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Mujeres en la frontera

Rosario la Tremendita, María Terremoto y Rocío Márquez son tres formas de cante flamenco que rozan los límites del género

Rosario la Tremendita, en su actuación en el Festival de Jerez.
Rosario la Tremendita, en su actuación en el Festival de Jerez.ANA PALMA

Rosario la Tremendita con Pablo Martín Caminero (contrabajo) y Pablo Martín Jones (batería).
María Terremoto con Nono Jero (guitarra), Melchor Borja (piano), palmas y coros.
Rocío Márquez con Proyecto Lorca: Daniel B. Marente (piano), Juan Jiménez (saxos), Antonio Jiménez (percusiones).
Bodega Los Apóstoles de González Byass, 25, 27 y 28 de febrero.

Rosario se presenta vistiendo leggins y chaquetilla negra. María, vestido rojo con adornos de volantes. Rocío, traje largo de noche. La vestimenta cobra, en casos como estos, un inevitable valor representativo de la propuesta musical que se ofrece. Tres formas de mujer muy distintas entre sí que protagonizan diferentes aproximaciones al cante flamenco, con formatos que, en ocasiones —cuando, por ejemplo, se prescinde del acompañamiento de la guitarra—, rozan los límites o la frontera del género. Ellas fueron las primeras del ciclo Mujeres de la Frontera, con el que el Festival de Jerez ha querido subrayar la presencia principal de la mujer en este arte.

María Terremoto, con solo su nombre, evoca dinastía y casta. La de su abuelo, la de su padre. Todo parece haber confluido en ella para que se produzca una auténtica rebelión genética que explotó profesionalmente hace poco más de dos años. Ella se empeña en recordar que canta para decir de dónde viene, pero no le hace falta. En cuanto emite el primer ayeo y aborda los añejos estilos jerezanos, se hace presente el atavismo. Toná, bulería por soleá y seguiriya. Luego vendría un giro con tintes de espectacularidad, una segunda parte para la que eligió la paquera zambra Soleá de mis pesares y la hermosa canción por bulerías de su padre, Pasajeros en el tiempo. Un punto de inflexión. Metal joven y precioso, a María le sobra fuerza y esta se le escapa por la boca. Los fandangos fueron una demostración de lo mismo. Ni siquiera llega a los veinte años y su proyección artística ha sido vertiginosa. Tiempo tendrá —también necesidad— de madurar, definir su carrera y administrar sus tremendas facultades. No todo es cuestión de volumen.

La Tremendita vino a presentar su reciente disco, Delirium Tremens, con un formato que poco tiene que ver con el elegido para la grabación: su concierto sería una suerte de spin-off de aquella. Eléctrica en gran parte de la noche, con sintetizadores, bajo y batería, sus interpretaciones fueron de una contundencia brutal. La potente sección de ritmo la lleva en volandas por sus interpretaciones y le da libertad para adornarse con atmósferas experimentales. Los cierres tienen un carácter metálico y ella asemeja por momentos una roquera del compás. También hay espacio para el lirismo y delicados diálogos con el contrabajo. Pero ella canta flamenco. Letras populares junto a los personales textos del disco. Rumba, serrana, abandolao, romance, soleá… Todo presentado como una suerte de suite encadenada, con un solo momento de respiro en el que la artista se explica y deja declaración de principios: su verdad, expresada con honestidad y valentía. La propuesta valiente, directa y sin desmayo impactó e incluso desconcertó a los no prevenidos.

Rocío Márquez traía su trabajo del pasado año, Firmamento, y su concierto sí mantuvo las coordenadas musicales de una grabación que, no en vano, nació de un directo. La participación de los tres músicos de Proyecto Lorca se antoja definitoria: con un tratamiento diríamos que camerístico, aportan una variedad y riqueza tímbricas que se puebla de infinidad de colores, los mismos que transporta la garganta de una cantaora de metal dulce, con un temblor de melismas contenidos. Las canciones populares de Lorca, origen del álbum, estuvieron en el arranque y final de un recital en el que se fueron desgranado sin prisa los temas de la obra. Los fandangos que se vuelven denuncia en el poema de María Salgado, la bambera con versos de Santa Teresa, el terrible poema de Christina Rosenvinge en forma de romance, la minera con mirada a El Bierzo... Ella les otorga la modulación e intensidad adecuadas e intercala ligeros recitados. Pepe Marchena sobrevolaba, pero se hizo más presente en los caracoles —Chacón revisitado y actualizado—, con texto de Isabel Escudero. Unos tangos y la seguiriya que da nombre al disco cerraron un recital marcado por el equilibrio.

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