de científico, aventurero y activista político, compañero de sobremesa de Goethe y amigo de Thomas Jefferson —la segunda cabeza de piedra del monte Rushmore—, amaba tanto la Revolución francesa que, en 1790, viajó a París y ayudó a transportar sacos de arena para construir un templo de la libertad, y los meses para él no eran enero, febrero y demás, sino vendimiario, brumario, frimario, germinal y todas esas nuevas particiones del año que luego eliminó Napoleón nada más llegar al cargo.

Hércules sostiene la esfera celeste. Tapiz atribuido a Bernard van Orley.
Hércules sostiene la esfera celeste. Tapiz atribuido a Bernard van Orley.

Pese a sus paralelismos intelectuales con Humboldt, Sagan no pudo ser más distinto como personaje. Nacido en el distrito neoyorquino de Brooklyn, y no de sangre aristocrática, sino hijo de un obrero de la industria textil ucraniano y un ama de casa, tuvo la fortuna de estudiar en la Universidad de Chicago con dos premios Nobel —el genetista Hermann Muller y el químico Harold Urey—, y también la de haber nacido con un gran talento. Dedicó su vida a investigar los planetas del sistema solar, y de ahí progresó hasta convertirse en una de las cabezas pensantes del proyecto SETI de búsqueda de vida inteligente. Se hizo mundialmente famoso con su serie de televisión Cosmos, que ha estimulado a generaciones de jóvenes a estudiar ciencia.

Descubrir las matemáticas

Sánchez Ron se ha entregado a un experimento poco común en los libros de ciencia popular y divulgación. Ha sentado juntos a Humboldt y Sagan, tal vez en un sueño o en uno de esos universos paralelos que fascinan a los físicos teóricos, para que discutan sobre la ciencia y la vida, sobre la evolución y su último producto, el ser humano, sobre la probabilidad de que haya otros seres inteligentes ahí fuera. Esta conversación imaginaria recorre el libro como un Guadiana. Pero la obra es más, mucho más que eso. Es un intento sincero de entenderlo todo, o de entender a quienes quisieron hacerlo.

Algunas de sus reflexiones más interesantes se centran en las matemáticas y el lenguaje. Contra toda intuición, existen muchos argumentos para sospechar que las matemáticas, por mucho que hayan emergido de la mente humana, y por tanto de los meandros de la evolución biológica, tienen una existencia real fuera de nuestra cabeza. Que no han sido inventadas, sino descubiertas por los matemáticos.

En uno de los diálogos ficticios de Sánchez Ron, Humboldt defiende el carácter universal de los cimientos del lenguaje humano, de las formas y los tiempos verbales, del uso de flexiones y sufijos, de la estructura de la frase en sujeto, verbo y objeto. Y Sagan le responde: “Lo que es más importante es conocer el lenguaje que creo universal, el de la ciencia, y en particular el de las matemáticas: si existen otras civilizaciones en el universo, lo deberán comprender”. Sagan hizo de esa idea el fundamento de su única novela, Contacto, que Robert Zemeckis llevó al cine al año siguiente de su fallecimiento.

Y esa fue, al fin y al cabo, la gran percepción de Galileo que disparó la ciencia moderna: que las matemáticas son el lenguaje en que habla la naturaleza. Newton lo confirmó pronto con una brillantez deslumbrante, y los físicos teóricos actuales siguen viéndolas como su gran guía de acción. La estrategia última para entenderlo todo.

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