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La lucha ambiental de la artista María Arceo: de recoger sandalias romanas del Támesis a denunciar los primeros sacos de ‘pellets’ en Galicia

Activista y divulgadora contra el microplástico lleva 40 años investigando la huella de la basura humana en el planeta y creando esculturas con residuos. El 13 de diciembre vio bolsas de bolitas blancas en la playa y escribió a la empresa

María Arceo
Maria José Arceo, voluntaria que coordinó grupos para la limpieza y que fue una de las personas en dar la voz de alarma, limpia en Corrubedo el domingo 7 de enero.ÓSCAR CORRAL

“Yo debería ser sirena. Siempre, desde niña, recogí las cosas fascinantes que traía el mar. Pero el mar se lo traga todo y luego, como está pasando estos días en Galicia, vomita”. María José Arceo es una compostelana de 59 años que vive en Londres desde hace 40, cuando ingresó en la Camberwell School y después en la Universidad de Londres para cursar unos estudios, artes plásticas, cuyo nombre cobra doble sentido en ella: su material creativo es la gran basura de los siglos XX y XXI, el plástico, en todas sus variedades y colores, y los microplásticos. Sus investigaciones y sus interminables limpiezas en el río Támesis (del que ha rescatado hasta calzado de centuriones romanos) y las rías gallegas (donde sobre todo pesca “pinchos plásticos” de las bateas de mejillón) la han llevado a convertirse en activista y divulgadora. El destino quiso que fuese también ella una de las personas que identificaron los primeros sacos que arribaron a las playas de Ribeira (A Coruña) con el furioso oleaje del 13 de diciembre. Solo habían pasado cinco días desde que el carguero Toconao, al servicio de la naviera Maersk, perdiese seis contenedores frente a Portugal, uno de ellos repleto con 1.050 sacos de 25 kilos de pellets plásticos.

Aquel 13 de diciembre, mientras Rodrigo Fresco, vecino de Corrubedo (Ribeira), hallaba y retiraba unos 60 sacos desperdigados entre las playas de O Portiño y Balieiros, el compañero de Arceo paseaba con su perra, Teodora Jones, por otro arenal próximo, Espiñeirido, y encontraba tres sacos más. Inmediatamente, mandó fotos a su pareja, todavía en Londres hasta las vacaciones de Navidad. Nada más ver las imágenes, ella aventuró lo que había pasado. “No podía ser otra cosa que la carga de un contenedor que había caído al mar”, comenta, “y me fijé en la información que venía en el envoltorio”.

Un número de serie; un tipo de producto —“estabilizador UV9000″— y una marca, Bedeko, que resultó ser una multinacional polaca a la que, ese mismo día a las 15.02 horas de la tarde, según figura en el correo electrónico, mandó la pareja una alerta en inglés notificando el descubrimiento, esa mañana, de “millones y millones” de pellets: “This morning on our Spanish Galician coastline we discovered millions and millions of plastic pellets manufactured by your company”.

Uno de los sacos hallados en la playa de Espiñeirido y que sirvió a María José Arceo para contactar con Bedeko.
Uno de los sacos hallados en la playa de Espiñeirido y que sirvió a María José Arceo para contactar con Bedeko.

“Hay sacos por todas partes”, describían en su email; solicitaban información sobre el carguero que podría haber causado el vertido y concluían: “El derrame es desastroso, porque los peces consumirán los pellets pensando que son comida”. La fabricante de granulados poliméricos devolvió el mensaje el día siguiente, a las 16.38 horas: “Aunque en Bedeko no estamos directamente involucrados en este asunto, tenga la seguridad de que está siendo manejado por las instituciones pertinentes con la máxima prioridad”. Era el comienzo de la crisis de las bolitas blancas y traslúcidas cuyo fabricante directo, según se ha sabido esta semana, es Coraplast, una factoría de la órbita de Bedeko radicada en India. Desde entonces, ya en Galicia, María José Arceo, más conocida en el Reino Unido como María Arceo, ha dedicado las vacaciones en su tierra natal a limpiar las playas con un colador, como cientos de voluntarios más.

En contacto desde el principio con el colectivo que vertebró el voluntariado, Noia Limpa, montó el grupo inicial de WhatsApp que empezó a moverse para difundir la alarma del vertido, publicado en primer lugar por el Diario de Arousa. Un día, se encontraron en la playa con una representante de la aseguradora de la naviera y también la metieron en el chat. “Llevo tantos años fuera que no sé cómo funcionan las cosas. La burocracia es un desastre”, lamenta, “debería haber un protocolo para que todas las autoridades sean avisadas a la vez, y me parece increíble que se responsabilizase a cada Ayuntamiento de las tareas, que no haya una autoridad que las coordine”. “No se puede decir que los pellets no sean tóxicos”, reprocha esta concienciadora social a la Xunta, “el plástico es hidrófobo y atrae como un imán otros contaminantes como el petróleo de los barcos... los científicos explican que estas bolitas se convierten en píldoras tóxicas que los peces ingieren confundiéndolas con huevas”.

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En 1992, Arceo viajó a las minas de sal de Wieliczkay (Cracovia, Polonia) y después al Mar de Aral (Kazajistán y Uzbekistán), convertido en “un desierto, una costra tóxica de sal contaminada por la industria pesada rusa antes de que desecaran el río” con los regadíos del algodón. Aquello le hizo pensar en la ponzoñosa “huella” que los residuos humanos iban grabando en el planeta, a través del agua, para la eternidad, y empezó a limpiar las playas del Támesis. “El río es como una cápsula del tiempo que entierra y desentierra”, describe la artista. “Empecé a encontrar cerámicas, cristales, maderas de barcos, huesos, televisores y radios de hace 50 años, suelas, tacones”, enumera: “Eran tantos los zapatos que coleccioné cajas y cajas, desde zapatillas deportivas actuales hasta calzado de mujer y de hombre del periodo Tudor [1485-1603] y piel de sandalias y suelas de botas de centurión”, reforzadas “con metal” para “soportar los largos viajes” por las calzadas romanas.

Nanoplásticos en el polen

“¿Si el cuero se conserva bajo el agua 2.000 años, qué va a pasar con el plástico?, me pregunté en aquel momento”, rememora Arceo. Un día, en vez de dejar la basura en el contenedor, se la llevó a casa. Soltó el contenido de la bolsa en el suelo y quedó impactada por la gama de colores. Luego coló los fragmentos, y la arena que cayó era “verde, azul... de muchas tonalidades”. “Ahí vi el verdadero problema, los microplásticos”, explica. Pero todavía quedaba algo más por descubrir: “Los nanoplásticos”. Fue gracias a una expedición en la que le invitaron a participar un grupo de científicas. Un viaje en barco entre Lanzarote y Martinica en el que, durante 20 días, lanzaron redes al agua para recoger los plásticos flotantes y analizarlos.

“Éramos solo mujeres”, detalla la artista, “queríamos transmitir el mensaje de que la mujer, por ser la que más contacto sigue teniendo con los plásticos de uso doméstico, está expuesta a unas sustancias que estamos ingiriendo a través de la piel y que causan trastornos hormonales. Hoy hay más cánceres en mujeres mucho más jóvenes”. Las muestras de agua recogidas en aquella aventura fueron remitidas a distintas universidades e institutos científicos: “tenían microscopios más potentes que el del barco, y entonces vimos los nanoplásticos. Una auténtica pasada”, cuenta Arceo.

“Fue cuando me pregunté si aquello podría evaporarse con el agua de la lluvia y entrar a formar parte del aire que respiramos”, sigue relatando. Un análisis posterior sobre muestras de la estación de polen de la Universidad de King’s detectó partículas de plástico. “Ahora, me planteo si en la miel también puede haber nanoplásticos”, advierte la creadora que hoy dedica más tiempo de su vida a dar charlas, organizar grupos de trabajo con niños y dispersar el SOS del planeta que a trabajar en sus piezas de arte.

“Elegí un problema y me estoy concentrando en ese problema. No tengo hijos, este es mi legado”, recalca María José Arceo, “mi esfuerzo en Londres, donde trabajo con grupos de voluntarios, ha surtido efecto, porque ahora las playas del río se ven limpias”. “El plástico es fotodegradable, pero el que se va al fondo no recibe la luz del sol... acabará formando parte de las capas de sedimento y de las rocas”, avisa. Es por eso que ella crea enormes esculturas en las que apila por franjas de colores los plásticos que recoge del agua. Una de sus obras, una huella de pie humano gigante, de 12 por cuatro metros, dividida en 34 celdas que encierran plásticos de distintos tonos, la construyó con polímeros cosechados durante un año en “40 limpiezas del Támesis hasta el mar”.

El Galicia, ideó una instalación para Palexco (Palacio de Exposiciones y Congresos de A Coruña) que bautizó como Plastiquería: simulaba una pescadería en la que la gente, con una bolsa, podía simular que iba a la compra y elegir el género más apetecible. “Pero en el mostrador, en vez de peces y marisco fresco, había plásticos pescados del mar”. Otra de sus creaciones, en la Cidade da Cultura de Santiago, recreaba dentro de las Torres Hejduk el ambiente y los sonidos del fondo de las rías, donde cuelgan las cuerdas de cultivo de mejillón bajo las bateas. De lo alto descendían guirnaldas de plásticos, confeccionadas con los ‘tesoros’ resultantes de 12 limpiezas de playas. En cada una de las jornadas había recolectado “entre seis y ocho sacos de basura” de arenales aparentemente limpios. Entre botellas de lejía o de champú y redes plásticas, recogió también “5.000 pinchos de batea”, unas piezas que “antiguamente eran de madera” y que ahora invaden la costa gallega. “El mar es la fuente de vida”, insiste Arceo: “Si lo matamos, nos estamos matando a nosotros mismos”.

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