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Aquella fiesta total con nombre de pescado, ‘bakalao’

‘En éxtasis’, ahora traducido al castellano, fue el primer libro que analizaba la dimensión sociocultural de la ruta festiva de los noventa

Lucía Lijtmaer
Aparcamiento de Spook, una de las discotecas valencianas de la ruta del bakalao, en 1985.
Aparcamiento de Spook, una de las discotecas valencianas de la ruta del bakalao, en 1985.Carles Francesc
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Esto no va de la fiesta, sino de La Fiesta. Trademark, sí. Sudor, ritmo y no parar. Esto va de cuando una generación preolímpica se dio a la juerga y la convirtió en patrimonio. Y ya de paso, esto va de cuando generó un movimiento musical, social y cultural que arrasó España y quedó proscrito hasta hace muy poco. En éxtasis (Barlín Libros), del periodista y profesor universitario Joan M. Oleaque, publicado hace más de diez años en catalán y finalmente ahora en castellano, es el primer libro que toma en toda su dimensión La Fiesta y la ruta del bakalao en la costa valenciana y sitúa al fenómeno social como una verdadera ebullición cultural.

1. Valencia. La ruta fue valenciana, entre muchas razones, por sus discotecas. Barcelona y Madrid ya eran polos culturales que se reflejaban en lo internacional, pero en Valencia estaba todo por hacer. “Aquí había pegado fuerte el New romantic y lo ligado a las discotecas, somos una ciudad muy desprejuiciada, con ganas de experimentación. Si a eso le sumas la proximidad a Ibiza, y un sentido hedonista conjunto, es lógico que sucediera aquí”, explica Oleaque.

2. La música. Ante todo, la ruta fue una experiencia musical rica, compleja y que se desarrolló ajena a todo y con clara vocación de didactismo. Se quiso dejar de lado el funk, porque se asociaba a las discotecas rancias de los setenta y los dj's de las discotecas valencianas -Barraca, Chocolate, Spook...- apuestan por mezclas que van del industrial, lo que ahora se conoce como EDM, y el refinamiento del underground más experimental. “En un pub de pueblo podía sonar Cabaret Voltaire porque eso era lo que se pinchaba en Valencia. La gente se educaba con los dj's, que querían alejarse por encima de todo de la radiofórmula”, dice el autor.

Joan M. Oleaque, en la puerta de la discoteca Spook.
Joan M. Oleaque, en la puerta de la discoteca Spook.Mónica Torres

3. La diversidad. Contrariamente a lo que ha trascendido, el bakalao no fue exclusivo de las clases populares, sino más bien un fenómeno interclasista y variado. Las discotecas, especialmente durante la primera época, democratizaron la fiesta en todos los sentidos. Incluso los patrones de género y sexualidad fueron mucho más abiertos e inclusivos. Según el periodista, “las discotecas eran un espacio de teatro, de conciertos, de desfiles de moda, en definitiva: de vanguardia. El ambiente sugería todo lo diferente fuera celebrado, y eso incluyó a las drag queens, a las sexualidades que anteriormente se veían fuera de la norma, e incluso al papel de las mujeres, que en la ruta tuvo muchísima más relevancia y se alejó de la ranciedad de las discotecas tradicionales, en los que eran acosadas o estigmatizadas si se lo pasaban bien bailando”.

4. Las drogas. En éxtasis explica cómo las drogas sintéticas fueron el lubricante natural de una fiesta que necesitaba de ayuda para seguir más allá del amanecer. Primero las mescas, las mescalinas valencianas, más adelante el speed y la cocaína, y, por supuesto el MDMA. Todas formaron parte de una cultura de clubs única en España, y que los medios demonizaron. “En la ruta la gente se drogaba, pero lo más trascendente es que la generación anterior aprendió que había más drogas que los porros y la heroína a través de lo que los medios contaban de Valencia. Eso contribuyó a su criminalización, al final”.

5. El final. La presión policial y la deriva hacia la makina -más rápida, más agresiva, más fuerte-, generada en Cataluña por Nando Dixcontrol, entre otros, alejó el interés del los ruteros hacia otros puertos. “Cuando la música que había en las grandes discotecas ya las podías escuchar en las verbenas de los pueblos y en el extrarradio de las grandes ciudades, ¿para qué moverse?”, argumenta Oleaque. Así, al final llegó el final. Y la ruta quedó enterrada mediáticamente como un fenómeno social de garrulos. Hasta hoy.

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Autor: Joan Manuel Oleaque.


Editorial: Barlin (2017).


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Sobre la firma

Lucía Lijtmaer
Escritora y crítica cultural. Es autora de la crónica híbrida 'Casi nada que ponerte'; el ensayo 'Ofendiditos. Sobre la criminalización de la protesta' y la novela 'Cauterio', traducida al inglés, francés, alemán e italiano. Codirige junto con Isa Calderón el podcast cultural 'Deforme Semanal', merecedor de dos Premios Ondas.

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