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Louis C. K., comediante del dolor y la muerte

El autor y protagonista de la serie autobiográfica ‘Louie’ ha revolucionado la comedia televisiva

Costhanzo

Los ojos de Louis C. K. contemplan el mundo con el ánimo precavido de un animal asustado cuando emerge del metro para dirigirse a su lugar de trabajo en la cabecera de Louie, la serie autobiográfica que ha marcado un antes y un después en la historia de la comedia televisiva. Con un registro directo, casi documental, la cabecera sigue al cómico mientras camina por la calle, deglute pizza en un local de comida callejera y desciende las escaleras del Comedy Cellar, el local donde desgrana unos monólogos que, en un eco lejano del modelo Seinfeld, suelen abrir la acción de cada episodio. No hay más adornos que el tema musical Brother Louie, de Hot Chocolate, que aquí se incluye con variaciones: el último verso incorpora un “vas a morir” en el lugar donde antes habíamos escuchado un “vas a llorar”. Así se transforma una balada de amor en una canción sobre el dolor y la mortalidad; en consonancia con el espíritu de una comedia que no invita precisamente a mirar el lado más luminoso de la vida, sino sus claroscuros, explorando el patetismo de su protagonista con un afecto humanista sin temor al apunte lacerante.

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Nacido en Washington el 12 de septiembre de 1967, Louis Székeli —el C. K. de su nombre artístico es su manera de hacer justicia fonética al apellido de origen húngaro judío— pasó parte de su infancia en México, cuna de su abuela paterna, hasta que su familia se mudó a Boston. Louis C. K. tenía entonces siete años y sitúa precisamente en ese momento el comienzo de su vocación de cómico, bajo el influjo de algunos de los talentos más deslenguados en escena, como Richard Pryor o George Carlin, que fue el histórico primer anfitrión del Saturday Night Live.

El pequeño Louis era toda una incongruencia: un tipo pelirrojo —los genes irlandeses maternos dejaron su huella— criado como católico y que hablaba como un mexicano. Toda una otredad, en suma. Una experiencia de formación que quizá explique las sutilezas de esa mirada cómica que, ya en su vida adulta, le ha permitido observarlo todo desde un ángulo que no es el de los integrados. El divorcio de sus padres cuando tenía 10 años acabaría también formando parte importante del sustrato experiencial de su discurso cómico, donde ninguna vivencia será material de desecho.

En los monólogos de Louis C. K. los fundamentos de esa tradición del humor judío consistente en hacer leña de uno mismo —arte en el que Woody Allen creó escuela— se dan la mano con un impulso muy contemporáneo de forzar los límites y abrazar la incorrección política —variante que también cuenta con un ancestro ilustre en la figura de Lenny Bruce—.

Sus monólogos satisfacen el impulso contemporáneo de forzar los límites y abrazar la incorrección política

La pederastia, los abusos del Dios matón del Antiguo Testamento sobre el sufrido Abraham, el sexo en la mediana edad y los conflictos de la paternidad cuando uno está divorciado y con dos hijas son algunos de los dispares temas hilvanados en unos monólogos que ocultan, bajo la apariencia de una libre asociación casual, una meditada estructura y un infalible control del tono.

Pero ¿qué es lo que ha convertido a este pelirrojo calvo y fondón en uno de los grandes innovadores de la comedia contemporánea? A Louis C. K. le cambió la vida cuando un profesor particular le consiguió un trabajo como meritorio en una cadena local de televisión por cable, a la vista de que su desinterés por los estudios y su voracidad juvenil fumeta parecían el pasaporte seguro al fracaso adulto. Movido por el desaliento de ver a su madre, divorciada y con cuatro hijos a su cargo, enganchada a terribles programas televisivos, Louis C. K. había ido alimentando un anhelo por hacer televisión de calidad que, por fin, iba a encontrar un modo de ser esculpido y encauzado. En ese canal local aprendió montaje y realización, los dos pilares que le permitirían realizar sus propios cortos experimentales al tiempo que ejercitaba su escritura como guionista al servicio de David Letterman, Dana Carvey, Conan O’Brien y un Chris Rock que se convertiría en uno de sus más afines compañeros de viaje.

Antes de tener su propia telecomedia de efímero recorrido en HBO (Lucky Louie), Louis C. K. ya había dirigido dos largometrajes, pero la verdadera revolución aún estaba por venir. En 2010, el canal FX estrenaba Louie y, a partir de ese momento, ya nada volvería a ser lo mismo, a pesar de que los materiales con los que se iba a construir ese discurso —un cómico haciendo de sí mismo, vida cotidiana, una mirada a los entresijos de la comedia de micrófono— no parecían el más original punto de partida. Proyectándose a años luz de ese pasado en el que las risas enlatadas marcaban el lugar del chiste y condicionaban la respuesta del espectador en su hogar, Louie ha liberado con su inspiración a toda una comunidad de cómicos que ha podido contemplar los hallazgos de la libertad de trazo de este creador completo que dirige, escribe, monta, protagoniza y produce su propia serie como quien construye un vergonzante diario íntimo.

A años luz queda ese pasado en el que las risas enlatadas marcaban el chiste y condicionaban al espectador 

En Louie no se respeta a menudo la unidad argumental: hay episodios cuyo relato se disgrega o queda aparentemente inacabado; también hay momentos en que el humor no parece ser la meta y la trama acaba pareciéndose a un hondo relato breve, en el que uno podría reconocer ecos de Chéjov o de Carver. Los espectadores han visto a Louie huyendo de su padre en lancha motora, feminizado por una de sus amantes, humillado por una pandilla de adolescentes, enfrentado a un cómico de registros groseros y populistas que le acaba dando una inesperada lección en el que, de momento, es el último capítulo de una serie excepcional.

Casi resultaba inevitable que Louis C. K. saltara al drama —o a la durísima tragicomedia— en la serie-homenaje a los primigenios dramáticos televisivos en directo Horace and Pete, que él mismo comercializó a través de su página web. El cómico ha creado junto a Pamela Adlon la serie Better Things, que funciona como incisiva respuesta femenina a Louie, su joya de la corona, que sigue sin anunciar su esperado regreso. Tras ejercer de problemático interés romántico de Louie y consultora de producción de esa serie, la Adlon saca el aguijón para reivindicar la visibilidad femenina en el ámbito del poshumor.

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