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Tribuna
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Ciencia de arte y ensayo

La perspectiva de Brunelleschi es científica. La relatividad de Einstein es una obra de arte. Derribad barreras

Albert Einstein con el actor, músico y activista Paul Robeson, a la derecha en la imagen.
Albert Einstein con el actor, músico y activista Paul Robeson, a la derecha en la imagen.Editorial Atrapasueños
Javier Sampedro

Solemos entender que arte y ciencia son dos conceptos opuestos, pero eso es solo por la penosa incapacidad de nuestro sistema educativo y académico para romper fronteras y estimular proyectos interdisciplinarios. En las neblinosas áreas semánticas de nuestro córtex cerebral, el arte es el mundo de la creatividad, y la ciencia el de la precisión. Tonterías. El artista, arquitecto y científico Filippo Brunelleschi descubrió en los albores del Quattrocento unas leyes de la perspectiva que no solo poseen una precisión matemática, sino que han sido saludadas por premios Nobel como Frank Wilczek como un paradigma de elegancia, la cima del pensamiento científico. Consiste en encontrar una descripción breve y comprensible de una gran cantidad de fenómenos hasta entonces inconexos.

Mirando al mismo asunto desde la perspectiva opuesta, los físicos suelen considerar que la relatividad general de Einstein es una obra de arte. La teoría dice –en una insuperable ecuación lingüística del físico John Archibald Wheeler— que la materia le dice al espacio cómo curvarse, y el espacio le dice a la materia cómo moverse. Es la teoría gravitatoria que superó a la de Newton por muchos decimales en la predicción de lo que ocurre en el cosmos –el tiempo y el espacio se dilatan o contraen, propagan ondas gravitacionales y forman agujeros negros—, y constituye uno de los mayores hitos científicos de la historia. Pero además es una obra de arte, disparada más por la imaginación que por la observación, dotada de una autoconsistencia similar a la de una gran novela o un cuadro perfecto. La relatividad es las Meninas de la ciencia.

La música ha tenido una relación íntima con la ciencia desde la prehistoria de ambas disciplinas. Unas tablillas cuneiformes demuestran que los ancestrales mesopotámicos ya conocían lo que ahora llamamos escala pitagórica (do re mi fa sol la si do… y vuelta a empezar). Esa escala es el cimiento universal de toda música, y se obtiene con unos algoritmos de insultante simplicidad, como dividir la cuerda a dos tercios de su longitud y repetir siete veces (para músicos: hay que empezar por fa). El experimento de Pitágoras, o del mesopotámico olvidado que lo hiciera, demuestra que nuestra experiencia estética se basa en las matemáticas.

La relatividad es las ‘Meninas’ de la ciencia

El resultado resulta tan asombroso que Pitágoras y su secta se pasaron de frenada e inventaron una religión, por si hiciera falta alguna más, conocida como la armonía de las esferas, que intentaba aplicar esas relaciones numéricas simples al Sistema Solar. Aquello fue un desastre. El caso es que ‘sí’ hay principios numéricos simples que rigen el sistema solar, como las leyes de Kepler, pero Pitágoras no podría haberlas descubierto en su tiempo, menos aún creyendo que la Tierra era el centro del universo.

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Mucho antes de Pitágoras

La armonía de las esferas no es una teoría bella, entre otras cosas porque es errónea. La belleza de nuestro sistema solar reside en las leyes de Kepler y en su interpretación por Newton. Es una estética que no se puede apreciar con el ojo desnudo, sino con las matemáticas de bachillerato. Que vuelvan los artistas.

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