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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Miyazaki

Miyazaki y sus colegas de estudio son considerados los profetas de un género que ha servido para instalar la imaginería japonesa en el subconsciente colectivo

David Trueba

No parece raro que el director de dibujos animados japonés Hayao Miyazaki haya elegido hacer una película como El viento se levanta para cerrar su carrera. Basado en una pieza del escritor Tatsuo Hori alrededor de uno de los más destacados ingenieros de la aviación japonesa, Jiro Horikoshi, creador del caza A6M Zero mítico avión de guerra de la Mitsubishi, la película es un melodrama que da pie a emociones desatadas, con esos ojazos desbordados de lágrimas de la animación japonesa. Enclavada en el tiempo entre dos catástrofes, un terremoto en la región de Tokai y los bombardeos nucleares de la aviación estadounidense sobre Hiroshima y Nagasaki, la película habla del ingenio utilizado para la destrucción, de la vida personal exprimida por un oficio y el legado imaginativo como único regalo de una persona con talento a la sociedad. En el fondo podría considerarse una autobiografía contada por una persona interpuesta. Además, el padre de Miyazaki también trabajó en la empresa aeronáutica en aquellos años.

El éxito de la película, que roza los 150 millones de dólares recaudados en el mundo y ha capitaneado muchas de las competiciones de críticos, da idea de la importancia que Miyazaki ha tenido en la consolidación del género japonés de la animación. Su estudio Ghibli en Tokio, que es también un coqueto parque recreativo, se conoce por películas como La princesa Mononoke, El viaje de Chihiro o Porco Rosso. Aunque su última película ha causado cierta controversia en Japón, donde el posicionamiento crítico ha sido tildado de antipatriota, nada puede evitar que Miyazaki y colegas de estudio, como Isao Takahata, sean considerados los profetas de un género que ha servido para instalar la imaginería japonesa en el subconsciente colectivo.

Los españoles sabemos de Miyazaki desde los tiempos de Heidi, cuando un serial infantil alcanzó la categoría de historia e histeria colectiva. La increíble personalidad del cine japonés a lo largo del tiempo, desde los clásicos inmortales hasta la animación contemporánea, es un cuento que explica la importancia de poseer una industria audiovisual consolidada frente a países sin esa potencia. Los versos de Paul Valéry, que dan título a la película de Miyazaki, enlazan con la misma idea: El viento se levanta, habrá que intentar vivir.

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