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Un enorme agujero negro en las aguas internacionales

La pugna por el reparto de los beneficios potenciales de los recursos genéticos marinos y el bajo interés político dejan a las aguas internacionales sin protección

Deshielo en el Canal Lemaire, en la Antártida en febrero de este año.
Deshielo en el Canal Lemaire, en la Antártida en febrero de este año.Anadolu Agency (Anadolu Agency via Getty Images)
Manuel Planelles

El accidente del lunes entre el buque granelero OS35 y el metanero Adam LNG, que ha ocasionado un vertido en el Estrecho de Gibraltar, ha puesto de nuevo el foco sobre la fragilidad de los mares. El Estrecho es un punto de altísimo tránsito marítimo y de prácticas poco respetuosas con el medio ambiente desde hace décadas, a pesar de que es una zona capital para la biodiversidad. “Llevamos padeciendo este problema mucho tiempo, pero los intereses políticos y la falta de cooperación entre los países hace que no se resuelva”, lamenta José Luis García Varas, responsable del programa marino de WWF.

Ese mismo análisis, explica, también puede servir para comprender el enésimo fracaso a la hora de establecer un tratado global para poder proteger las aguas internacionales. Se esperaba que se hubiera cerrado hace una semana en la sede de la ONU en Nueva York, pero el acuerdo volvió a naufragar. Los problemas para asegurar un reparto justo de los potenciales beneficios de los recursos genéticos marinos y la poca implicación de los ministros en la cita están tras el fiasco.

Como en el caso del Estrecho, la imposibilidad de cerrar ese tratado de los océanos —que bloquea a su vez la puesta en marcha de áreas de protección marina— no es algo nuevo. “Llevamos 20 años intentándolo y, mientras, la alta mar está desregulada, a pesar de que representa la mitad de nuestro planeta”, resume Alejandro Lago, experto en océanos y antiguo negociador de acuerdos medioambientales. La falta de este tratado es uno de los grandes agujeros negros de la gobernanza global.

Cuando se habla de alta mar o de aguas internacionales se hace referencia a los espacios marinos que no están incluidos en las áreas económicas exclusivas de los países. Ocupan la mayor parte del océano (un 64%) y aunque existen normas y entes sectoriales para regular algunos aspectos, como el tráfico marítimo o la pesca, no hay ningún instrumento internacional centrado en la protección de la biodiversidad marina. El objetivo que se persigue es que el 30% de estas aguas estén bajo alguna figura de conservación para 2030.

Pero sin el tratado es imposible. “Ahora mismo, varios países pueden decidir crear una área marina protegida, pero si otro decide ignorarla, sin un tratado internacional, no tiene consecuencias”, señala Rémi Parmentier, histórico defensor del océano y la vida submarina. Es lo que ocurre, por ejemplo, en el Atlántico noroeste con el acuerdo OSPAR, impulsado por varias naciones europeas. “Es solo válido para sus firmantes”, añade Parmentier.

Este experto se muestra decepcionado por el resultado de la última ronda de negociaciones en la ONU, que se cerró a finales de agosto sin acuerdo. Pero evita la palabra fracaso: “es mejor intentar tener un acuerdo más ambicioso y no precipitar el pacto”. La previsión es que en el primer trimestre de 2023 se celebre otra reunión internacional para, esta vez sí, firmar el tratado.

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Pero las dificultades que impidieron el acuerdo siguen sobre la mesa. Y la principal, que bloqueó las negociaciones hasta el final, se refiere a los futuros recursos genéticos marinos que puedan descubrirse y explotarse en las aguas internacionales, un incipiente campo de investigación, pero en el que muchos países y compañías se están posicionando ante sus potenciales beneficios futuros. “Conocemos más del espacio que de nuestra alta mar, hay muchísimos secretos”, sostiene Gladys Martínez, directora de la Asociación Interamericana para la Defensa del Ambiente y miembro de la Alianza de Alta Mar, una asociación de la que forman parte 40 ONG y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). “¿Qué pasa si se encuentra la cura del cáncer?”, se pregunta Martínez. Lago responde: “En estos momentos es la jungla, el primero que llega es el que se lleva los recursos. Pero, ¿deben ser del primero que llega o de todos?”.

Un estudio publicado en 2018 en la revista Science advertía de que una sola multinacional —la alemana BASF— ha registrado el 47% de todas las patentes referidas a los recursos genéticos marinos en el mundo. Además, se explicaba que solo 10 países acumulan el 98% de esas patentes. Cómo fijar en el futuro tratado que los beneficios de esos recursos genéticos marinos se repartan y que no se los queden solo los países y empresas con más capacidades fue el principal escollo en las negociaciones de agosto, según explican todos los consultados para este reportaje. “Los países más pequeños quieren asegurarse un reparto equitativo”, resume Martínez.

Océanos como despensas

Pilar Marcos, quien también ha estado siguiendo las negociaciones para Greenpeace, critica la visión “extractivista” con la que muchas naciones se aproximan a este acuerdo. “Se ven los océanos solo como despensas”, advierte.

Marcos, a la hora de buscar las causas del naufragio de este acuerdo en la reunión de Nueva York, apunta también a la poca representación política en la cumbre: “solo dos ministros han participado, los de Francia y EE UU”. Y Marcos lo achaca a la falta de interés en muchos casos en este tipo de temas: “Los esfuerzos internacionales por la biodiversidad se han acelerado menos que otras luchas ambientales”, dice en referencia al cambio climático. Las cumbres climáticas cuentan siempre con la participación de un buen número de ministros y líderes importantes, aunque lo que se negocie no sea de calado. Martínez mira en la misma dirección: “el tratado de alta mar necesita subir de nivel político, como en el tema del cambio climático. Los ministros deben desbloquearlo”.

Normalmente, en este tipo de cumbres la primera semana de discusiones suele ser técnica y la segunda tiene un perfil más político con la presencia de los ministros, que deben resolver los flecos que queden, algo que no ocurrió en Nueva York. “Los negociadores profesionales son muy buenos a la hora de defender los intereses de sus países, pero rara vez tienen capacidad y herramientas para acercamientos de posturas cuando hay bloqueos”, detalla Parmentier. Por eso considera imprescindible que “los ministros y las ministras tomen cartas en el asunto y acudan a la negociación” para conseguir un tratado que ayude a tapar este gran agujero negro en la protección del océano.

Lago, experto en negociaciones medioambientales, recuerda también que “tomar decisiones por consenso en la situación geopolítica actual es muy complicado”. Parmentier añade: “este clima enrarecido no es bueno para el multilateralismo”. Ambos se refieren a la guerra de Ucrania y sus consecuencias, que pueden ir más allá del acuerdo sobre los océanos. En diciembre se celebra una importante cumbre sobre biodiversidad en Canadá. La cita debería haber sido en China en 2020, pero tras varios aplazamientos por la covid, será en el país norteamericano. De la cumbre debe salir un pacto global de protección de la biodiversidad, pero muchas ONG están preocupadas. “Será una cumbre complicada y rara”, vaticina José Luis García Varas, de WWF. Parmentier también lo está. “Pero a veces en situaciones tan intensas se da oportunidades para temas de gobernanza global”. Y pone como ejemplo el Tratado Antártico, que se firmó en 1959, en plena Guerra Fría, y que congeló las reivindicaciones territoriales sobre esta zona sensible.

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Sobre la firma

Manuel Planelles
Periodista especializado en información sobre cambio climático, medio ambiente y energía. Ha cubierto las negociaciones climáticas más importantes de los últimos años. Antes trabajó en la redacción de Andalucía de EL PAÍS y ejerció como corresponsal en Córdoba. Ha colaborado en otros medios como la Cadena Ser y 20 minutos.

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